Empezó rompiéndose la bolsa mucho antes de empezar las contracciones, igual que en el primer parto pero a diferencia del segundo. En cualquier caso este detalle no tuvo más importancia que unas horas de incertidumbre por si mi ginecóloga insistía en inducir. Carolina la mantuvo a raya y pude dejarme llevar por la fuerza de mi naturaleza.
Cuando empezaron las contracciones ya estaba en mi sala de partos: una habitación relajada, suave, con una cama confortable, unas espalderas, una pelota enorme, la bañera de partos, una ducha y un retrete. Pero todo eso me sobraba, excepto la cama y el retrete, porque lo más importante lo llevé conmigo. Mi música de vida: una recopilación de mis canciones favoritas desde mi infancia. Quería que ese recorrido por la música que me había cautivado desde pequeña nos acompañara a mi hijo y a mí en su nacimiento, en mi parto.
Fue mágico, hipnótico, extático. Las contracciones venían como olas potentes, nada dolorosas, algunas incluso placenteras. Hubo un par de horas que nos las cambiaría por nada en el mundo. Fueron increíbles. Fue una danza con la vida, con mi vida, mis recuerdos; con el futuro que salía de mi vientre. El pasado acompañó la bajada de mi hijo con sus sonidos y las imágenes y sentimientos que estos evocaban. Mi mente se perdió en ellos arropada por esas viejas canciones. Salí del tiempo y del espacio y me perdí en un ahora eterno donde mi infancia, mi adolescencia, mi vida adulta se fundían acunadas por el vaivén de las olas que traían a mi hijo al mundo.
Mi cuerpo era poderoso, eterno, inmenso. NO hubo dolor. NO hubo sufrimiento. Sólo placer y felicidad. Mi hijo estaba naciendo
Entró la comadrona y rompió el hechizo: "¡Llama a Carolina, que yo tengo una madre primeriza y no te podré atender si te pones a expulsar ahora!"
Hasta ese momento yo había abierto la puerta que lleva al parto orgásmico, había asomado la cabeza por la abertura, había estirado la mano y lo había tocado con la punta de los dedos. La llamada de atención de aquella comadrona provocó mi retirada. Volví al mundo real. Cerré la puerta. Mi cuerpo volvió a quedar bajo el control del neocórtex. Pero el camino andado ya estaba hecho y con 8 cm de dilatación sólo me quedaron 4 contracciones más, estas sí me dolieron, y el expulsivo, que también fue doloroso. 20 minutos nada más.
¿Que hubiera pasado si nadie me hubiera sacado de mi estado extático? ¿Hubiera parido totalmente sin dolor?¿Hubiera sido el expulsivo un gran orgasmo? No lo sé. Probablemente nunca lo sepa y mi camino hacia la recuperación de LA MADRE y de la maternidad completa se quede aquí, en cuanto a lo que al parto se refiere.
Pero me siento satisfecha. No cambiaría esas horas de dilatación no dolorosa, extática y placentera por nada del mundo. Cuento mi parto a diestro y siniestro para que las nuevas mamás puedan empezar desde el punto en que yo lo dejé, para que lleguen mucho más lejos. Para que se lo crean. Y me siento una privilegiada por haber podido vivir el parto que tuve.
Por todo esto me cuesta tanto entender que haya madres que, teniendo este y tantos otros testimonios al alcance de la mano, tanta información científica apoyando el parto natural, cuestionando las intervenciones innecesarias, GRITANDO los peligros de las cesáreas innecesareas, prefieran actuar desde la ignorancia y los intereses creados, a pesar de su situación privilegiada que les coloca en una posición donde tienen todas las posibilidades al alcance de la mano (y el bolsillo).
Pero este post no va dedicado a esas madres, ni siquiera a la más famosa de estos días: Shakira. No. Este post va dedicado a mi amiga Vivian Watson, autora del blog Nace Una Mamá y coautora de Una Nueva Maternidad. Resulta que Vivian no pertenece a esa clase social privilegiada y no lo tiene tan fácil para elegir el parto que quiere. Pero sí pertenece a esa otra clase de personas conscientes, inteligentes, informadas, preocupadas y ocupadas en construir un mundo y una sociedad mejores para todos. Por desgracia estas cualidades no se pagan con dinero, ya que en el fondo - y aunque no dé la felicidad - tal cual están las cosas a día de hoy, el dinero te da la libertad que necesitas para ejercer tus derechos.
Hoy pensaba en que es una pena y que aquí podemos aplicar ese dicho de que Dios le da pan al que no tiene dientes. Y no es justo. Más que nada porque en la sociedad actual el pan no lo reparte Dios y el que más tiene no es ni de lejos el que más se lo merece por ser el que mas aporta a los demás, el que realiza un trabajo más valorado, necesario o difícil. Por eso van las cosas como van, claro. Y evidentemente eso no lo vamos a cambiar a corto plazo. Desde luego no en las próximas semanas.
Pero lo que sí podemos hacer es echar una mano a Vivian para que tenga su parto en casa, el parto que ella y su hija se merecen. Aquí os dejo el enlace donde podéis donar dinero para que podáis ayudar a que Vivian pueda vivir el parto que consciente y libremente ha elegido tener. Creo que el parto en casa le va a costar unos 2000 euros. Ni de lejos el coste de una cesárea, pero ya veis, 2000 euros que hacen la diferencia entre tener la libertad para elegir tu parto o no tenerla.
Espero de todo corazón vuestra colaboración para que, así, con estos pequeños/grandes detalles hagamos esta sociedad de locos un poquito más justa
¡Daos prisa que ya está en la recta final!!!!!!!!!!