En el mundo hay gente que parece que tenga una capacidad innata para vivir en paz, para mediar en los conflictos y apaciguarlos, para crear una atmósfera relajada y agradable a su alrededor donde todos tienden a sacar lo mejor de sí mismos.
Pero también estamos los que, a la mínima llamita de discordia, estallamos como bombas atómicas, rezumamos agresividad por los cuatro costados, tiramos como toros enfurecidos, de frente y con los cuernos por delante, sin pensar en todo lo que arrollamos cuando nos lanzamos por el que, suponemos, es el camino de nuestra victoria.
Yo espero que pertenecer a un grupo u otro de personas no sea una cuestión innata - genética - sino más bien el resultado de un proceso de maduración y crecimiento que todos podemos culminar con éxito, sean los que sean nuestros antecedentes.
Porque a mí, desde luego, me queda mucho camino por recorrer para convertirme en una persona perteneciente al primer grupo, al de los pacificadores. Y es que ser una persona racional, tranquila y pacífica en los momentos tranquilos, sabemos más o menos todos. El problema es seguir siéndolo cuando estalla el conflicto. Entonces, muchos tendemos a sacar lo peor de nosotros mismos e, independientemente de tengamos o no la razón de nuestra parte, acabamos perdiéndola por el camino al defenderla; precisamente por la manera de defenderla.
En
mi último artículo los comentarios de uno o dos anónimos, no sé si son el mismo o son diferentes, han llamado mi atención sobre mi tendencia al ataque en mis últimos tiempos. Por una parte todos
los artículos en contra de Estivill y, por la otra, el
ataque frontal contra la revisora que tan desafortunadamente intentó mediar en el conflicto creado por aquel individuo que no soportaba a los niños. En su último comentario, anónimo me recordaba que tal vez esta señora sólo era una mujer, posiblemente madre, que intentaba hacer lo mejor posible su trabajo para poder llegar a fin de mes y que no tenía porqué ser la que pagara los platos rotos. Si yo escribo la carta a las SBB ¿podría estar poniendo en peligro su puesto de trabajo? Yo personalmente no lo creo, pero es cierto que me es difícil saber las consecuencias finales que tendría la carta para su vida profesional. Por lo tanto, reconozco que en este caso no vale la pena hacer hincapié en la revisora en sí. Aunque sí creo que debo denunciar los hechos, no tengo porqué identificar a esta mujer, arriesgándome a ponerla en un aprieto sin saber absolutamente nada de sus circunstancias personales. Tal vez sólo tuvo una mala idea en un mal día y ahora lo siente en el alma. Puedo defender mi posición, puedo llamar la atención de las SBB sobre la situación que yo quiero, pero sin perjudicar a nadie. En este caso con no especificar en que tren ocurrió o cuando ocurrió ya es suficiente para denunciar el hecho pero no dañar a la revisora.
Estos dos ejemplos de conflictos y los comentarios de anónimo me han traído a la memoria una anécdota que viví hace ya bastantes años, cuando era becaria predoctoral de investigación en el Hospital de Sant Pau en Barcelona. En aquella ocasión había ido a comer con un grupo de compañeros al comedor del personal. Como siempre, nos habíamos quitado las batas blancas con las que trabajábamos en el laboratorio, ya que no nos parecía higiénico comer con ellas. En aquella época el comedor estaba dividido en dos secciones: la de fumadores, siempre llena a rebosar; y la de no fumadores: casi siempre medio vacía. Aquel día la situación era la de siempre y cuando nos sentamos en la sección de no fumadores no tardamos en ser acompañados en la misma mesa por un grupo de médicos, de los cuales uno se puso a fumar. Yo, que tengo una intolerancia extrema frente al tabaco, no tardé ni dos segundos en saltar al ring, recordando al fumador, de no muy buenas maneras, que aquella era la sección libre de humo. Él, lejos de acobardarse, me dijo que aquel comedor era para el personal del hospital y que nosotros no debíamos comer allí, a lo que yo le respondí que éramos tan personal del hospital como él, sólo que comer con bata nos parecía una auténtica cochinada. La guerra ya estaba declarada y los ataques de uno al otro se sucedieron en un tono de voz cada vez más alto, hasta que el médico hizo referencia al hecho de que él nos estaba molestando. No recuerdo exactamente como, pero aquel comentario dio pié a la intervención de una de mis compañeras, Berta, becaria predoctoral como yo, que con un tono de voz suave pero firme, seria pero no agresiva dijo: "no nos molesta usted, nos molesta el humo de su tabaco".
Aquella frase cayó como un manto de nieve blanca sobre un bosque ardiendo, apaciguando los ánimos y dejando en evidencia la inutilidad de la actitud de los dos contrincantes. Él se sentó, apagó su cigarro y no volvió a fumar, y yo me quedé avergonzada por haber llevado tan mal aquel asunto, convirtiéndolo en un ataque personal y generando un conflicto que no llevaba a ninguna parte.
"No me molesta usted, me molesta el humo de su tabaco"
¿Cuantas veces nos olvidamos de la situación en si misma para atacar a la persona que, según creemos, está generando la situación? Yo continuamente. De esta manera no se acaba con el problema, sino que nos limitamos a herir a otro ser humano, al margen de todas las circunstancias que le habían puesto en esa posición. Y, de paso, el problema original que provocó el enfrentamiento suele quedar sin solución.
No se trata de dejar pasar todo en nombre de una falsa paz y cordialidad. No.
Se trata de enfrentar las situaciones conflictivas centrando el ataque en la situación conflictiva, no en la persona que lo genera. De esta manera se da una oportunidad al otro de cambiar de actitud para cambiar la situación, colaborando activamente en generar unas nuevas condiciones aceptables para ambas partes. Por el contrario, cuando identificas la situación con la persona, parece que la única manera de acabar con el conflicto es "eliminando" a la persona que lo genera: o él/ella, o yo. Se crea así un conflicto paralelo, independiente del original, muy difícil de resolver ya que conlleva la derrota y humillación de una de las partes, en lugar de ofrecer una oportunidad para que ambos implicados se involucren en buscar una solución satisfactoria para todos, sin perder por ello "el honor" o la dignidad.
Estivill no es su método. Ni siquiera es sus libros. A mí me molestan su método y sus libros sobre el sueño infantil y es lo que ataco. Y lo hago desde la ciencia y la racionalidad, desde las emociones y los sentimientos. Estoy en mi derecho. No estoy de acuerdo ni con su método ni con su forma de presentarlo y defenderlo, y tengo razones muy bien fundamentadas para no estarlo. Pero no es el hombre Eduard Estivill al que estoy atacando, sino una teoría: uno de los puntos de vista de la pediatría del sueño infantil que él defiende. Si un día Estivill llega a la conclusión de que está equivocado, de que su posición no es la que más se ajusta a la realidad del sueño infantil y su actos se adaptan a su nueva percepción, no significa que ha retrocedido, se ha humillado o ha perdido.
Significa que ha evolucionado. Por graves que puedan ser los errores que cometamos o cometan, siempre debemos tener y dar la oportunidad para que el cambio de actitud o de opinión no se convierta en una humillante derrota, sino en una muestra de
crecimiento y evolución.
Porque todos sabemos lo difícil que es corregir una posición, incluso cuando somos conscientes de que no tenemos la razón de nuestra parte, sólo por la humillación que conlleva. Si sabemos que, tras corregir, en lugar de reconocimiento y comprensión, recibiremos el desprecio y la sorna de los demás, nos agarraremos a ella con uñas y dientes, sin ni siquiera plantearnos cambiarla, por muy justificada que esté la otra parte y por muy convencidos de nuestro error que, en el fondo, estemos nosotros.
A veces parece que nunca cometamos errores, especialmente cuando nos dedicamos a denunciar los errores de los demás.
Y todas estas reflexiones me han llevado a considerar la definición de humildad. Creo que acabo de darme cuenta de lo que realmente es:
Humildad es reconocernos en nuestro contrincante.
Por lo tanto, humildad no es bajar la cabeza ante las situaciones injustas o las posiciones erróneas, no, sino ser conscientes de que todos podemos cometer errores, ser injustos o no tener la verdad ni la razón de nuestro lado en un momento dado y, por lo tanto, debemos tratar de defender nuestra postura siempre desde el respeto a la persona que defiende la postura contraria porque, por mucho que sintamos y sepamos que tenemos la razón de nuestra parte, mañana o pasado, en otro conflicto, podemos no tenerla, y entonces querremos que el otro nos trate con ese mismo respeto, dándonos la oportunidad de corregir dignamente, sin humillarnos ni hacer "leña del árbol caído".