La falta de sueño puede ser determinante. Una persona que no duerme casi nada y encima lo poco que duerme no lo duerme bien, no puede funcionar. La nueva mamá no sólo suele dormir poco, lo peor es que le despiertan cada x horas (o minutos) de manera impredecible. Eso hace que no acabes nunca de dormir bien, siempre alerta para ver cuando suena esa sirenita que sale del capazo reclamando comida o brazos. Y el dolor… Ay el dolor! Y eso que lo mío fue un parto vaginal y sin episiotomía, con lo que me ahorré una gran parte de los dolores típicos del postparto. Pero uno si lo sentí con especial intensidad: el del bebé mal prendido al pecho. Cada vez que mi hijo se me enganchaba sentía como si me estuvieran clavando agujas en el pezón. Era terrible. Y cuando el asunto derivó en grietas se hizo casi insoportable. Todo ello, acompañado de un bebé que como no mamaba bien, no quedaba satisfecho y lloraba, mientras yo esperaba las -mal aconsejadas- dos horas entre mamadas, convirtieron la lactancia en un infierno que acabó, como no, en mi primera mastitis a los diez días de parir;: 40 de fiebre y un pecho como un tomate maduro hirviendo a fuego lento. Recuerdo las lagrimas de rabia, de impotencia y de desesperación. Cuando leí las palabras de ese muchacho vinieron a mi cabeza esos momentos en los que tumbada boca arriba en la cama, con la teta envuelta en paños fríos y oyendo a mi niño llorar de hambre, escondía la cara en la almohada y lloraba como hacía años que no había llorado. No era una buena madre, no era una buena madre y no era una buena madre. Nos hundíamos.
Pero no nos hundimos. Yo tenía toda una tripulación cuidando de mi hijo y de mí. Tenía a mis padres y a mi marido. Si bien los tres trabajaron como locos todos esos días intentando que no nos fuéramos a pique, hubo una persona que cargó con todo el peso de la situación y que con su experiencia y sobretodo su portentoso amor por nosotros, fue capaz de capear el temporal y sostener el barco hasta que calmaron las aguas. Ese Capitán fue mi madre. No se que hubiera hecho sin ella. Ella fue el regazo donde mi pequeño podía tranquilizarse cuando yo era incapaz de aguantarle llorando un minuto más. Y el regazo donde yo me cobijé y me sentí segura de nuevo, como de bebé, a pesar de todo lo que se me venía encima con la crianza de mi hijo. Ella fue también la que aguantó estoicamente las descargas de mi desesperación por no ser capaz de atender a mi hijo como él necesitaba. Le grité, le lloré, la abracé y le volví a gritar. Y allí siguió ella, con un bebé en un brazo, una escoba en el otro y mientras tanto vigilando el fuego de mi frente y de mi corazón. Mis dos hombres (mi marido y mi padre) se movían como grumetes obedeciendo sus órdenes: a hacer la compra, echar una mano en casa… y lo que hiciera falta. Pero vi como huían de mi sufrimiento. Eso preferían no verlo. En cambio ella se enfrentaba a él para calmarme, apoyarme y animarme. No se como hubiéramos sobrevivido mi pequeño y yo esos días sin ella.
Ante las palabras de aquel muchacho, al venirme a la mente estos recuerdos, pensé que lo que probablemente había ahí no era una madre desinteresada de su bebe (como las palabras “enfermo y desnutrido” dan a entender) sino una madre desesperada y SOLA. En soledad es casi imposible superar esos días. Si ella no tuvo a alguien en que apoyarse, alguien que le ayudara, entonces hizo lo único que podía hacer: dejar a su hijo donde pudieran hacerse cargo de él. Ella SOLA no podía.
Los seres humanos somos seres gregarios y necesitamos los unos de los otros para sobrevivir. Esto es especialmente importante en lo que concierne a la maternidad. La nueva madre necesita de la ayuda de los demás miembros de su familia para poder ocuparse de su bebé. Ante la maternidad, de repente, una mujer adulta e independiente se convierte en una persona dependiente. Y de que forma. De que alguien se ocupe de sostener a este binomio madre/hijo va a depender la capacidad de esta mujer de ser una buena madre y atender a su hijo como él lo necesita. En el pasado, y todavía en muchas culturas, la nueva madre tenía toda una red de madres, abuelas, tías y hermanas que le apoyaban, le ayudaban y le enseñaban (a dar de mamar, a atender al niño, a atenderse ella…). Hoy en día, en nuestra sociedad de familias nucleares, muchas nuevas madres están demasiado solas. Incluso aunque tengan un compañero, no es suficiente. Y esto incluso en los casos más “normales”, donde el hijo es esperado y deseado y donde es una pareja la que ha tenido el bebé, y no una mujer sola. Si a esto añadimos que algunas nuevas madres viven esta situación ante el desprecio, el desinterés y la vergüenza de los que más deberían apoyarla, la situación se hace insostenible y desemboca en abandono.
Es terrible pensar en todas estas madres que han tenido que renunciar a sus hijos porque están SOLAS. Los padres de sus hijos se desentienden, sus familias las ignoran y la sociedad las desprecia. Es terrible que esta sociedad sea capaz de convertir un embarazo en una vergüenza. Un embarazo siempre debería ser motivo de orgullo, incluso el no deseado. Y si no, que se lo digan a todas esas mujeres que darían su vida por poder quedarse embarazadas. Una nueva madre siempre debería sentirse arropada y querida. Y la madre biológica que decide ceder a su bebé debería hacerlo siempre por motivos diferentes a la soledad y la falta de apoyo. Y por supuesto debería ser siempre respetada y valorada: Ha traído un hijo al mundo y sólo por eso se merece el respeto y no desprecio. Una pareja va a tener un hijo gracias a ella, gracias a su respeto por la vida de su hijo.
Mi madre hizo de “red femenina de apoyo” a falta de hermanas, tías y abuelas. Ella solita cargó con todo. Es curioso, siempre le echo en cara que por su culpa (e ignorancia en asuntos sobre lactancia materna, como la gran mayoría de mujeres en estos últimos siglos) mi hijo tomara biberones de leche adaptada esos días (cosa que ahora, como monitora de la Liga de la Leche, siento muchísimo). Pero lo cierto es que, si no es por ella, yo hubiera sido incapaz de seguir dando el pecho y la lactancia se hubiera acabado ahí. Ella, con sus biberones y todo, fue la que hizo posible que al final la lactancia fuera un éxito, a pesar del terrible comienzo que tuvimos por la falta de un apoyo profesional adecuado.
Y como se calmaba mi hijo en sus brazos. Incluso llegué a echárselo en cara. Pero que alivio. Que serenidad ante el bebé nervioso y hambriento. Y que aguante: horas cargando al pequeño en brazos: andando alrededor de la mesa del salón o a lo largo del pasillo, o quieta - casi sin respirar- sentada con el bebé ¡Por fin! dormido.
Mi madre. Cuanto la echo de menos y que poco se lo digo. Ya está a punto de llegar otra vez, tres días faltan, y ya la primavera me parece más primavera, (a pesar de que no para de llover). Ojalá la tuviera más cerca. Pero es ley de vida, los hijos vuelan del nido y, sobretodo hoy en día en este mundo globalizado, podemos llegar a volar muy lejos. Y que solas las dejamos. Como nos dejarán a nosotros nuestros hijos. Ley de vida.
Como te quiero mamá, como te quiero……..