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Analicemos esta foto.
Ella acaba de parir. Tras nueve meses gestando ese bebé su cuerpo está preparado para su función vital más importante: asegurar la continuidad de la especie mediante la maternidad. Así que ella a todos los efectos es una madre y, como tal, está programada para enarmorarse loca y absolutamente de su criatura y asegurar así su supervivencia.
La clave está en su cuerpo, que ha trabajado intensamente para convertirse en la madre que su hijo necesita. ¿Cómo lo ha hecho? Básicamente liberando las hormonas necesarias para que diversos órganos estén preparados para esta importante función. Dos son los principales: el cerebro y las glándulas mamarias.
El cerebro sufre tantos cambios en el embarazo que algunos especialistas ya hablan de madrescencia, término paralelo a "adolescencia" que pretende ser un nuevo marco conceptual donde integrarlos. Un objetivo de la madrescencia está muy claro: asegurar la completa atención de la madre sobre su bebé haciendo que ella desee y necesite intensamente estar con él durante las veinticuatro horas del día. Así se asegura un contacto casi continuo entre ambos, especialmente los primeros meses tras el parto, capaz de proporcionar al bebé el hábitat en el que puede prosperar y crecer saludablemente. Por lo tanto, la separación del bebé tras el nacimiento es realmente traumático para la madre. Un trauma que ella puede negar y relegar a lo inconsciente bajo el mandato implacable de su racional neocortex, pero que no por eso es menos real o tiene menos consecuencias.
Las glándulas mamarias también han sufrido cambios espectaculares durante el embarazo con una única finalidad: producir el mejor alimento para ese bebé. Ni la leche de otra mujer, ni mucho menos las leches artificiales, alcanzarán nunca el grado de idoneidad de la leche producida por la propia madre biológica, al menos si no hay una patología que lo impida.
Cuando tras el nacimiento a una madre se le arrebata su bebé su cuerpo interpretará que éste murió, con todo lo que eso conlleva. La pérdida produce duelo, y el duelo ignorado depresión. Las glándulas mamarias también habrán cambiado para nada, lo que no va a tener muy buenos efectos en su salud, hasta el punto de aumentar significativamente su riesgo de cáncer en el futuro.
Y ahora el Bebé. En este caso parece que se llama Sarah, y acaba de nacer como lo hacen todas las criaturas humanas: varios meses antes de lo que le correspondería. Por lo tanto viene al mundo extremadamente inmadura. El cuerpo de la madre está preparado para este fenómeno y por eso Sarah está programada para sobrevivir sobre él. El hábitat del recién nacido es el cuerpo de su madre. Todo lo que la bebé puede o no puede hacer sólo se puede entender en referencia al cuerpo de su madre. Si el bebé es separado de éste, su hábitat, se desregula. Esta desregulación genera estrés, o el estrés de la separación provoca una desregulación. Lo mismo da. El caso es que lo peor que le puede pasar a un recién nacido es ser separado de su madre. Si esta separación es definitiva, todavía peor. La separación, incluso aunque sea temporal, determinará su desarrollo neurológico. Sarah no será la misma mujer que tendría que haber sido de haber respetado el continumm y el rol de su madre en su vida. Esto es una evidencia científica.
La separación de su madre hace tanto daño a Sarah que le produce un efecto permanente. Hoy en día diversos especialistas lo llaman Herida Primal. La Herida Primal duele, y mucho. Y no durante unas horas o unos días. La Herida Primal puede llegar a doler toda la vida. Igual que el trauma que la madre sufre por al separación, si esta herida primal es, además, ignorada y despreciada, será el abono perfecto para futuras patologías. Y así en el cuerpo (y el alma) de Sarah se planta la semilla para futuras enfermedades físicas y mentales, que posiblemente nunca se relacionen con el suceso más traumático ocurrido en su etapa primal: la separación de su madre.
Y al fondo, ellos. Esa pareja de hombres —pero podrían haber sido dos mujeres o un hombre y una mujer, lo mismo me da— que están ahí, llorando de emoción, cuando deberían llorar de culpabilidad y pena. Han prostituido el cuerpo de una mujer y han destrozado los derechos más fundamentales de su bebé, ese bebé tan deseado y en teoría tan amado, pero no parecen conscientes en absoluto. Si, además, pretenden criar a Sarah con "dos padres" ya es la guinda del este pastel de mierda.
Y no me malinterpretéis. No digo que uno de ellos no pueda incorporarse al rol de madre, tan fundamental para el desarrollo saludable de Sarah. Cada día muchos bebés abandonados tienen la oportunidad de crecer saludable y felizmente porque una madre sustituta ocupa el lugar de la madre biológica. Y esta madre en ocasiones es un hombre (trans o cis). Pero esta madre sustituta, y el resto de la familia adoptiva, suele ser muy consciente de la herida primal, lo que abre la puerta a intervenciones que ayuden a sanarla. También la madre adoptiva suele ser consciente de sus limitaciones fisiológicas, ya que no ha pasado por un embarazo, pero su cuerpo trabaja duro para adaptarse, hasta el punto de que las más comprometidas y mejor informadas llegan a intentar inducirse la producción de leche, o utilizan su pecho como lo haría la propia madre biológica, ofreciendo al bebé un nuevo cuerpo donde habitar. Pero todo ello supone un esfuerzo enorme de sanación, y no sólo por parte de la madre adoptiva, sino, sobre todo, por parte del bebé. Por eso es tremendo que una criatura sea concebida con la finalidad de ser separada de su madre, la mujer que le ha gestado, y es inconcebible justificar la maternidad subrogada con el hecho de que los bebés abandonados pueden llegar a crecer saludablemente cuando son criados en familias amorosas.
Ellos, los dos emocionados llorones de la foto, parecen no saber todo lo explicado hasta ahora, porque si lo saben, y a pesar de eso han hecho lo que han hecho, es que son muy mala gente. También es posible que se limiten a no creerlo. Los humanos llegamos muy lejos a la hora de justificar las malas acciones. Ellos ya tienen lo que tanto desean, y a quién se han llevado por delante en el camino es irrelevante. Así que lloran de felicidad, no de pena o culpabilidad.
Existe una felicidad cargada de violencia, y eso es lo que ha inmortalizado el fotógrafo de esta imagen. Felicidad para unos gracias al ejercicio de la violencia sobre otros. No es excepcional en nuestra especie, desafortunadamente, pero mientras que en otros contextos nadie lo cuestiona, en este pretenden esconderlo pintándolo de color rosa Disney, más que nada porque el deseo de ser madres/padres ciega a unos, y la avaricia y el afán de enriquecerse ciega a otros.
Y no. El rosa chicle aquí no consigue esconder la evidencia. Lo que es violencia es violencia, por mucha felicidad que regale.
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