miércoles, 9 de julio de 2014

EL SUEÑO INFANTIL ¿UN CONFLICTO DE INTERESES? (III)

EL PESO DE LA CULTURA EN NUESTRA CIENCIA


En el primer artículo de esta trilogía os he presentado la hipótesis del profesor David Haig, publicada en la revista Evolution, Medicine and Public Health, según la cual los despertares nocturnos durante la segunda mitad del primer año de vida del bebé tienen como objetivo retrasar en lo posible un embarazo en la madre, a pesar de que comprometen el bienestar de ambos al no permitirles un sueño más consolidado. Todo esto sólo estaría demostrando que el comportamiento del sueño infantil es simplemente la manifestación de dos conflictos: uno inter-generacional (entre los padres y sus descendientes), y el otro intra-genómico (entre los genes de origen materno y los de origen paterno presentes en el ADN del hijo) y, por lo tanto, sería simplemente el equilibrio al que la naturaleza ha llegado entre los intereses y la necesidad de todas las partes (hijo, madre y padre). Según Haig, este comportamiento no garantiza ni la salud ni la felicidad del bebé, ya que solo ha sido la solución natural a un conflicto de intereses. El comportamiento instintivo no garantiza la felicidad. Nunca hubo un paraíso perdido para la madre y el bebé al que podamos retornar liberándonos de los determinantes culturales

Como ya sabréis si habéis leído el segundo artículo de la trilogía, este trabajo de Haig ha suscitado diversas respuestas, dos de las cuales abrieron un interesante debate entre su punto de vista y el de lo que él denomina la "medicina evolutiva". El profesor James McKenna y la doctora Katie Hinde rebatieron los argumentos de Haig argumentando, entre otras cosas, que los despertares nocturnos son un fenómeno muy complejo  que no puede estudiarse fuera de su contexto cultural y que lleva asociados numerosos beneficios que Haig no está teniendo en cuenta.

Y es que, como bien señala el profesor McKenna, la hipótesis de Haig difícilmente se sostiene frente a las observaciones de la ciencia empírica: desde el simple hecho de que el bebé no es el único en provocar todos los despertares, hasta la enorme cantidad de causas  diferentes que los provocan, la compleja interrelación entre la madre y el bebé durante el sueño, o los importantes efectos que la lactancia materna y la evolución en la arquitectura del sueño pueden llegar a tener en el desarrollo neurológico y cognitivo de la criatura.

En este tercer y último artículo de la trilogía me gustaría exponeros mi propio punto de vista  y mi análisis del artículo de Haig. Supongo que no vale la pena que os diga que estoy prácticamente al 100% de acuerdo con McKenna y Hinde. Ya conocéis mis tendencias personales. Pero me gustaría comentar un poco más a fondo dos aspectos del trabajo de Haig que me han parecido muy importantes por su repercusión en lo que hoy en día llamamos Crianza Natural o Crianza con Apego,  denominaciones que, reconozco, a mí no me gustan demasiado, por lo que yo prefiero utilizar el termino que acuñó Ileana MedinaCrianza Corporal, término me gusta mucho más porque creo que es el que mejor expresa mis sentimientos ante mi maternidad y la crianza que quiero ejercer con mis hijos.


1- No Existe un Paraíso Perdido


Como bien sabéis, la crianza corporal sienta sus bases en la medicina y la biología evolutiva, por lo que se caracterizaría fundamentalmente por el respeto que muestra hacia el comportamiento considerado "instintivo", y por la confianza que manifiesta en la naturaleza para desarrollar los comportamientos más saludables tanto en el bebé como en sus padres. Con su trabajo Haig lanza una bomba a los cimientos mismos de esta filosofía, al asegurar que el comportamiento instintivo no garantiza la salud y la felicidad del bebé, ya que su objetivo es llegar a un equilibrio que garantice la máxima idoneidad de al menos uno de los dos individuos enfrentados: el bebé y su madre. Como explica él mismo en su contrarespuesta a las respuestas de sus colegas, uno de los dos objetivos de su trabajo era demostrar que los bebés no estarán más sanos y felices si volvemos a los métodos naturales de crianza. El resultado de la evolución no es necesariamente saludable para el individuo y, de la misma manera, un comportamiento culturalmente establecido o moderno no es obligatoriamente pernicioso.

Las razones por las que hace esta afirmación las veremos más en detalle en la segunda parte de este artículo. Ahora me gustaría centrarme en la conclusión que saca a partir de dicha afirmación: ningún comportamiento cultural necesita ser cambiado por mucho que se aleje del comportamiento "instintivo" si no se demuestra que es pernicioso. En este contexto esto significa que los profesionales de la pediatría del sueño no tienen por qué aconsejar en contra del sueño en solitario, comportamiento establecido culturalmente, y a favor del colecho, comportamiento natural, ya que no se ha demostrado que el sueño en solitario haya provocado una patología.

Si bien he de reconocer que  estoy de acuerdo con Haig en que no todo lo "cultural"  es obligatoriamente "pernicioso", considero que su abordaje es muy cuestionable. Y es que la noción de lo que es o no es patología también puede tener unas bases muy culturales. ¿Que ocurre cuando en una cultura lo patológico se normaliza? Pues que deja de reconocerse la patología. Han tenido que pasar muchos siglos para que costumbres como vendar los pies de las niñas o mutilar sus genitales empiecen a verse como un maltrato inaceptable, y a reconocerse los graves problemas de salud que provocan. Pero sin llegar a casos tan extremos, también tenemos ejemplos de costumbres que podrían estar produciendo patologías reconocidas, pero cuya causa no se identifica con la costumbre. En este caso la búsqueda de tratamiento suele centrarse en cambiar algo en las personas que la sufren, pero no en cambiar la costumbre en sí misma. El sueño, no solo infantil, es un gran ejemplo de este tipo de comportamiento. Algunos investigadores, como la doctora Worthman, consideran que la epidemia de insomnio que sufrimos los adultos occidentales puede muy bien ser debida a que pretendemos dormir en unas condiciones muy alejadas de nuestras condiciones naturales, además de que el sueño consolidado durante toda la noche podría ser un mero artefacto cultural. Pero la medicina del sueño, lejos de reconsiderar cómo, cuánto y cuándo pretendemos dormir para adaptarnos a nuestros determinantes culturales, se limita a medicar o tratar a los individuos que no se ajustan a la costumbre establecida.

El mundo de la pediatría occidental  lleva más de cien años asumiendo que la manera correcta de poner a dormir a los bebés es en solitario. De esta forma considera que, ya que el sueño en solitario es lo establecido en nuestra sociedad, ese es el modelo de sueño saludable que tienen que tomar los investigadores. Esto ha producido un fenómeno que nos explica muy bien el profesor  McKenna: actualmente se define como "sueño saludable" el sueño del bebé durmiendo en solitario y alimentado con biberón, con muy escaso o ningún contacto con su madre, en lugar del sueño del bebé que colecha y es amamantado a demanda. Por eso la pediatría del sueño recomienda el sueño en solitario, sin haber valorado nunca científicamente las repercusiones del cambio (del colecho al sueño en solitario), ya que es la condición necesaria para reproducir lo que consideran sueño saludable.

El problema es que un número muy importante de bebés y niños no se adaptan fácilmente al sueño en solitario. En occidente alrededor de un 30% de nuestros bebés y niños sufren una patología llamada Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos (abreviado como BIC por sus siglas en inglés), cuyo origen teórico son los "malos hábitos" del niño, y debe ser tratada con técnicas conductistas para redirigir el comportamiento.

Si nos paramos a escuchar a estos bebés y niños "enfermos" de BIC veremos que la principal razón de su "insomnio" es que necesitan la presencia de sus padres, especialmente su madre, para conciliar el sueño. O sea, necesitan sus condiciones naturales para dormir: necesitan colechar. Poned a estos niños a dormir con su madre y veréis que pronto se curan de su enfermedad. Pero un sector importante de la pediatría del sueño ni siquiera considera la posibilidad de que la causa principal del BIC pueda ser el sueño en solitario por sí mismo, o que el comportamiento de estos niños "enfermos" ante esta imposición sea un comportamiento determinado por su instinto de supervivencia, tal y como nos demuestran disciplinas como la biología evolutiva o la antropología. 

Por lo tanto tenemos dos razones principales que impiden a estos profesionales del sueño infantil occidentales identificar el verdadero origen del BIC:  La primera es este sesgo cultural que sufre  la pediatría del sueño y que le impide cuestionarse las razones por las que aconseja poner al bebé a dormir solo (esto está bien hecho porque se hace así, y se hace así porque está bien hecho); y la segunda es su visión unidisciplinar que ignora los datos provenientes de otras disciplinas como la biologia evolutiva y la antropología.

Así que, como el sueño en solitario no se identifica como causante del BIC, siguiendo la corriente de pensamiento de Haig, no se considera necesario cambiarlo. Por el contrario, se aconseja que lo fuercen por medio de técnicas de adiestramiento. Se refuerza el origen de la enfermedad pero la enfermedad se trata modificando el comportamiento del "enfermo" para que no manifieste su rechazo a someterse a dicha costumbre. Se tratan los síntomas a la vez que se ignora la causa.

En este punto a mí me gustaría hacer una pregunta: dado que para la pediatría del sueño occidental el sueño en solitario de nuestros hijos es algo tan incuestinablemente óptimo y beneficioso, ¿Cuales son los orígenes de esta costumbre? ¿Tiene por lo menos sus cimientos bien asentados en el método científico (ese al que estos profesionales recurren tanto para defender sus recomendaciones?

Desgraciadamente sus respuestas serán: 1) El origen no es un hecho concreto, sino diversas circunstancias del pasado, muchas de las cuales ya han desaparecido; y 2) en absoluto (ver este artículo de McKenna et al para más información). Así que desde la pediatría del sueño occidental nos imponen una costumbre sin bases científicas que, además, está provocando una patología llamada BIC, pero todavía nos dicen que, como el comportamiento natural no ha demostrado ser mejor, no tenemos ninguna razón para cambiarla.

Y lo cierto es que asegurar que no se ha demostrado que el colecho es mejor que el sueño en solitario, también es muy cuestionable. Hoy en día sospechamos que abandonar el comportamiento natural de nuestra especie, el colecho, también tiene toda una serie de efectos asociados que han sido sistemáticamente ignorados hasta que en el siglo pasado empezaron a realizarse los estudios necesarios para sacarlos a la luz. Si desde la neurología, la psiquiatría o la psicología no nos hubieran llegado todos esos descubrimientos que muestran el terrible efecto del exceso de estrés en el desarrollo neurológico y lo estresante que resulta para el bebé ser separado de su madre o la aplicación de técnicas conductuales basadas en el llanto, tal vez nunca se hubiera cuestionado ni el sueño en solitario ni la manera de conseguirlo.

Por eso resulta extremadamente cuestionable anteponer una costumbre cultural - establecida por unos determinantes presentes en una época pasada y que ya ni siquiera existen - a un comportamiento instintivo, establecido por miles de años de evolución y que está profundamente arraigado en nuestra naturaleza de mamíferos primates. No se trata de volver a vivir "en las cavernas". Se trata de respetar y aceptar lo que somos. Se trata de reconocer que la naturaleza, que también es madre de nuestro evolucionado neocórtex, tiene muchas razones que se nos escapan, por lo que todo lo determinado por ella merece un respeto mucho más profundo del que le estamos demostrando.

Porque los humanos tendemos a simplificar para poder estudiar y comprender, y esto nos lleva a cometer errores importantes, ya que la gran mayoría de fenómenos solo pueden llegar a ser mínimamente comprendidos desde un abordaje multidisciplinar. Que los efectos del sueño infantil en solitario solo hayan empezado a entenderse en profundidad cuando ciencias como la neurología o la antropología han añadido sus observaciones a la pediatría, demuestra la imperiosa necesidad de basar cualquier recomendación o tratamiento concerniente a la salud y el bienestar en una visión multidisciplinar. Sobre el sueño infantil no solo deben hablar los pediatras. También los biólogos, los antropólogos y los neurologos, por lo menos. Y seguro que todavía hay más profesionales, como los psiquiatras, los psicólogos o los pedagogos, con cosas que decir. 

Por lo tanto, creo que Haig va demasiado lejos cuando se atreve a afirmar que el sueño en solitario no debería ser cuestionado si no demuestra efectos patológicos, basándose en sus limitadísimas observaciones y teorizaciones. Y ya no digamos cuando se atreve a cuestionar a la lactancia materna como el mejor alimento para el bebé. Miedo me da que sus palabras caigan en las manos de estos pediatras televisivos y bestsellers que las utilizarían para sentar cátedra sobres sus métodos conductistas de adiestramiento.

Porque, por desgracia, todavía existen profesionales que echan mano de la ciencia que les interesa, descontextualizándola, para convertir afirmaciones todavía en debate en verdades establecidas, todo con el fin de conseguir unos buenos beneficios diseñando cuestionados tratamientos que venden a base de generar miedo. Para sacar la ciencia de su espacio natural, los congresos y publicaciones científicas, y lanzarla a la sociedad en forma de artículos o libros de divulgación hay que tener un mínimo de ética y moral, y hacerlo siempre con la intención de informar y nunca de escandalizar o manipular, aprovechándose de la autoridad que da un título universitario o un doctorado para convencer al lector no especializado de que una corriente concreta es la única ciencia que existe, cuando eso raramente es verdad porque, si algo existe en el mundo científico, es el debate. Así que, para ser sincera, no es realmente la hipótesis de Haig, o incluso su audacia, lo que me asusta de su trabajo. Es el mal uso que pueden llegar a hacer de él los que les conviene. Al fin y al cabo, lo de Haig es simple teorización y no sirve para hacer ningún tipo de recomendación.

De hecho, tal y como entiendo yo que afirman tanto Haig como McKenna, ningún estudio científico, ninguna visión uni-disciplinar, debería ser el punto final para lanzar recomendaciones a la población, sino siempre herramientas que ayuden a cuestionar lo nunca cuestionado, y a conseguir otras perspectivas que amplíen la visión original. Cuando se trata de dar  recomendaciones para la salud y el bienestar de la población hay que hacerlo desde comités multidisciplinares que analicen cada faceta de la realidad desde todos los ángulos posibles y, aun así, como bien dice McKenna, el "one size fits all" no es, en la mayoría de los casos, la mejor estrategia. Desde luego, en el mundo del sueño infantil, no.


2. Una Vida Basada en el Conflicto


Otro punto de esta polémica publicación de Haig que yo quisiera debatir es su afirmación de que el comportamiento establecido mediante la evolución no es obligatoriamente el mejor o más saludable para el bebé porque se ha establecido como resolución de un conflicto. El punto de partida de toda la hipótesis de Haig es que la relación madre/hijo se asienta en un conflicto de intereses. Como ejemplo de ello utiliza el embarazo: un estado que él considera inestable, menos eficaz y menos robusto (dadas todas las complicaciones asociadas), que cualquier otro sistema. Algo que, según él, es debido al conflicto de intereses entre la madre y el feto. De hecho, Haig  parte de que la evolución entera se reduce a la búsqueda del equilibrio entre innumerables conflictos. 

Hasta McKenna le da la razón y acepta la existencia de este conflicto inter-generacional. Y yo no puedo evitar ver aquí un sesgo cultural brutal. Y es que nuestra cultura está basada en el individualismo, la competencia y el conflicto. Cada individuo busca su propia supervivencia individual, su propia felicidad, su propia salud y, por lo tanto, entra en un conflicto continuo con sus semejantes por lo que todas sus relaciones se basan única y exclusivamente en encontrar el punto de equilibrio entre sus intereses y el del otro. Así que no es raro que estudiemos la naturaleza desde esta posición, y todo lo interpretemos desde el mismo punto. A mí misma me cuesta mucho salir de ahí y observar desde un punto totalmente diferente: el de la cooperación.

Porque ¿Realmente creéis que la vida se ha basado en el conflicto permanente para mantenerse? ¿Y si cambiamos de posición, nos quitamos nuestras gafas culturales e intentamos ir más allá ? Supongo que eso hizo en su momento el profesor Máximo Sandín, biólogo, profesor jubilado de la Universidad Autonoma de Madrid. Sandin aboga por una visión alternativa de la biología y de la vida, una visión basada en la cooperación y la cooordinacion y no en la competición y el conflicto. Según sus propias palabras:
"La concepción competitiva y reduccionista de las relaciones entre los seres vivos (incluso entre sus más íntimos componentes) ha conducido a una visión sórdida y deformada de la Naturaleza y ha provocado graves desequilibrios entre sus componentes fundamentales".
Si os interesa su obra y filosofía la encontraréis en su página web. Yo tengo como tarea pendiente para este verano leerle más profundamente porque, aunque estoy segura de que encontraré puntos para discrepar, su nuevo enfoque me parece sumamente interesante. Al menos el profesor Sandin se atreve a cuestionar lo establecido buscando un nuevo punto de partida desde el cual entender la biología. Sandin da un salto del conflicto y la competencia a la coopeeración y la colaboración.  

Porque si nos vamos al extremo del pensamiento hay una realidad incuestionable y es que ningún individuo de ninguna especie puede sobrevivir absolutamente aislado de todos los demás. Y lo cierto es que ésta sería la situación ideal desde el punto de vista de la resolución de conflictos ¿no? No hay congéneres, por lo tanto no hay conflictos. Pero ¡Que fallo! Sin congéneres no puedo sobrevivir. Por lo tanto cada uno de nosotros necesita a todos los demás. Pero ¿Para qué? ¿Para vivir en un continuo conflicto que solventar? ¿Realmente es esa toda nuestra finalidad y toda la finalidad de nuestros genes?

A lo mejor no. A lo mejor hay que buscar la respuesta en el extremo contrario para que tenga sentido. Necesitamos unos de otros para colaborar. Y esta no es más que una manera más científica y menos cursi de decir que necesitamos unos de otros para amarnos

¿Y hay un amor más venerado, reconocido e idealizado en nuestro mundo que el amor de una madre por su hijo? ¿Por qué hacemos ciencia sobre la relación madre e hijo partiendo desde el conflicto y no desde el amor? Pues porque esta corriente de pensamiento científico de Haig no es un fenómeno nuevo, sino que ya tiene años a la espalda. Como ya he dicho, nuestra cultura está basada en el individualismo, la competencia, la lucha de poderes y el dominio del fuerte sobre el débil. Por lo tanto, nuestra ciencia también. Por eso hemos basado la crianza de nuestros hijos en una ciencia basada en el conflicto, y los criamos desde la dominación y la competencia. Tus intereses contra los míos, tu bienestar contra el mío.

Si miramos con las gafas que se ha puesto el profesor Sandin veremos como, desde sus orígenes, la vida se ha basado en el amor - llámalo cooperación, llámalo atracción, llámalo colaboración, da igual - para mantenerse y evolucionar. Sin la simbiosis entre bacterias nunca existiría una célula eucariota. Sin la unión de las células eucariotas nunca existiríamos los seres pluricelulares. Sin la simbiosis entre eucariotas y procariotas no existiríamos nosotros. Que el conflicto entre los seres vivos - tanto de especies diferentes como de la misma - existe es innegable, pero no es necesario convertir este conflicto en el motor y la razón de todo. Por el contrario, casi podría considerarse que éste se manifestaría principalmente en los casos patológicos en los que el sistema no funciona o funciona mal. Así, el parásito que mata al huésped acaba matándose a si mismo, pero el simbionte que llega a un compromiso se beneficia él también. 

Y ahora mira los despertares nocturnos desde esa perspectiva y dime que ves. Yo veo una criatura creciendo, cuyo sueño tiene una arquitectura particular y en evolución, posiblemente porque su pequeño cerebro en desarrollo necesita pasar por esas fases para desarrollarse correctamente. Una criatura pendiente y dependiente de la presencia de su madre, su hábitat natural en este periodo de exterogestación. Veo una madre inundada de oxitocina y prolactina, desde cuyo cuerpo fluye todo lo necesario para mantener a su hijo con vida: calor, confort, olor, sonido y alimento. Veo un bebé abandonándose en su hábitat a la seguridad de estas señales. Veo una encarnación más del Amor que todo lo envuelve para que la vida siga.

¿Conflicto? Pues no, ahora no. Y desde esta posición me importa muy poco si estos despertares, además de todos los beneficios demostrados, retrasan la ovulación en la madre para permitir exclusividad a su hijo y todavía me importan menos todas las fórmulas matemáticas necesarias para demostrar estos teóricos conflictos-inter generacionales o intra-genómicos. Porque todo esto sólo son teorizaciones de la realidad que no reflejan ni un átomo de su inmensa complejidad. 

Donde Haig ve conflicto yo veo amor, cooperación, coordinación y colaboración. Donde él ve un comportamiento instintivo inútil yo veo un comportamiento complejo con múltiples funciones, la mayoría de ellas desconocidas para nuestra ciencia, todavía en pañales, a pesar de que nosotros nos creemos muy sabios. Donde él se atreve a afirmar con rotundidad que un comportamiento es desechable, yo solo siento un enorme respeto por la naturaleza que lo ha provocado, lo que me obliga a ser extremadamente cautelosa a la hora de recomendar nada desde un neocórtex no tan inteligente como se cree a sí mismo, y producto de la misma naturaleza que se está permitiendo cuestionar.

En resumén: creo que la característica más destacable del trabajo de Haig es su enorme sesgo cultural. Sesgo que se manifiesta, tanto en la ceguera que no le permite identificar el sueño en solitario como generador de una patología del sueño infantil, como en su consideración del conflicto como fuente y motor de la evolución y la vida. Como bien dice McKenna:
"En pocos lugares los valores sociales, las expectativas y las preferencias de la sociedad occidental industrializada están tan fuertemente reflejados como en los modelos clínicos de lo que se supone que es un sueño normal y una manera normal de dormir durante el primer año de vida del bebé. En el campo de la medicina pediátrica del sueño, por lo que parece, las interpretaciones culturales han predominado sobre las biológicas, a menudo sin que los propios científicos fueran conscientes" (McKenna  et at 2007).

Creo que precisamente este artículo es un ejemplo de tan sabias palabras.

Finalmente quiero dejaros aquí un vídeo tiernísimo que llegó ayer a mi muro de Facebook. En él podemos comprobar que el bienestar y la felicidad de la criatura humana depende de algo mucho más grande que nuestra ciencia y nuestra tecnología. Nuestras criaturas para ser felices necesitan, ante todo, nuestro contacto y nuestra presencia como muestra inequívoca de nuestro AMOR. Nada puede ocupar el lugar del cuerpo amoroso de una madre o un padre o cualquier ser humano dispuesto a cuidar, cobijar, proteger y amar.

La ciencia y la tecnología nunca podrán reemplazar al amor.



sábado, 5 de julio de 2014

EL SUEÑO INFANTIL ¿UN CONFLICTO DE INTERESES? (II)

UNA REALIDAD COMPLEJA NO SE DEBE SIMPLIFICAR


Como he explicado en el post anterior, el profesor David Haig ha publicado un artículo en el que presenta la hipótesis de que los despertares nocturnos durante la segunda mitad del primer año de vida de los bebés tienen como objetivo retrasar en lo posible un embarazo en la madre, a pesar de que comprometen el bienestar de la madre y del hijo al no permitirles un sueño más consolidado. Y es que, para Haig, la evolución natural no busca la salud, el bienestar o la felicidad de los individuos, sino simplemente la idoneidad para que sobrevivan y se reproduzcan. Acusa a los investigadores que estudian el sueño infantil desde una perspectiva evolutiva de mezclar los conceptos salud e idoneidad, y considera que adaptar nuestro comportamiento al considerado "instintivo" tal y como, según él, promueven dichos profesionales, no nos garantiza que sea más saludable o nos haga más felices. 

Estas provocadoras palabras de Haig han suscitado varias respuestas, entre las que se encuentra la de uno de los principales estudiosos del sueño infantil, el antropólogo profesor James McKenna, el cual en una publicación titulada Night Waking among Breastfeeding Mothers and Infants. Conflict, Congruence or Both?agradece al autor su trabajo y admite que le ha llevado a reflexionar profundamente sobre el tema. Reflexión que ha dado como resultado una respuesta meticulosa y fulminante ya que McKenna tiene una amplia experiencia en la investigación del sueño de la madre y del bebé desde su laboratorio del sueño en la Universidad de Notredam (Indiana). Y es precisamente esta experiencia la que le lleva a afirmar que :
"Difícilmente la perspectiva de Haig puede pasar por encima de lo que la ciencia empírica ha demostrado que son factores críticos, funciones y procesos fisiológicos interdependientes, posiblemente gobernados por múltiples genes y que seguramente explican mucho mejor los despertares nocturnos de los bebés".

Además de McKenna, la doctora en antropología Katie Hindeespecialista en el estudio de la lactancia materna desde el punto de vista evolutivo, también responde en su artículo Essential tensions in infant rearing con fuertes argumentos que cuestionan la hipótesis de Haig. Otras respuestas (1 y 2) provienen del biólogo evolucionista (y poeta) Jon F Wilkins y del neurólogo Patrick McNamara pero, a diferencia de McKenna y Hinde, no cuestionan lo establecido por Haig sino que más bien se limitan a ofrecer y complementar la hipótesis de Haig con sus puntos de vista basados en sus propias especialidades. McNamara introduce los conceptos de apego seguro e inseguro y su influencia en el número de despertares nocturnos, así como en la arquitectura del sueño, y Wilkins profundiza un poco más en el concepto de conflicto intergeneracional y sus consecuencias. Como Haig, considera los despertares nocturnos como un efecto colateral innecesario y nocivo, absolutamente prescindibles en el momento en el que alargar el intervalo entre nacimientos ya no supone una ventaja evolutiva.

En este artículo me centraré principalmente en los argumentos de McKenna y Hinde ya que son los que abren debate sobre lo establecido por Haig. Un debate interesante e intenso en el que cada investigador expone su "parte del elefante" con la intención de profundizar un poco más en el conocimiento de todos estos temas tan complejos, y todavía llenos de misterios, como son el sueño, el desarrollo infantil y la evolución humana.


1- ¿Quién Despierta a Quién?


McKenna basa su respuesta en su larga carrera profesional, durante la cual ha realizado numerosas observaciones, directamente con vídeos infrarrojos y/o electroencefalograma, de las diversas circunstancias en las que los bebés se despiertan por la noche. Esta amplia experiencia obtenida con este tipo de metodología le ha permitido apreciar fenómenos que otros investigadores del sueño infantil ignoran, ya que por su sutileza pasan desapercibidos cuando se utilizan técnicas más fáciles de manejar pero menos directas y sensibles, como la actigrafía, los diarios de sueño o las encuestas.

Una de sus observaciones que más cuestiona los argumentos de Haig es que, además del hecho de que el bebé no siempre se despierta para mamar (a veces un simple susurro o un toquecito son suficientes para que sigan durmiendo), él no es el único responsable de los despertares nocturnos cuando colecha. En el 40% de los despertares observados la madre se despertaba 2 segundos antes que su hijo, por lo tanto, se puede suponer que fueron provocados por ella. Además, las causas que los motivan son diversas: desde la termoregulación (en ambientes cálidos se despiertan más) hasta los patrones de respiración (las apneas inducen despertares y son más frecuentes en unas fases del sueño que en otras). Y es que existe una exquisita sincronía en el comportamiento, la arquitectura del sueño, los patrones respiratorios y la temperatura corporal del bebé con los eventos fisiológicos y comportamentales de la madre.

Desde el cuerpo de su madre el bebé recibe toda una serie de señales que le mantienen en un sueño que le permite despertarse con facilidad, y es interesante observar como, durante el colecho, el cuerpo del bebé se orienta hacia su madre durante un 100% de la noche. McKenna opina que gracias a esta gran sensibilidad por las señales que emanan del cuerpo de su madre el bebé es capaz de despertarse cuando es necesario, manteniéndose más tiempo en los estadios de sueño I y II y no en los más profundos, como hacemos los adultos, lo que será imprescindible para evitar la muerte si  se encuentra en una situación potencialmente peligrosa para su vida en este periodo de inmadurez, como, por ejemplo, una apnea prolongada. Esta compleja interrelación entre la madre y el bebé mientras ambos duermen lleva a McKenna a afirmar que los despertares nocturnos cumplen lo que Myron Hofer denominó efectos reguladores ocultospiedra angular del trabajo de McKenna y que pueden conllevar también beneficios ocultos.

Por lo tanto, McKenna especula con la posibilidad de que las madres hayan evolucionado para provocar también los despertares nocturnos, ya que así aumentan las posibilidades de supervivencia de sus bebés, además de que, gracias a las tomas frecuentes, su propia salud también se beneficia (recordemos que la lactancia protege a la mujer de enfermedades como el cáncer de mama y ovario). Esto le lleva a afirmar que uno de los grandes retos para la hipótesis de Haig va a ser encontrar en ella un lugar  para todos esos otros beneficios demostrados de las tomas nocturnas, tanto para la madre como para el bebé.

La doctora Katie Hinde presenta otra posible explicación a los numerosos despertares nocturnos al resaltar el hecho de que se ha observado que aumentan hacia los 6 meses de vida, coincidiendo en el tiempo con la introducción de la alimentación complementaria. Esto le lleva a proponer que cambios en el aparato digestivo del bebé provoquen un estado de incomodidad y ansiedad que afecte la calidad de su sueño. Resalta, además, el hecho de que existen especies de primates en los que se observan también despertares y tomas nocturnas, pero en los que la lactancia no está relacionada con la inhibición de la ovulación. Todo ello le lleva a afirmar que la hipótesis de Haig de que el objetivo principal de las tomas nocturnas es inhibir la ovulación debe tomarse, cuanto menos, con precaución.


2- La Lactancia Materna: No solo Ocurre por la Noche.


Otro factor importante a tener en cuenta, según McKenna, es que la lactancia es una actividad que se da las 24 horas del día y que la frecuencia con la que maman los bebés por la noche sufre una enorme variabilidad y es dependiente de la dinámica diurna. No se puede analizar la lactancia nocturna sin considerar la diurna. Por lo tanto, los requerimientos metabólicos y de crecimiento de los bebés y la disposición y habilidad de su madre para cubrirlos deben ser analizados a lo largo de las 24 horas del día si se quiere comprender detalladamente el papel que tiene la lactancia materna nocturna en el incremento del intervalo entre nacimientos.


3- La Composicion de la Leche Humana No Solo Depende de la Madre y Sí es lo Mejor para Nuestros Bebés


La hipótesis presentada por Haig de que las propiedades soporíferas de la leche materna demuestran el interés de la madre por que el bebé consolide su sueño ya que su intervalo entre nacimientos óptimo es más corto que el del bebé - y que le lleva a cuestionar que la leche materna sea lo mejor para el bebé - también ha suscitado las respuestas de Hinde y McKenna.

Hinde cuestiona las palabras de Haig con el argumento de que la cantidad y composición de la leche materna no solo depende de la madre, sino también del bebé, el cual puede influir sobre ambas por medio de las tomas. De hecho, el bebé puede influir en la producción de leche futura ya desde la época prenatal mediante el envío de señales que traspasan la placenta.

Ante la afirmación de Haig de que la leche humana está diseñada para digerirse lentamente y producir así el sueño, McKenna señala  que en realidad ésta es mucho mas rápidamente digerida por el bebé que la leche de vaca adaptada, la cual por sus propiedades no solo dificulta el tránsito intestinal sino que incluso produce una cierta inflamación en el intestino. Al final del artículo, McKenna resalta el hecho de que cada año 720 bebés mueren en nuestra sociedad occidental por no ser amamantados. Esto nos demuestra que, a día de hoy e incluso en nuestra rica sociedad industrializada dotada de las mejores leches adaptadas, la leche humana sigue siendo lo mejor para garantizar la supervivencia de nuestros bebés, y además nos lleva a considerar que, dado que el efecto protector de la misma es del tipo dosis/respuesta (cuanto más continuas sean las tomas y más leche se consuma más protegidos están el bebé y su madre), ésta no es sino una evidencia más de los múltiples beneficios que suponen para madre e hijo despertarse a realizar tomas por la noche.


4- El Conflicto Intragenómico 


En cuanto al conflicto intragenómico entre los genes maternos y paternos, McKenna señala que para sostener esta hipótesis sería de gran valor la existencia de evidencias empíricas de que, en estos niños que sufren los síndromes de Prader-Willis y Angelman, los genes paternos promueven los despertares y los maternos un sueño consolidado. Y es que existe una enorme variabilidad en la manifestación de síntomas de estas enfermedades en los individuos afectados, por lo que McKenna, tras leer diversas revisiones sobre este tema, se pregunta si hay suficientes evidencias como para asegurar que este patrón de comportamiento se cumple en el número de casos suficiente como para hacer una generalización. También cuestiona la posibilidad de deducir la función normal de unos genes a partir de unas patologías tan complicadas. Por lo tanto, considera que estos desórdenes genéticos son evidencias débiles de la función adaptativa del ADN, sobretodo cuando  producen numerosos efectos y dan pocas pruebas sobre la función real de los genes implicados.


5- El Papel de la Cultura: ¿Qué es "Dormir Mal?


Otra de las críticas de McKenna va dirigida al hecho de que Haig ha descartado totalmente las influencias culturales. La percepción de lo que es o no es un sueño "problemático" o de los "costes" que tienen los despertares nocturnos para la madre tiene una evidente base cultural que no puede ser obviada. Por ejemplo, en nuestra cultura occidental las expectativas de los padres respecto al sueño de sus hijos son producto de una ideología social que nada tiene que ver con la naturaleza del bebé. Este fenómeno, junto a la imposición cultural de poner a los bebés a dormir en solitario, determina nuestra visión del sueño infantil como difícil y problemático incluso antes de tener a nuestro hijo en nuestros brazos. Una visión que no es compartida por la mayoría de culturas en las cuales nunca se ha cuestionado ni debatido el dónde o cómo debe dormir un bebé. También hay que resaltar el hecho de que el sueño consolidado adulto de nuestra cultura no es una característica universal, tal y como apunta Hinde en su respuesta. La expectativa de que madre e hijo deben dormir toda la noche es, sin duda, un artefacto cultural.

Todo esto lleva a McKenna a afirmar que en nuestra cultura muy probablemente el comportamiento infantil durante el sueño es mucho más problemático de lo que la evolución ha determinado y de lo que sería en otras condiciones.


6- Salud versus Idoneidad. Conflicto Intergeneracional.


En un punto importante McKenna si está de acuerdo con Haig: la evolución no siempre va a maximizar la supervivencia del bebé ya que la supervivencia de cada hijo no siempre conlleva el mayor éxito reproductivo de los padres. De hecho McKenna opina que su punto de vista no excluye obligatoriamente el de Haig y admite que ambas partes tienen su parte de razón. Argumenta que mientras un comportamiento determinado no reduzca la idoneidad, puede tener funciones beneficiosas, o incluso oportunísticamente beneficiosas, que complementen el objetivo inicial o incluso lo reemplacen. De esta manera, si un bebé puede retrasar la llegada de un hermano, asegurándose los recursos para su supervivencia en exclusiva por más tiempo, los despertares nocturnos tendrán un valor añadido al resto de beneficios.

Por lo tanto McKenna no niega en absoluto la existencia de un conflicto intergeneracional entre madre e hijo y no está idealizando lo que Bowlby llamó Ambiente de Adaptación Evolutiva (Environment of Evolutionary Adaptedness, o EEA), ni espera que toda la sociedad occidental vuelva a la vida del pleistoceno para vivir feliz y en armonía, tal y como le acusa Haig en su artículo. De hecho, el propio McKenna incorpora el concepto de compensación y la teoría de la historia de la vida en sus estudios sobre el sueño de las madres y los bebés.

Por su parte Hinde introduce el concepto de Ambiente Adaptativo Relevante (Adaptively Relevant Enviroment, ARE), definido por Irons en 1998, y que en este contexto se definiría como  todo el conjunto de interacciones con su madre y su comunidad que permiten al bebé recibir lo necesario para su supervivencia, como la alimentación, la termoregulación y el apoyo socioemocional. Resalta que es precisamente de noche cuando las crías primates pueden maximizar este contacto debido a la ausencia de las actividades diurnas. A pesar de que los humanos nos movemos en un ambiente muy alejado de nuestro EEA, todos los bebés de todas las culturas necesitan desarrollarse en su ARE, pero en nuestra sociedad existen importantes divergencias con este último, como puede ser en el uso de leche adaptada o el sueño en solitario. Este hecho, sin duda, altera tanto la coordinación como el conflicto entre madre e hijo, aumentando la magnitud de los problemas en el sueño de la madre.


7- Del Dicho al Hecho


Finalmente, McKenna hace hincapié en la dificultad que supone dar el salto entre el mundo de la investigación y las recomendaciones dirigidas a toda la sociedad. De hecho, se considera uno de los mayores críticos de la tendencia actual que presentan las autoridades médicas a simplificar lo complejo por medio de recomendaciones generales para todo el mundo, al estilo "one-size-fit-all". Según McKenna, esta costumbre ha puesto muchos bebés en peligro en el pasado y lo sigue haciendo en el presente, a pesar de que es innegable que la pediatría occidental también ha salvado muchas vidas, sobretodo en otros dominios.

Esto ha sido debido principalmente a que el bebé durmiendo en solitario y alimentado por biberón de leche adaptada es el sujeto modelo de sueño saludable que se estudia en los laboratorios del sueño de la sociedad occidental industrializada. Pero a día de hoy un 77% de las madres amamanta a su bebé, lo que por sí mismo invalida este modelo de desarrollo del sueño infantil basado en los bebés alimentados con biberón. Y no podemos olvidar que los determinantes culturales forzaron al mundo de la pediatría a recomendar unos cambios en absoluto respaldados por el método científico, como son:
  • Del colecho al sueño en solitario
  • De la lactancia materna a la alimentación a base de leche adaptada
  • De poner al bebé a dormir sobre su espalda a ponerle a dormir sobre su barriga
Cada uno de estos cambios está independientemente asociado con la muerte súbita e inesperada del infante (sudden unexpected death of an infant, SUDI), y McKenna estima que han provocado unas 400.000 muertes de bebés. 

Por lo tanto, para McKenna, la confluencia de datos sobre evolución, interculturales e interespecíficos sirve como un poderoso punto de partida para hacernos preguntas nunca antes hechas sobre el sueño infantil y los arreglos para dormir en la sociedad occidental industrializada. Pero toda estas ideas y observaciones basadas en la evolución en ningún momento son el punto final que nos determine como usar lo aprendido. Lo más importante es que los padres deben ser empoderados y ellos, y únicamente de ellos, tienen el derecho a tomar decisiones basadas en una información completa y neutral, y no filtrada por unas instituciones médicas que deciden lo que deben o no deben saber

McKenna termina su publicación haciendo referencia al "muy aislado" comité de 7 personas de la Academia Americana de Pediatría que publica las recomendaciones sobre como poner a dormir a los bebés, deseando que fueran más sensibles a las razones que llevan a los padres a decidir colechar con sus hijos, dado que dicho comité desaconsejo el colecho (entendido como compatir superficie para dormir, no solo habitación) sin ofrecer alternativas como el colecho seguro o la cuna sidecar.

En resumen: para McKenna o para Hinde, los despertares nocturnos son un comportamiento complejo que no puede ser estudiado fuera de su contexto cultural. Aunque es evidente que la frecuencia de las tomas, día y noche, influye en el intervalo entre nacimientos, los despertares nocturnos son un fenómeno mucho más complejo que el presentado por Haig, con múltiples propósitos y causas y que conllevan asociados numerosos beneficios ocultos. Por lo tanto, cualquier recomendación sobre el sueño infantil basada en unas recomendaciones generales (del tipo "one size must fit all") nacidas de la simplificación forzada de una realidad compleja, no solo será muy probablemente inapropiada, sino que puede llegar a ser incluso peligrosa.

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viernes, 4 de julio de 2014

EL SUEÑO INFANTIL ¿UN CONFLICTO DE INTERESES? (I)

LOS DESPERTARES NOCTURNOS DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL CONFLICTO INTERGENERACIONAL.


Hace unas semanas llegó a mis manos un artículo publicado en enero de este año por David Haig en la revista Evolution, Medicine and Public Health, y que llamó mi atención por su peculiar mirada sobre el sueño infantil desde la biología evolutiva. Concretamente interpretaba los múltiples despertares nocturnos de los bebés durante la segunda mitad de su primer año de vida como una adaptación para conseguir retrasar la ovulación de la madre y, con ello, el siguiente embarazo y la llegada de un hermano pequeño; hecho que en ciertas condiciones ancestrales, todavía presentes actualmente en algunas culturas de la tierra, disminuiría significativamente las posibilidades de supervivencia del hijo mayor. 

Lo cierto es que cuando leí el resumen del artículo sentí cierta incredulidad, y pensé que esto no dejaba de ser una teoría más nacida del limitado punto de vista de un especialista que todo lo mira desde los límites de su especialidad. Algo que sigo pensando, porque ya sabemos que cada especialidad científica suele limitarse a palpar e interpretar su "parte del elefante" y que solo una visión interdisciplinar puede acercarnos mínimamente a la realidad. Pero, a pesar de todo, reconozco que leer cuidadosamente el artículo completo me ha hecho reflexionar profundamente sobre las bases de mi filosofía y mis creencias sobre crianza, y siento que esta nueva visión, a pesar de ser contraria a la mía, me ha enriquecido y ayudado a asentar mis propias conclusiones en bases más sólidas. 

Y por lo que parece no he sido la única "removida" por las palabras de Haig. El artículo ha generado un rico debate en el cual cabe destacar la participación de uno de los profesionales más emblemáticos e influyentes dentro del mundo científico del sueño infantil, el profesor James McKenna, que es además uno de los más populares y queridos internacionalmente dentro del mundo de la "crianza respetuosa".

No puedo menos que sospechar que algunos profesionales de la pediatría utilizan argumentos semejantes a los de Haig para apoyar sus tratamientos contra el Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos de cara a los padres, tanto desde sus consultas como desde los medios de comunicación de masas. Por eso me ha parecido interesante traeros este artículo y el debate que ha suscitado. Como va a ser largo lo dividiré en tres artículos. En el primero os explico el artículo original de Haig. En el segundo profundizaré en la respuesta de McKenna y de otra antropóloga, la doctora Katie Hinde. Y en el tercero expondré mis propias conclusiones, además de algunas de las contra-respuestas de Haig a los dos antropologos citados anteriormente. 

Interpretar los despertares nocturnos de los bebés como un intento de retrasar al máximo el siguiente embarazo de la madre no es nuevo. Como el mismo Haig informa en su artículo, en el año 1987 Bluntor Jones y da Costa ya publicaron un artículo presentando esta hipótesis. Evidentemente, con esta aproximación no pretendían decir que el bebé tuviera conscientemente la intención de evitar que su madre ovulara para retrasar el siguiente embarazo. Lo que ocurre es que, en los albores de la humanidad, los bebés que se despertaban más y mamaban más tenían madres que ovulaban más tarde, retrasando así el siguiente embarazo y aumentando no solo sus posibilidades de supervivencia sino también de tener descendencia y de pasar este comportamiento a sus hijos. 

Esta capacidad anticonceptiva de la lactancia materna era ya un hecho ampliamente conocido en el momento en que salió esta publicación, pero Bluntor Jones y da Costa sacaron a la luz un detalle importante: el intervalo entre nacimientos óptimo es más corto para los padres que para los hijos. Dicho con otras palabras: el intervalo entre nacimientos que mejor garantiza la supervivencia de cada hijo no es el mismo que el que mejor garantiza el mayor número de descendientes vivos a los padres. Esto significa que existe un conflicto intergeneracional entre los intereses de ambos: un conflicto de intereses que puede llegar a resolverse con una situación que no sea la más óptima y saludable para alguna o ninguna de las dos partes, pero que mantenga el equilibrio y permita que el sistema funcione. 

Se puede llegar así a sacrificar salud y bienestar por idoneidad (la palabra utilizada en inglés es "fitness"). En este caso en concreto, en el contexto de los despertares nocturnos de los bebés, Haig opina que el niño está sacrificando un sueño más consolidado, lo que actualmente algunos consideran más saludable para su desarrollo cognitivo y su salud en general, por retrasar todo lo posible la ovulación de su madre, retrasando así la llegada de un nuevo hermano. Por su parte, a la madre le interesa que el bebé tenga un sueño lo más consolidado posible, por lo que utiliza todas las herramientas que tiene a su alcance, como por ejemplo la composición de la leche materna nocturna que favorece el sueño. Esta linea de pensamiento anima a Haig a hacer una afirmación extremadamente polémica: No hay ninguna garantía de que la leche materna sea el alimento ideal para el bebé, ya que estaría diseñada para favorecer los intereses de la madre, los cuales no son necesariamente los mismos que los del bebé, a pesar de que haya un solapamiento importante. 

El hecho de que los bebés alimentados con biberón de leche adaptada, o que los que son adiestrados a no recibir leche materna humana por la noche, tengan un sueño más consolidado que los bebés alimentados a demanda con leche humana por la noche, es prueba para Haig de su teoría. Según su razonamiento este fenómeno seria interpretado como la inactividad facultativa de una función no efectiva: el bebé ya no reclama por la noche porque esta acción no produce el efecto deseado, esto es, consumir leche humana para retrasar la ovulación de la madre. Los bebés alimentados con leche adaptada consolidan su sueño porque sus reclamos - esto es, su sacrificio del sueño consolidado - no sirve para retrasar la ovulación. Los bebés adiestrados a no recibir lactancia materna por la noche consolidan su sueño porque aunque se despierten no van a recibir lactancia materna y por eso este comportamiento no es útil para retrasar la ovulación. 

A parte de este conflicto intergeneracional, Haig describe también un conflicto intragenómico - esto es, entre los genes de origen paterno y los de origen materno - dentro del mismo bebé. Para defender su visión se basa en dos síndromes, cada uno consecuencia de la delección total o parcial de genes en el cromosoma 15:
  • El Síndrome de Prader-Willi. Resultado de una delección en el cromosoma 15 paterno y en el cual uno de los síntomas que tienen los bebés afectados es que no maman con efectividad y duermen en exceso.
  • El Síndrome de Angelman: Resultado de una delección en el cromosoma 15 materno. Los bebés afectados tienen un sueño inquieto con muchos despertares nocturnos.
Ambos síndromes son para Haig prueba de como los genes maternos inducirían un sueño más consolidado, entrando en conflicto con los genes paternos que favorecerían los despertares nocturnos. Por lo tanto los genes de origen paterno serían seleccionados para favorecer intervalos entre nacimientos más largos que los genes de origen materno. La competición entre ambos tipos de genes hace a Haig suponer que la maduración del sueño infantil desde un sueño más inestable a uno más profundo y consolidado no es un proceso precisamente armonioso ya que sería el resultado del conflicto generado por los diferentes genes. Conflicto que disminuiría con el tiempo a medida que el bebé madura y aprende a dormir todo la noche. Por lo tanto, la arquitectura del sueño infantil solo sería como una especie de caos estructural resultado de la puesta en común de planes contradictorios.

No hace falta decir que con este artículo Haig lanza una bomba a las bases de la que hoy en día llamamos "crianza natural", cuyos cimientos son precisamente el respeto por los comportamientos considerados "instintivos" tanto en los hijos como en los padres, y que se basa en disciplinas como la medicina evolutiva o la pediatría evolutiva. Y la onda expansiva no solo afecta al sueño infantil, sino a todos los niveles de esta filosofía, incluida la hasta ahora intocable lactancia materna. Según Haig, la escuela de pediatría evolutiva ignora sistemáticamente las consideraciones que conllevan estos conflictos intergeneracional e intragenómico porque según ella las necesidades de los hijos y las respuestas de los padres estarían diseñadas por la selección natural para maximizar la probabilidad de supervivencia del hijo y, con ello, el éxito reproductivo de los padres. Pero Haig nos dice que esto no es así ya que las condiciones que maximizan la idoneidad para padres e hijos no son las mismas

En el contexto del sueño infantil todo esto lleva a Haig a afirmar que, aunque es cierto que las condiciones actuales en las que ponemos a dormir a los niños en la sociedad occidental están lejos de las que han existido durante gran parte de la evolución humana del sueño, y aunque ciertamente debemos preguntarnos si estas diferencias tienen consecuencias para la salud de los niños, sería irresponsable recomendar cambiarlas basándonos en esta discordancia sin evidencias epidemiológicas de los daños causados. Porque, según él, la discordancia entre las dos condiciones solo será problema si produce una patología. 

Haig finaliza su artículo haciendo referencia a lo que Bowlby denominó como Ambiente de Adaptación Evolutiva (Environment of Evolutionary Adaptedness, o EEA). Con este término Bolwby definió lo que sería el ambiente en el cual una especie ha evolucionado y que, por lo tanto, es el que determina lo que finalmente ha llegado a ser. Según este científico, cada sistema biológico trabajará de manera eficaz solo en este ambiente y ninguna característica de una especie, ya sea su morfología, fisiología o comportamiento, puede ser comprendida o discutida de manera inteligente si no es en relación con su EEA. 

Para Haig, identificar el EEA con el ambiente idóneo que produce un máximo bienestar mezcla los conceptos de idoneidad y salud. Haig opina que no evolucionamos para estar sanos y ser felices, sino que evolucionamos para ser idóneos, y seremos más o menos felices, tristes, amables, crueles, generosos, o rencorosos según estas características nos acerquen al estado de máxima idoneidad. 

Según sus propias palabras:
"Podemos aspirar a quedarnos con las adaptaciones más positivas de nuestro repertorio mientras desechamos las negativas, y podemos aspirar como colectivo a la salud y el bienestar. No hay un paraíso perdido en perfecta harmonía entre madre e hijo. Lo que era lo mejor para uno no era lo mejor para el otro. Ellos nunca fueron un único cuerpo y una sola carne. Los conflictos genéticos dentro de la familia son parte de nuestra herencia biológica, tanto como el amor y el cuidado de nuestros niños". (La negrita es mía). 
En resumen: Haig considera que el comportamiento instintivo no lleva obligatoriamente a una situación más saludable o feliz ya que la evolución trabaja para lograr un equilibrio dentro de los conflictos entre las diferentes partes. Por lo tanto, para este científico, basarse en que un comportamiento es instintivo para defenderlo, o considerar que un comportamiento alejado del instintivo es por defecto pernicioso, no tendría sentido si no se ha demostrado previamente que esta situación produce una patología.

Y hasta aquí mi presentación del trabajo del profesor David Haig. En el próximo post os presentaré la respuesta de dos de sus colegas. Uno es el profesor James McKenna, antropólogo y director del Laboratorio del Comportamiento del Sueño de la Madre y el Bebé de la Universidad de Notre Dame (Indiana, USA), al que seguro que todos conocéis por su defensa del colecho y sus estudios sobre el sueño de la madre y su hijo. Y la otra es la doctora en antropología Katie Hinde, profesora asistente en la Universidad de Harvard con una amplia experiencia en la investigación sobre lactancia y evolución.

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