"Te quiero mil veces mil millones"
Esas han sido hoy las primeras palabras matutinas de mi hijo pequeño, tras abrir los ojos y verme tumbada y medio dormida a su lado. Después se ha acurrucado entre mis brazos. Yo estaba acostada de lado y, detrás de mí, todavía dormía el mayor. A los pocos minutos se ha despertado y ha buscado mi contacto. Todavía medio dormido ha alargado el brazo por encima de mi cuerpo para acariciar la mejilla del pequeño, acurrucado frente a mí. Luego me ha pedido que me volviera para apoyar su cabeza en mi pecho. Nos hemos quedado así un ratito hasta que ambos han decidido que les apetecía levantarse. Hoy es Domingo, y eso hay que aprovecharlo.
De repente he recordado que en medio de la noche el mayor, entre sueños, ha soltado "¿A dónde me llevas? ¿A dónde me llevas?" Por alguna razón eso me ha inquietado ¿Qué estará soñando? ¿Tendrá miedo de que alguien lo lleve a alguna parte? Tengo que preguntarle a ver si recuerda....... No es raro que en medio de la noche alguno hable dormido. A veces son muy divertidos. Mezclan idiomas y se inventan nuevos e incomprensibles. No deja de tener algo de misterio. Muchas veces sus preocupaciones y miedos se intuyen en esos discursos nocturnos.
Hace algunas noches tuvimos trifulca con el mediano, que se acostó llorando. Estaba muy enfadado. Cómo el enfado era conmigo se acurrucó entre los brazos de su padre para dormirse. A los pocos minutos me buscó en la penumbra y - todavía enfadado, eso seguro- se agarró a uno de mis brazos. El mensaje es claro: no importa hasta que punto llegue nuestro disgusto. Nuestro amor siempre es más grande.
Desde que colechamos toda la familia hay un detalle que me llama poderosamente la atención: la necesidad de contacto de mis hijos. Incluso en pleno verano, con la habitación a casi 30 grados, ellos buscan el contacto para dormirse. Y yo, acostumbrada a dormir sola, en completa oscuridad y silencio, he tenido que sufrir años de "re-programación" para descansar adecuadamente en una cama de 4 metros con tres niños y un adulto más. Y, no lo voy a negar, no ha sido fácil. Tal vez os preguntéis entonces que qué necesidad de pasar por ello. Cómo bien dice el famoso doctor Estivill, la familia solo duerme junta cuando no tiene posibilidades de dormir separada. Al menos los hijos de los padres. Las parejas sí que duermen juntas, tengan o no posibilidades de lo contrario. Es la norma en nuestra cultura y no hacerlo se ve raro y es generalmente criticado.
Pero el caso es que, para mí, la necesidad de re-programación empezó ya con el matrimonio, antes de los niños. Dormir con mi marido ya me supuso una enorme adaptación porque cualquier ruidito ya me molestaba. Pero lo hice, porque quería dormir con él y además era el comportamiento socialmente aceptado. Nadie me aconsejó que durmiera en otra cama, más bien todo lo contrario. Mi madre lleva 60 años durmiendo con mi padre, un hombre cuyos ronquidos se oyen desde la calle (con las ventanas cerradas). Cuándo hace años le aconsejábamos que se fuera a dormir a otra habitación, que así no podía seguir ya que los ronquidos de mi padre parecían incurables, ella decía que nunca haría tal cosa. Que dormir juntos le daba al matrimonio ese espacio diario de intimidad y reconciliación imprescindible para el amor. Con los años mi madre se ha ido quedando sorda, y yo creo que ha sido pura adaptación de supervivencia: sin oír se puede vivir, sin dormir no.
El caso es que, cuando llegaron los niños y empezaron las excursiones nocturnas entre su habitación y la nuestra, decidimos que mantener esa ridícula situación de habitaciones separadas no era nada práctico, así que nos pusimos todos en una. Y sí, de aguantar los ruiditos, ronquidos y pataditas de mi marido pasé a aguantar los de mi marido y uno, dos o tres niños, depende de la época, además de las continuas demandas de teta de alguno de ellos (de los niños, quiero decir). Lo curioso es que si comentaba entonces mis problemas de sueño todos me aconsejaban sacar a los niños, pero nadie sacar al marido.
¿Y por qué? Entonces venían los argumentos sobre la necesidad de este espacio de intimidad y reconciliación de la pareja. Y es cierto. La pareja pierde espacio. Mucho. Aunque puedas practicar el sexo en el resto de la casa y escaparte de la cama familiar en cuanto los peques se duermen, en el día a día la cama familiar ya no es compatible con la cama matrimonial y todo lo que supone, más allá incluso de las sagradas relaciones sexuales.
Pero de lo que nadie habla es de un espacio para la intimidad y reconciliación familiar. Y eso es lo que nosotros hemos descubierto en nuestro colecho. Porque durante el día hay muchos roces, riñas, tensiones, estrés, etc... poco tiempo para abrazos, caricias y palabras a media voz. Ese momento llega al anochecer, entre la suavidad de las sábanas de nuestra megacama de casi 4 metros. Y cuando llega la hora de acostarse, con los peques bañados y "empijamados", tras los últimos saltos acrobáticos entre almohadas nos tumbamos juntos, con un libro de Sams (en alemán) o de Harry Potter (en español) entre las manos. Con un niño a cada lado, mientras el tercero se queja de que no tiene sitio y el padre se queja de que ninguno quiere con él. Y tras apagar la luz viene el acurrucamiento colectivo, la suavidad de su olor infantil, el abandono a la seguridad de su presencia. Es el momento en el que sientes que están bien, están seguros ahí, a tu lado. Que no los quieres en ninguna otra parte. El que se acostó enfadado recibe un "arrascamiento" de espalda extra. El mayor rodea al pequeño con su brazo para reconfortarlo. Allí, a tres niños de distancia, el padre de las criaturas. Muy cansados ambos y con pocas ganas de escarqueos sexuales. Posiblemente él con la testoterona por los suelos de tanto colechar y yo con la prolactina por las nubes de tanta lactancia. No importa, es el momento de mater/paternar. No durará mucho más porque ellos crecen rápido y el día menos pensado los tendremos fuera de nuestra enorme cama, y de nuestra casa, viviendo su propia vida.
Es el colecho familiar el que me ha mostrado una gran realidad: para dormir bien lo único que necesitas realmente es sentirte seguro. Todo lo demás son programaciones culturales. No ciencia, ni siquiera ciencia médica. Esta afirmación tiene un enorme sentido desde el punto de vista de la biología y conllevaría un cambio radical en el abordaje de la medicina del sueño. Pero como dudo que esos doctos especialistas estén interesados en nada que no esté "metodocientíficamente" demostrado, seguirán intentando curar el insomnio de la soledad y la inseguridad a base pastillas o técnicas conductistas.
Y yo lo siento en el alma por todos esos niños que serán programados para dormirse solos, en completa oscuridad y silencio, como lo fui yo, y que en el futuro, ante la necesidad de seguridad y proximidad de sus propios hijos, no tendrán más opción que elegir entre una dolorosa re-programación (para ser capaces de descansar en compañía de ruidos, patadas y lactancia) o repetir un patrón impuesto por determinantes culturales cambiantes y caducos que difícilmente cubre las necesidades afectivas más profundas del ser humano.