lunes, 31 de enero de 2011

LA HISTORIA DE CHUS

Hoy quiero ofreceros la historia de Chus. Hace unos meses nos "ciber-conocimos" y tuve la oportunidad de leer su experiencia como madre soltera. A raíz del artículo "Historias montadas" nos hemos vuelto a poner en contacto y le he pedido su historia para poder compartirla con todos vosotros. Una historia contada con el corazón en la mano. Muchas gracias Chus.


Relato de una Mujer que, habiendo Parido, no Llegó a Ser Madre.


Me llamo Chus. Soy una de las mal llamadas “madres biológicas” que entregó voluntariamente su bebé en adopción el mismo día de su nacimiento.

María me ha pedido mi historia para publicarla en su Blog y me ha parecido bien compartirla con vosotras, las madres.

A través del contacto con hijos adoptados, que también me han regalado sus historias, he conocido sus luchas, sus angustias, sus miedos… ¿Son los de mi hijo?. He aprendido a comprenderles, a aceptarles y a compartir su aflicción. Pero sobre todo, he ahuyentado el miedo a que un día él, el bebé que di en adopción, convertido en adulto por el transcurso tiempo, me encuentre y me mire fríamente a los ojos, no quiera comprender el por qué decidí abandonarlo, me juzgue y me condene.

Os voy a contar retazos de mi vida a fin de que, a través de mi historia, tratéis de poneros en el lugar de tantas y tantas mujeres que, como yo,  el único delito que cometimos fue quedarnos embarazadas fuera del matrimonio, ser madres solteras en una sociedad que automáticamente nos marginaba por haber tenido relaciones sexuales  fuera del sacrosanto matrimonio católico. Para nuestras familias, era una deshonra que una hija soltera se quedara embarazada, para nosotras, el rechazo y la vergüenza… Solas, perdidas, asustadas y presionadas por una sociedad hipócrita y machista: ¿fuimos libres para escoger el destino de nuestros hijos?; nuestra potestad para reflexionar y elegir, ¿se vio coartada?...   

Mi historia es tan solo una más… Mi esperanza es que comprendáis que las mujeres que entregamos a nuestros hijos en adopción no somos putas, monstruos o mujeres sin entrañas. Simplemente, nos sentimos desbordadas por la vida, cometimos el peor de los pecados en la España del nacional-catolicismo. No pudimos o no supimos hacer otra cosa.

Hace años que “salí del armario”, el día que me dije no más mentiras, no más engaños y si mi hijo me busca que me encuentre, si es lo que necesita. Pero…, comprendo a las madres biológicas que prefieren seguir en el anonimato y llevarse su secreto con ellas. Yo no soy más valiente que ellas…

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Nací el 28 de junio de 1948, la tercera de los 14 hijos que tendría mi madre,  en un pueblo de La Mancha en el seno de una familia acomodada y católica. Mi madre contaba con frecuencia que pase 3 meses llorando día y noche sin motivo aparente. Yo creo que me costó más de lo normal adaptarme a este mundo, sobre todo con el mismo nombre de mi hermana mayor muerta, María Jesús, y que nada más nacer intuí que la vida, mi vida, no iba a ser nada fácil…

Fui una niña extremadamente feliz hasta los 11 años. Por aquel entonces estaba interna en las monjas Dominicas de Pamplona. Regresé a casa unas vacaciones de Navidad y todo mi mundo se había derrumbado. Mi padre, al que yo idolatraba y del que era “su preferida”, había sufrido una transformación total. De ser un marido que adoraba  a su mujer, un padre que jugaba con sus hijos todas las horas que sus negocios le permitían, un hombre de misa y rosario (en familia) diarios…,  se convirtió en un ser solitario, distante, intransigente, amargado… y, lo que es peor aún, en un hombre que maltrataba a su mujer, mi madre. Mi madre se refugió en mi, su hija mayor. Me contaba todo lo que le decía y hacia mi padre, incluso cosas que yo aún no podía entender, que uno de mis hermanos era hijo de un Jesuita (éste había sido de joven su director espiritual y no había vuelto a verle). Me adjudicó el papel de intermediaria entre ella y mi padre porque, según creía, yo era la única que podía apaciguarle.

A partir de entonces, viví desdoblada entre el amor y el odio a mi padre, entre la comprensión y el rechazo a mi madre, entre el miedo a mi padre y la osadía de enfrentarme a él llevada por la rebeldía. Por las noches oía las blasfemias de mi padre y los rezos y lloros de mi madre. Las voces, rezos y llantos iban subiendo de tono. Yo…, estaba convencida de que mi padre en un ataque de locura nos iba a matar a todos (había leído en el periódico que ya había sucedido). Con los latidos de mi pequeño corazón desbocados, recorría las camas de mis hermanos asegurándome de que no oían los gritos nocturnos de mi padre y, si lloraban, los acunaba en mis brazos hasta que se dormían de nuevo. Después, me arrebujaba en mi cama queriendo fundirme con ella y desaparecer. Cuando, muerta de sueño, no lo soportaba más me levantaba, salía a la galería y le interpelaba a mi padre con la voz estrangulada por el miedo: “¿Es que en esta casa no se puede dormir?”. Parecía que la noche se apaciguaba.

Ya de mayor, le pregunté una vez a mi madre qué había pasado entre ella y mi padre y me relató una historia kafkiana: Un día llegó a casa una chica con una carta de uno de los curas del pueblo que le entregó directamente a mi padre. Él, al rato, salió del despacho y sin decirle nada le dio una bofetada. Por una amiga, cuyo marido recibió también una carta (y no fueron las únicas), supo el contenido de la misma: el cura les decía que sus mujeres se entendían con otros hombres…
Años después encontré un libro de citas por mi casa. Una de ellas decía: “Los matrimonios los une Dios”. Mi padre había añadido: “Y los curas los separan”.

Hice del  Colegio mi refugio, temía la llegada de las vacaciones que me hacían volver al abismo de mi hogar.

En ese Colegio donde estudiaba el Bachiller interna, la práctica habitual era la misa, el rosario, el examen de conciencia, la confesión semanal, las novenas a todos los santos imaginables, el viacrucis anual, los ejercicios espirituales… Durante los tres días de “retiro espiritual” nos prohibían hablar (yo nunca pude cumplir tal mandato); se supone que el silencio haría penetrar mejor en nuestras conciencias el reiterativo mensaje: “los pecados de la carne son los más abominables y acarrean el padecer eternamente los horribles tormentos del infierno”.  Hasta los treinta y tantos años no fui capaz de pronunciar la palabra cuerpo. Me obligaban a ducharme con camisón, me separaban de mis amigas por hablar de chicos, me castigaban por hablar durante las comidas, por salirme de la fila, por reírme a destiempo, por protestar por todo aquello que no me parecía justo o lógico, por enfrentarme a las monjas y mandarlas a la mierda…

Estudié la carrera, Asistente Social (hoy Trabajo Social)  en la Universidad de Navarra del Opus. Basta con decir que en la Cafetería los chicos se agrupaban en un lado y las chicas en otro. Era una prolongación del Colegio.

A los 20 años, terminada la carrera, en contra de la voluntad de mi padre, me fui de casa a buscar trabajo a Pamplona. Realmente huía de aquel infierno que era “mi hogar”. Trabajé cuidando niños, de “sirvienta” (así se les llamaba entonces), de camarera…Pasé hambre, hubo días que no comía  más que el trozo de pan que “le robaba” a la dueña de la pensión, me puse enferma...Una noche me desperté con las encías ensangrentadas, tenia piorrea. Así pase casi dos años.

Durante esos años inicie mi andadura sexual. No sabía nada sobre sexualidad, tenía  dudas de cómo realmente se engendraba a un hijo. Era un tema tabú en aquella época. Solo sabía lo que en mi adolescencia alguna amiga, mas espabilada que yo, me había contado entre murmullos, sobresaltos y a escondidas.  Sentí que todo aquello era sucio y repugnante. En el Colegio el mensaje había sido: Los novios que dominan sus instintos, que acumulan besos y caricias (por su puesto el acto sexual ni se nombraba) para cuando estén casados, son los únicos matrimonios felices y que no fracasan. En casa ni se hablaba del tema.

Con semejante bagaje, mi relación con los chicos oscilaba entre la atracción y el rechazo. De no permitir que me besaran o, que un chico me cogiera delicadamente por el codo para atravesar un paso de cebra (era una costumbre de la época, como la cederte su asiento en un autobús o besar la manos  de las señoras), pasé a acostarme con los chicos que me acariciaban  o eran amorosos y tiernos conmigo. Recuerdo todo esto como en una nebulosa: me tocaban, me desnudaban, me dejaba hacer… Era como si mi cuerpo no fuera el mío, como si no fuera protagonista de esos  hechos sino una espectadora. Una vez consciente de lo que había hecho, pecar, los remordimientos anclaban en esa parte que han dado en llamar alma y…, un gran vacío y tristeza me invadían...

Cansada y harta de no encontrar trabajo de Asistente Social, regresé de Pamplona a la casa de mis padres. Ahí comenzó la peor época de mi vida.                                                                                                                                

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Me quedé embarazada en enero de 1971. En ese mismo momento lo intuí.

Cuando los análisis confirmaron mi estado, el mundo cayó sobre mí y se convirtió en una obsesión el buscar soluciones para salir de esa situación. Sólo a una prima le conté lo que me pasaba.

No pensaba, no sentía, no vivía, actuaba inconscientemente impulsada por una fuerza interior que me obligaba a dar solución a un problema.

Intenté abortar. Mentí a mis padres y sola, con el dinero que me facilitaba el padre del bebé (yo no tenía trabajo), comencé una angustiosa búsqueda para encontrar a alguien que realizara abortos en la España de 1971. Busqué en Madrid,  Valencia y Barcelona. El tiempo transcurría en mi contra, aunque yo no lo sabía. Comencé una carrera contra reloj yendo y viniendo entre las tres ciudades para que al fin, un ginecólogo de la Calle Conde de Asalto de Barcelona me dijera que era demasiado tarde, que ya andaba por el cuarto mes del embarazo y peligraba mi vida. Llore, implore, suplique, ya no me importaba nada, ni morir. En vano…

De Barcelona me fui a Pamplona donde estaban mis amigos. Con los más allegados compartí mi secreto y mi mejor amiga de la época de la Universidad, del Opus por cierto, quedó encargada de buscarme un lugar donde refugiarme hasta dar a luz.  Visité a otro Ginecólogo; con cuatro  o cinco meses de embarazo, y mi desconocimiento a cuestas, aún me agarraba a la posibilidad  de que no fuera cierto, de que sólo era un mal sueño. A mí no me podía estar pasando aquello pero..., ¡si no sabía ni lo que era un orgasmo!.

Fue una de esas noches cuando por primera vez fui consciente de que dentro de mí crecía una vida. Lloré amargamente y, entre lágrimas, le susurre a mi bebé que me perdonara por lo que había hecho, por lo que iba a hacer… Fue la única vez que durante un instante, tan solo un instante, acaricié la cuna de mi hijo, mi vientre. Me sentía sola y perdida.

Volví a casa de mis padres. En el camino había dejado mi ingenuidad, mi confianza en los  hombres (me facilitarían direcciones donde poder abortar si me iba a la cama con ellos) y mi juventud. De pronto, era adulta pero sin el equilibrio emocional ni la madurez necesaria para afrontar la vida y menos aun esa situación. Era una “niña grande”, asustada, con un secreto a cuestas que me desbordaba y con pánico a que se descubriera. Sentía terror de que se enterara mi padre.

Estando ya de más de cinco meses, una infección al riñón me puso en manos de un tío mío médico al que le confesé mi secreto.  “¿Dónde está el cabrón que te ha hecho esto?, ¡lo mato!”, fue su reacción. Él sería el encargado de contarle  a mi hermano mayor (tan sólo un año más que yo) lo de mi embarazo, cuando me fuera a Pamplona, por si me pasaba algo…

Y ese tío, al que yo consideraba mi valedor, al poco de dar a luz, en la oscuridad de la sala de Rayos X, tocaba todo mi cuerpo mientras hablaba con mi madre y yo enmudecía.

Con mi hermano nunca puede hablar del tema. Lo intenté una vez y se instalo entre nosotros un silencio de muerte.

No pensaba, no sentía, no vivía, actuaba inconscientemente impulsada por una fuerza interior que me obligaba a dar solución a un problema.

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Hacia finales de junio, hilé toda una trama de mentiras  y engaños ante mis padres y me fui a Villa Teresita de Pamplona a esconder mi embarazo. Les hice creer que estaba en Barcelona haciendo un curso.

El día 12 de julio me llamo por teléfono mi hermano diciéndome que a mi padre le había dado un ataque al corazón y se moría. Ante el pavor de mi hermano, mi tío y otros tíos que ya se habían enterado de que estaba embarazada, me presenté en mi pueblo. Por suerte, más para ellos que para mí (ante la posible muerte de mi padre ya no me importaba nada), no se me notaba el embarazo.  Pasé varios días cuidando a mi padre, soportando a todas las visitas que me levantaban la chaqueta y comentaban lo que había adelgazado (luego me enteraría que ya lo sabía todo el pueblo menos mis padres), durmiendo en una descalzadora y confortando a mi padre que me confesaba que se sentía muy solo. Le abrazaba. Era el abrazo de dos soledades que nunca pudieron llegar a comprenderse.

Volví a Villa Teresita.  Durante dos meses más conviví con las monjas,  unas 15 chicas embarazadas como yo y Pura, una ex-puta que vivía permanentemente allí. Pura me acogió bajo su protección y me defendía de las burlas de las otras que se reían de mi ingenuidad. Desde entonces para mí la palabra puta significa tener un gran corazón.

Limpiábamos la casa y trabajábamos doblando bolsas de basura. Durante el tiempo de trabajo, yo…, oía y callaba. No comprendía por qué algunas de las chicas entablaban conversaciones tan intimas y desagradables, mientras las demás (excepto otras dos y yo) se carcajeaban. Al final Carmen, la superiora, me liberó del trabajo y esas horas las dedicaba a estudiar.

Las monjas nos hacían creer que la estancia en Villa Teresita era gratis. Hace unos meses, por una hija adoptada cuya madre también estuvo allí, me enteré que cobraban a los futuros padres adoptivos 250 pesetas diarias. Esta misma hija me preguntó si pasábamos hambre. No lo recuerdo, solo me acuerdo que a mí me constaba hasta tragar la comida… Después de dar a luz pesaba 10 kg. menos de antes de quedarme embarazada.

El día 4 de octubre me llamó una amiga por teléfono y encima de la mesa del despacho de la superiora, que se había ido a Madrid, leí una nota:

“En caso de parir
                                 - xx
                                 -xx
                                 - Mª Jesús
                                                  Ponerse en contacto con la Hermana Blanes”.
                                                                                                                                 

No pensaba, no sentía, no vivía, actuaba inconscientemente impulsada por una fuerza interior que me obligaba a dar solución a un problema.

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Al día siguiente, 5 de octubre de 1971, hacia las 9 de la mañana rompí aguas. Me ingresaron en en la Clínica Gortari de Pamplona, apreté los dientes y no deje salir de mi boca ni un quejido. A mí  llegaban los gritos desgarrados de “las madres decentes” con dolores de parto. Hacia la 13,15 me subieron a quirófano.

Parí.

Ese tiempo para mí se reduce a unas batas verdes que me gritan incesantemente “empuja, empuja, empuja…”; un susurro que se  escapa de mis labios, “papa yo no quería…”; un llanto, el primer llanto del hijo que ya no era mío, que nunca sentí mío, y la silueta de mi bebé que por unos segundos contemplé al incorpórame en la camilla.

Olvidé las batas gritándome y mi propio susurro. Durante años, muchos años, oí el llanto de esa silueta, el llanto de mi bebé…

 Ese 5 de octubre de 1971 aunque no dejó mi vientre estéril, me incapacitó para ser madre. ¡¡NO HE PODIDO VOLVER A TENER HIJOS!!.
                                                                                                                                 
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En los días siguientes al parto pedí, roge, implore, exigí que me devolvieran a mi bebé.  Clamaba casi a gritos, entre sollozos, que me había equivocado que yo no quería darlo en adopción. Una vez parido ya no me importaba más que tener a mi hijo, el miedo se había diluido. Me creía capaz hasta de enfrentarme a mi padre con tal de conservar a mi bebé. Nadie oyó mi lamento. Las monjas de Villa Teresita decían que era una reacción normal, que ese dolor se pasaría, que ya no se podía hacer nada. Mi bebé…, ya estaba en brazos de otra mujer.

El 15 de octubre volví a casa de mis padres. Lo de mi embarazo era la comidilla del pueblo. Se habían enterado a través de mi prima. Sólo una amiga y el hombre del que yo estaba muy enamorada por entonces (que no podía corresponderme porque había sufrido un desengaño con la novia de toda su vida) me preguntaron directamente si era cierto lo que se comentaba, a ambos se lo negué. Al padre de mi hijo, Secretario del Ayuntamiento, le había echado del pueblo el Alcalde que era uno de mis tíos. No he vuelto a verle.

Mis amigos me acogieron sin comentar nada; las señoras bien, amigas de mi madre, cuchicheaban a mi paso, algunas, cuando iba a saludarlas, me daban la espalda (desde entonces les llamo “las gallinas de mi pueblo”); el párroco quiso, a través del Coadjutor, que abandonara la Vicepresidencia de la Acción Católica ya que, una persona de mi catadura moral no podía ostentar ese cargo; a mi paso y a mis espaldas, todos murmuraban. Intenté, cara a los demás, hacer mi vida de siempre. Era un esfuerzo sobrehumano para aparentar que no había pasado nada, que solo eran habladurías de pueblo. Me ahogaba sola.

No tenía pesadillas porque no podía dormir. Fueron muchas noches en blanco en las que el reloj de la glorieta  marcaba el paso de las largas horas. Mis noches de insomnio se poblaban con el llanto de mi bebé, las sombras de la noche me traían la silueta de mi bebé, los suspiros se estrangulaban en mi garganta. Mientras, ajena a todo, mi madre dormía plácidamente en la cama de al lado.

 Los interminables días no eran mejores que las noches. Durante meses, el día no fue más que la prolongación de la noche. No podía dormir, ni comer, ni reír, ni hablar de lo único que me interesaba. Se había detenido el tiempo, todos los días para mí eran 5 de octubre.

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El 15 de mayo de 1972  comencé a trabajar en el Instituto Social de la Marina en Castellón. Era mi primer trabajo y en él me sumergí. Dejé de pensar en mi hijo, enterré mi secreto en lo más profundo de mi corazón. La angustia se iba diluyendo. Pero durante muchos años, cada 5 de  octubre, el primer llanto de mi bebé y su silueta reaparecían atormentándome.

Después de más de 3 años trabajando en el ISM, se convocaron Oposiciones Abiertas, superé las 2 primeras pruebas del proceso de selección, en la tercera, que se suponía un mero trámite para los que ya trabajábamos allí, me suspendieron. Mis compañeras que formaban parte del Tribunal no lo entendían: era el mejor trabajo monográfico que se había presentado y el informe del Delegado Provincial de Castellón era inmejorable; en base a ambos debía puntuarse. Me echaron del trabajo.

Yo sí sabía el verdadero motivo. El Vicesecretario General del ISM, se había encaprichado de mí y al negarme a acostarme con él, se vengó. 

Cuando años después saqué el Nº 1 en la Oposiciones del INSERSO, lo primero que dijo mi padre fue: “Pero…, ¿se presentaban hombres a esa Oposición?”.

Como veis, no hace tantos años, muchos hombres consideraban a las mujeres inferiores a ellos, simples objetos de desahogo sexual y  seres sobre los que ejercitar su poder.

Después  de trabajar en varias ciudades recalé en Santa Cruz de Tenerife. En la Semana Santa del 97   vivía en el Sauzal y, allá fue donde un día leí en la última página del periódico “El Mundo” las declaraciones que hacían unos hijos adoptados pertenecientes a una Asociación llamada ANDAS. ¡Dios!, creí volverme loca, entre sollozos repetía: Pero, ¿Qué he hecho?, ¿qué he hecho?... La idea de que mi hijo estuviera sufriendo a causa de mi abandono me era insoportable.

Desperté de mi letargo. Me puse en contacto con la Presidenta de ANDAS, con Villa Teresita, con el Obispado de Pamplona, con el Programa “Quién Sabe Dónde”, con todo el que creía que me podía poner en la pista de saber si mi hijo me buscaba. NADA.

Por entonces fue cuando empecé a trabajar con “mi psicólogo de turno” el tema de mi embarazo y parto. Hasta entonces todos, yo incluida, le habían dado prioridad  a las vivencias de mi niñez y adolescencia.

Por sugerencia del psicólogo  y creyendo que me podría ayudar el contárselo todo a mi padre, lo hice. Lo más suave que oí de sus labios fue que era una puta,  que le quería amargar los años que le quedaban de vida y que no creyera que ese chico, que para él no era nadie, iba a ver ni una peseta a su muerte.

- A veces he pensado que esto tuvo algo que ver con el hecho de que a su muerte, hace apenas 4 años, nos encontráramos con que había vaciado todas las cuentas y le había entregado todo el dinero a la Iglesia, a un cura (creo que luego llegó a ser Obispo de Navarra, o es aún) con la condición de que a su muerte sus hijos no viéramos ni un céntimo. En cuanto a la casa de Madrid, que quiso venderla a raíz de la muerte de mi madre en el 2003 y como es obvio no pudo, la parte de libre disposición se la dejó a los Misioneros Combonianos. Esto, y que él se sentía en la obligación de comprar  el cielo para sus hijos que nos habíamos separado de Dios, causa de todos nuestros males, junto a con el hecho de que dedicábamos mucho tiempo a la lectura. ¿Otros motivos?, no los sé…, mi hermano el mayor estuvo en todo momento a su lado, yo hasta dos años antes de su muerte, acaecida en enero del 2006, en que tuve que decir basta para conservar el equilibrio que poco a poco iba consiguiendo, mis otros hermanos hacía tiempo que no querían saber nada de él…

Ahora me rio al contar esto, pero tremendo cabreo me cogí al enterarme que todo el dinero, que no era poco, que legalmente era nuestro había ido a parar precisamente a manos de la Iglesia.-

En noviembre del 99, yo estaba pasando otro de los peores momentos de mi vida:

Uno de mis hermanos había muerto el 26 de Agosto. Estuve casi un mes viendo como se iba poco a poco y él, mi hermano, era consciente. Me pedía con frecuencia que les dijera a mis padres que quería  verlos. Por más que hice no conseguí que mi padre fuera o dejara ir a mi madre (ella  estaba imposibilitada para hacerlo por si sola) a la Residencia de Salamanca donde murió. Se lo reproché con todas mis ganas, diciéndome que yo había tenido la culpa.

Mis hermanos, cuando hablando por teléfono con ellos les decía que nuestro hermano se moría, me contestaban que yo siempre había sido una pesimista.

Años más  tarde, el optimismo de mi hermano mayor hizo que no me avisara a tiempo cuando mi madre se estaba muriendo. Como la relación con mi padre era casi ya inexistente - a raíz de un duro enfrentamiento que tuve con él durante la enfermedad de mi madre por cómo la trataba - tampoco me dijo que estaba ingresada. ¡No pude estar con mi madre los últimos días de su vida…!

Estos dos hechos precipitaron la ruptura definitiva con mi padre. Aunque, a veces, los sentimiento contradictorios de mi adolescencia volvían a aparecer. Mi padre, al  fin y al cabo, era un enfermo mental y sentía pena por él.

 Bueno, creo que he perdido el hilo de mi narración...

Os decía que, estaba pasándolo mal a causa de la muerte de mi hermano. A ello  se  fue agregando que, en el espacio de apenas dos meses, la relación con mi pareja se deterioró de tal forma que se impuso la separación; mis hermanos unos, me echaron de sus casas y de sus vidas porque decían que la muerte de nuestro hermano me había vuelto loca (la verdal es que me quedé bastante “tocada”), otros me ignoraron, sólo el menor me ayudó; dos de mis mejores amigas me fallaron (o, quizás  yo les fallara a ellas)…

En esa situación, recibo una noche la llamada de la Delegada de ANDAS en Canarias diciéndome que en una Asamblea había conocido a un chico que buscaba a su madre. Según ella era mi  hijo, todos los datos coincidían. Vivía en Alicante, creo recordar que se llamaba José Luis, casado, tenía  una hija pequeña y quería ponerse en contacto conmigo. Su madre lo único que le había dicho es que era hijo de una puta que se había escondido en Pamplona para parir y luego se había largado a su tierra…

Pase días, que se me hacían interminables, colgada del teléfono hablando con la Presidenta de ANDAS y las delegadas de Canarias y Alicante.  Me daban información contradictoria, una me remitía a la otra, un día era mi hijo y al siguiente no lo era. Yo lo único que quería es que, como intermediarias, nos facilitaran un encuentro. No hubo manera. Cuando el tema estaba más liado y yo con los nervios y la ansiedad descontrolados, me dieron el teléfono del supuesto hijo para que me pusiera en contacto con él (ellas tenían el mío). No me pareció la forma de hacer las cosas o, ¿me enmudeció otra vez el miedo?, no lo sé… Para entonces,  yo ya no podía más. Les dije que mi supuesto hijo se hiciera la prueba del ADN  y luego me la hacía yo. Nunca más se supo…

En enero del 2000 me dieron la Pensión de Invalidez para el trabajo habitual por Depresión Crónica, con lo que mis ingresos se redujeron en más de la mitad. No podíamos pagar la hipoteca de chalet. Le pedí a mi padre que me prestara 500.000 pts. No quiso.

Una noche de Febrero, agotada, dolida, sin ilusión ni esperanza alguna, me tragué todas las  pastillas contra la ansiedad y la depresión que tenía en casa. Amanecí en una Clínica.

Cuando uno baja al infierno, ya no puede más que subir…

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Sueño que algún día todas las partes implicadas en el tema de las adopciones caminemos unidas.
Gracias a los que habéis leído hasta aquí.
Gracias María, por haber hecho posible que una de las partes más denostada en el tema de la adopción, las madres que entregamos a nuestros bebés, tenga voz hoy aquí entre vosotras.

sábado, 29 de enero de 2011

HISTORIAS MONTADAS




De nuevo comparto con vosotros un artículo que no tiene que ver con el tema central de este blog, que es la crianza de nuestros hijos. Pero sí que tiene que ver con madres y con hijos. Tiene que ver con lo que puede llegar a ocurrir cuando las cosas funcionan como funcionan en nuestra sociedad en relación con la maternidad. Y tiene que ver con mentiras, manipulaciones y escándalos y con la poca ética y la poca credibilidad de muchos medios de comunicación. Se dice que "quien calla otorga" y, como yo no quiero otorgar nada, me he decidido a publicar mi opinión.

Este artículo no va a sentar bien a mucha gente. Pero creo que alguien debía dar una visión alternativa a la que se está difundiendo. Yo he sido testigo de todo lo que ha ocurrido desde que comenzó ha resurgir - hace ya varios meses-  el caso de las adopciones irregulares realizadas en el pasado siglo, gran parte durante la dictadura militar. Un testigo en la distancia, eso sí, siempre detrás de la pantalla del ordenador. Pero estoy realmente alucinada de como han evolucionado las cosas desde que hace unos años muchos adoptados de aquella época empezaran a organizarse a través de foros de internet, con el fin de tener una oportunidad de encontrar a sus familias biológicas. Poco a poco empezó una corriente de denuncia que, bajo mi punto de vista, "se ha salido de madre", ya que se empezaron a relacionar hechos que, en principio y sin las pruebas necesarias, no tenían porqué tener relación entre sí.

He pasado muchos años investigando en laboratorios de biomedicina. En estos años aprendí lo fácil que es sacar conclusiones erróneas de unos hechos reales. Para evitarlo, un investigador profesional tiene que seguir unos protocolos muy estrictos a la hora de producir y analizar resultados. Puedo imaginarme que esto no es sólo aplicable al mundo de la biología. Por eso me niego a aceptar las conclusiones sacadas por personas que no han evaluado los hechos con el criterio de un investigador profesional. Pero desgraciadamente estas conclusiones ya han sido difundidas y aceptadas al "por mayor". Y creo que esto ha producido, está produciendo y, posiblemente todavía producirá, mucho dolor a todas las partes implicadas. Afortunadamente, sin embargo, todo está ahora en manos de la justicia. Espero que así los profesionales pertinentes cojan estos hechos y saquen unas conclusiones sólidas que acaben con la incertidumbre de todos.

Intentaré empezar por el principio. Yo nací en una clínica donde años más tarde se demostraría que se realizaban adopciones irregulares. Tal cual quedaban nuestros papeles, hoy en día nos es prácticamente imposible ejercer un derecho que tenemos por ley: conocer nuestros antecedentes biológicos, algo que para muchos adoptados es fundamental a la hora de construir su identidad.

Y se dicen muchas cosas. Dicen que pagaban por nosotros, dicen que tenían un bebé congelado para mostrar a las madres y engañarlas diciéndoles que su hijo estaba muerto, dicen que había una red de monjas, curas, matronas y ginecólogos que robaban bebés para venderlos al mejor postor, dicen, dicen, dicen…….. y los que dicen hablan sin pruebas y, como ya he dicho,  sin una investigación seria hecha por profesionales (profesionales de la investigación criminal o policial, no periodistas).  Los que dicen interpretan a su manera una serie de hechos y, sin que ninguna prueba que avale su hipótesis, se lo venden como certeza absoluta a los medios de comunicación lo cuales, ávidos de noticias escandalosas que aumenten el índice de audiencia o el número de lectores, transmiten lo que quieren y como quieren para que la historia parezca lo más escabrosa posible. Incluso alguno ya ha aprovechado para escribir un libro en el cual, con el pretexto de que es “literatura”, da por ciertos estos hechos y su consiguiente interpretación, al más puro estilo de la novela “Walden dos” de Skinner.

¿Conocen “Walden dos”? Yo la conocí a raíz del libro “Besame mucho” de Carlos Gonzalez. Parece que aquí no venga al caso, pero lo cierto es que cuando me enteré de que el abogado Enrique Vila había "novelado" algunas de las historias de adopciones irregulares y de los supuestos "niños robados" en su libro "Historias robadas", me acordé del libro de Skinner.  En 1948 Skinner, uno de los padres del conductismo, escribió esta novela de ficción donde "disfrazaba" de literatura todo un método de crianza infantil que no tenía ninguna base científica (por lo que no se podía publicar en ninguna revista científica y estaba condenado a quedar en el mundo de la ficción) pero en el cual el autor creía fervientemente y, de hecho, incluso recomendaba llevar a la realidad. Por desgracia mucha gente lo aceptó como si de un trabajo científico se tratara y, según Carlos González, “muchos miles de psicólogos y educadores  han leído la obra y han dejado que esas fantasías impregnen sus creencias y orienten su vida”.

Igual que los hechos narrados en “Walden dos”, todo lo concerniente a las adopciones irregulares ocurridas en España entre los años 60 y 80 se interpreta de manera que queda definitivamente establecida la existencia de un robo de niños masivo;  hecho que, sin estar convenientemente demostrado, ha sido ampliamente  divulgado por los medios de comunicación y la novela “Historias robadas” del abogado en cuestión.
 
A mí me gustaría hacer un análisis de los acontecimientos abriendo la puerta a otras interpretaciones, aunque supongo que al hacerlo más de uno se me va a lanzar a la yugular. Y quiero dejar bien claro que, al ofrecer interpretaciones alternativas, no pretendo justificar las adopciones irregulares o ilegales. La adopción SIEMPRE debería ser un proceso legal y transparente centrado PRINCIPALMENTE en la defensa de los derechos del menor.

Y dicho esto, quisiera profundizar un poco en el porqué las cosas ocurrieron como ocurrieron, ponerlas en su contexto y tratar de interpretar los hechos sin juicios previos.

Los hechos objetivos son los siguientes:

  • Por un lado están los hijos adoptados de la época comprendida entre los años 60 y mediados de los 80 del siglo pasado que no tienen los papeles en regla tal y como la legislación del momento hubiera requerido. Los hay incluso que no tienen ningún papel. A algunos se les escondió su condición de adoptados y se han enterado de adultos. Según palabras de la abogada Beatriz Beneitez:
"Muchos de estos adultos, cuando han ido a buscar su expediente de adopción o su certificado de nacimiento, han visto que aparecen como hijos biológicos de sus padres adoptivos, es decir, que son apropiados y se ha sustituido su identidad por una identidad falsa; o que figuran como adoptados pero no constan los datos de sus padres biológicos, o  estos nombres son ficticios, es decir, son nombres y apellidos de uso común a efectos de identificación, por no conocerse los originales y para evitar que la expresión "expósito" se convirtiera en apellido. Estas inscripciones de nacimiento - sin datos o con datos ficticios - eran posibles porque existía la posibilidad de dar a luz sin dejar los datos de la madre, es decir, existía el parto anónimo hasta el año 1999 y que actualmente sigue existiendo en países como Francia."

  • Por otro lado existen una serie de familias que tuvieron hijos en diferentes clínicas y hospitales de España y que en su momento fueron informados (por el personal sanitario que les había atendido en el parto) de que el bebé había muerto. Algunos nunca llegaron a ver el cuerpo. A otros se les enseñó un cuerpo muy difícil de identificar. A la mayoría se les dijo que no valía la pena verlo para que no sufrieran, o porque el bebé estaba muy malformado. En casi todos los casos el hospital se ofreció a hacerles los trámites subsiguientes. En resumen, debido a las muchas irregularidades experimentadas durante todo este proceso, muchas de estas madres y padres se quedaron para siempre con la duda de si su hijo había muerto o no. Con el tiempo, cuando decidieron por una causa u otra ir a comprobar diferentes documentos que certificaran aquella muerte, o incluso exhumar el cadáver del bebé, se encontraron que no había documentos,  que los documentos no tenían datos reales, o que el cadáver del bebé no estaba en la tumba.  
Ciertamente la situación invita a hacer una relación directa entre los dos grupos de hechos y concluir que los bebés no murieron sino que fueron vendidos a familias adoptantes. En medio aparece toda una trama de personal religioso y sanitario que, con el único objetivo de enriquecerse, se dedicaba a quitar bebés a unos y vendérselos a otros, A unos les decían que el bebé había muerto, y a los otros les pasaban una factura con el pretexto de que estaban pagando los gastos sanitarios del embarazo y parto de una supuesta madre biológica había entregado voluntariamente a su hijo.

Pero esta no es la única interpretación. Hay otras posibles que ni siquiera se han tenido en cuenta, o al menos no se han hecho públicas, más que nada porque no son tan escabrosas y no venden tanto (ni periódicos, ni revistas, ni libros) aunque, desde luego, a mí no me parece menos dramáticas.

En primer lugar, para entender estos hechos desde otro punto de vista, me gustaría que nos sumergiéramos en la época en que sucedió todo. El principio de esta dinámica de adopciones irregulares comenzó en el franquismo. En el comienzo parece ser que se robaron hijos a madres republicanas en prisión y que esto estableció una dinámica de aceptación social de las adopciones realizadas de manera irregular, o sea, saltándose el protocolo oficial y legal. Con el correr de los años el recuerdo caliente de la guerra fue enfriándose y las republicanas en prisión ya no fueron más una fuente de niños. Pero la extrema derecha católica seguía en el poder y de ella emanaba un orden social basado en unas normas que, entre otras cosas, ejercían un completo control en el comportamiento sexual de la población. Esta era una sociedad machista y patriarcal hasta el extremo, donde las mujeres se dividían en dos grupos: las buenas y las putas. Las buenas eran recatadas y decentes: llegaban vírgenes a su noche de bodas y sólo conocían un varón en su vida: su marido. Las putas se dejaban llevar por sus bajos instintos y tenían relaciones pre o extra matrimoniales (algo que, dicho sea de paso, se consideraba normal y aceptable en los varones). Estas últimas eran merecedoras de desprecio y pena. Desde luego no se las consideraba capaces de ser madres y educar convenientemente a una criatura. Cuando una de estas “putas” se quedaba embarazada debido a su acto de pecado no tenía muchas opciones y, de las pocas que tenía, ninguna era buena:

  • Podía intentar abortar a la criatura confiándose en las manos de la mafia de abortos ilegales o, si tenía suficiente dinero, podía irse al extranjero.
  • Podía casarse con el padre, posiblemente siendo demasiado joven o con un hombre al que no amaba (y con el que no se quería casar), y a pesar de esto, cargar con el “San Benito” de haberse quedado embarazada antes de la noche de bodas (si no conseguía disimular su desliz de alguna manera).
  • Podía no casarse, con lo que ella y su criatura quedaban total y absolutamente estigmatizadas en esa sociedad puritana y ultra conservadora, para el resto de su vida.
  • Podía entregar a su criatura en adopción.

 Para esta cuarta opción, por lo que parece, la madre tenía dos opciones:
  • Dejar a su hijo en la inclusa identificándose o de manera anónima (de manera que el bebé llevaría el apellido "Expósito"), y con derecho a reclamarlo en un tiempo que oscilaba entre los dos años a los 6 meses, dependiendo de la época en que se encontrara.
  • Ponerse en manos de diversas congregaciones religiosas que la acogían durante el embarazo, le proporcionaban atención médica en el parto (todo supuestamente cubierto por la familia adoptiva) y le garantizaban unos padres “de bien” para su bebé. Eso sí, prácticamente se comprometían a dar en adopción a su hijo porque si cambiaban de idea, además de tener a unas cuidadoras muy enfadadas que harían todo lo que estaba en su mano para que cambiara de opinión y cediera a su hijo, tendría que correr ella con todos los gastos. Además, sería prácticamente imposible que, en caso de cambiar de opinión tras el parto y la cesión, recuperara a la criatura, ya que los intermediarios se habrían encargado de introducir una serie de “irregularidades” en el proceso, de manera que si se le ocurría reclamar no tendría manera de localizar a ese bebé que gestó y parió.

De nuevo en palabras de la abogada Beatriz Beneitez:

"Por un lado, la existencia del parto anónimo sirvió tanto para que estas mujeres "pecadoras" pudieran "desaparecer" sin dejar rastro después del parto, como para que los médicos "fabricasen expósitos", hijos sin filiación, presuntamente abandonados para atender la demanda de adopción. Por otro lado, muchos de los hijos inscritos como biológicos de sus padres "adoptivos" lo fueron por indicación de los intermediarios que "convencieron" a los padres de que eso era lo que tenían que hacer.La madre biológica, la mujer "pecadora" y anulada, "consentía" en que eso se hiciese así, con tal de quitarse del medio".

Muchas madres optarían por esta vía de la adopción irregular porque era la que les garantizaba, a ella o a sus padres (muchas veces eran ellos los que decidían todo, sobretodo si la madre era menor de edad) la mayor discreción posible. Muchas sufrían tal rechazo por parte de sus familias y entorno más cercano, que no veían más remedio que aceptar la caridad de estas congregaciones religiosas para poder sobrevivir durante el embarazo. Quiero creer también que pensaban que así garantizaban mejor el bienestar del bebé, que nunca se encontraba “abandonado” en manos del sistema (en orfanatos o familias de acogida temporales), sino que era entregado inmediatamente a sus padres definitivos. Para muchas de estas familias biológicas sería importante la garantía de no poder ser encontradas en el futuro, cuando estos bebés fueran adultos. Preferirían cerrar definitivamente ese capítulo de sus vidas para siempre y no volver a pensar nunca en él.


Por supuesto habría madres que elegirían ellas mismas, voluntaria y responsablemente actuar así. De ellas no se ha hablado en absoluto en ningún medio de comunicación que ha tratado este tema. Esto tiene cierta lógica porque ellas no han denunciado ni han ido a contar su historia a nadie. Ellas sólo han querido olvidar y lo último que quieren hacer ahora es salir en la tele contando una historia que posiblemente no conozca nadie de su entorno. Lo más probable es que nunca sepamos nada de ellas. Otras se sentirían coaccionadas: por sus familias, por las religiosas del centro de acogida, o por el personal sanitario. De estas se ha hablado un poco más y se han dado algunos ejemplos . Algunas buscan a sus hijos desesperadamente. Se sientes víctimas de una situación que les obligó a renunciar a ellos y quieren explicárselo. Pero es importante recalcar que en todo momento ellas sabían cual había sido el destino de sus hijos (ellas o sus familias, en el caso en que estas últimas fueran las que habían manejado todo), aunque muchas quisieron creer para siempre que su hijo había muerto en el parto y esa era la versión oficial que comentaban a los pocos que supieran que había estado embarazada.

Pero los medios de comunicación se han centrado en un tercer grupo de madres. Mujeres que se quedaron embarazadas dentro del matrimonio. Algunas con hijos previos. En principio de todas las clases sociales, aunque muchas parecen de clase social media (o incluso media alta, ya que fueron a parir a algunas de estas clínicas de pago, cosa que no todo el mundo se podía permitir). Mujeres a las que, tras parir a sus bebés, se les dijo que estos habían muerto. A veces al momento. A veces días más tarde. Ellas y sus parejas quedarían para siempre con el sentimiento de que su hijo no había muerto. No habían visto el cuerpo y no lo habían enterrado. El hospital se encargaba de todo por hacerles “un favor”. El personal sanitario evitaba que vieran el cadáver para “que no sufrieran”. A mí no me extraña que nunca creyeran en la muerte de su hijo. No me extraña que sintieran que se lo habían robado. No me extraña que ahora, cuando se habla abiertamente de las adopciones irregulares (que por otro lado siempre fueron vox populi) ellas hagan una relación “directa” entre ambos hechos: esos niños, así adoptados, son nuestros hijos.

Lo que me enciende es que haya profesionales alimentando la idea de que esta hipótesis sobre el destino de estos bebés (no están muertos sino que fueron vendidos), es la única posible. Así es al menos como lo cuentan a quien quiere escucharles. Y los medios de comunicación están encantados. Así tienen lectores y televidentes asegurados.  Alimentan las esperanzas de estas familias de encontrar a sus hijos vivos, mostrando el robo como única posibilidad para explicar lo que les pasó, pasando por alto la probabilidad real y significativa de que estos bebés estén muertos tal y como se les dijo en su momento.

La muerte de un hijo es, bajo mi punto de vista, el dolor más profundo e intenso que pueden sufrir los seres humanos. Cualquier esperanza de que este bebé no haya muerto, por pequeña que sea,  se puede convertir en certeza con la manipulación necesaria. Hoy en día, cualquier profesional de la salud relacionado con la obstetricia sabrá de la necesidad de los padres de despedirse del bebé que han perdido. No es raro que cuando no se ha podido comprobar - con la correspondiente identificación del cuerpo - la muerte del bebé, cuando no ha habido una oportunidad de asumir y sufrir el duelo, de despedirse de su hijo, quede una puerta abierta a la no aceptación de la muerte del pequeño.

Pero para las irregularidades experimentadas tras el fallecimiento de estos niños existen otras explicaciones posibles, otras interpretaciones, diferentes al robo de los niños vivos con el objeto de venderlos. Desde que el personal sanitario fuera sincero y sinceramente creyera que lo peor para la madre era ver a su bebé, hasta que intentaran disimular una muerte ocurrida como consecuencia de una mala praxis (bastante creíble, dadas las espeluznantes prácticas de "parto sin dolor" que se realizaban), o que el cuerpo les interesara para, por ejemplo, las prácticas de la facultad de medicina, y prefirieran no dar explicaciones a los padres sobre esto. Tampoco podemos olvidar la tendencia que tenemos en este país a saltarnos los protocolos y actuar de manera, digamos, chapucera. Así no es descabellado que no se encuentren documentos o haya fechas cambiadas. Incluso la ausencia de restos de un cadáver del bebé tiene otra explicación diferente a la del robo: los huesos parcialmente calcificados de un recién nacido pueden desaparecer totalmente. Por lo tanto no es raro que al abrir algunas de estas sepulturas no hubiera huesos, sino sólo los paños que envolvían el cuerpo. Sí, existen otras posibilidades que hoy por hoy son tan probables - o incluso más - que la del robo de estos bebés. Pero de ellas nadie habla. Estas explicaciones no son interesantes para nadie.

Entiendo que las familias no sean, no pueden ser, objetivas. Pero que los profesionales (abogados y periodistas)  que se están lucrando con este tema las ignoren con el fin de vender la versión más escabrosa en su propio beneficio me parece muy fuerte. Pretenden sostener la existencia de una gran mafia a nivel nacional donde religiosos y personal médico repartía los bebés recién nacidos a su antojo. ¿De verdad esto es tan creíble? De verdad creéis que monjas, sacerdotes, enfermeras, comadronas y ginecólogos se han dedicado, por sistema y de manera organizada, a robar bebés para venderlos????  ¿De verdad es creíble que hoy en día haya en España, en palabras de Enrique Vila, 300.000 españoles que fueron robados a sus madres y vendidos a sus padres adoptivos?

Así que, bajo mi punto de vista, se ha establecido una causa-efecto (adopciones ilegales=niños robados) sin tener las pruebas suficientes para ello, difundiéndola a bombo y platillo por todo el país como si fuera incuestionable. Pero ¿Que  pasa si las irregularidades cometidas en los papeles de los fallecimientos de estos bebés supuestamente robados son absolutamente independientes de las adopciones irregulares? Entonces no tiene mucho sentido que en al asociación de creación reciente llamada ANADIR (Asociación Nacional de Afectados de Adopciones Irregulares) se encuentren, no sólo hijos adoptados irregularmente, sino también estas familias que buscan a sus hijos supuestamente vivos y robados. Al crearse ANADIR se ha dado por establecida esa relación que no está probada en absoluto, ignorando totalmente las otras posibles explicaciones para las experiencias de estas familias y dando como único origen de estos hijos al robo de bebés dados por muertos, ignorando a todas esas madres que entregaron a sus hijos voluntariamente (coaccionadas o no, eso ya es otro tema) y que fueron plenamente conscientes del destino de esos bebés.

Por supuesto estas familias que sienten que sus bebés fueron robados y que no están muertos, tienen todo el derecho del mundo a reclamar y recibir una explicación a las irregularidades observadas en su caso y a que se investigue todo hasta el final. Por eso me alegro muchísimo de que se haya presentado una denuncia; denuncia que espero que derive en una investigación seria en toda regla. Una investigación que valore todas las posibilidades independientemente del beneficio que estas puedan proporcionar: desde que el niño realmente muriera (y por lo tanto saber las causas del fallecimiento y la razón de porqué el personal sanitario reaccionó ante el mismo como ellos explican) hasta a que el niño esté vivo y haya sido vendido (cosa que por supuesto es una posibilidad, pero no la única, como se quiere dar a entender).

Y en cuanto a las adopciones irregulares, que son una realidad, pero a las que se les ha dado como única razón el ánimo de lucro de sus intermediarios. ¿Y si también hubiera otra explicación sobre la motivación de esta “mafia”?. ¿Y si los que intervinieron no lo hicieron como un puro negocio? ¿Y si el dinero cobrado sí era para sufragar los gastos de atención a las madres o incluso aprovechado para otras obras sociales? ¿No podría explicar la moralidad de la época el hecho de que unos religiosos, comadronas, enfermeras  y médicos pensaran que estaban haciendo una “buena obra” separando a esos inocentes bebés de las manos de sus “pecadoras” madres?  Ojo, que no estoy justificando los hechos o diciendo que existen razones para que se deba permitir que las cosas se hagan así. Pero ¿no hay mucha distancia entre creer que unas personas hicieron algo por buena voluntad aunque por razones que nos pueden parecer equivocadas desde la perspectiva y conocimiento actuales, a creer que lo hicieron a sabiendas de que hacían daño y con el ánimo de enriquecerse?

Pues no, nada de esto se considera. Con pruebas o sin ellas el juicio ya se ha realizado y los ha convertido a todos (muchísimos profesionales, teniendo en cuenta que hay afectados en todo el territorio nacional) en culpables absolutos del robo de bebés  y posterior compra-venta con el único propósito de enriquecerse. Ahí queda eso. Si luego, por el camino de la justicia (que es que realmente debe dictar sentencia, digo yo) esto se desmiente, ¿Se enterará alguien? ¿Se lo creerá alguien? Los investigadores profesionales habrán hecho su trabajo en silencio. Cada prueba, cada indicio, no será del dominio público. Sólo nos enteraremos de las conclusiones finales. Y yo me pregunto que pasará si entonces se llega a conclusiones diferentes a las que los medios ya han difundido. Si entonces también saldrá todo publicado a bombo y platillo por todas partes. Tal vez entonces no sea ya tan interesante.

Por no hablar ya de donde quedan en todo este embrollo los padres adoptivos. Por que se les ha llamado poco menos que ladrones de bebés. Muchos "virtuosos" se han sentido con la capacidad moral de juzgar su decisión de confiar en estos dos poderes establecidos en ese momento: iglesia y profesión medica. ¿Por qué iban a dudar de que "lo normal" era hacer así las cosas? ¿Por qué dudar de que el bebé había sido abandonado por su madre, que no le quería? ¿Por qué dudar cuando les dijeron que así salvaban la vida del niño y le quitaban un estorbo a la madre? Ahora mismo mucha gente está escandalizándose de que estas familias actuaran de esta manera cuando todos y cada uno de nosotros, en nuestra vida diaria, estamos haciendo tantas cosas francamente cuestionables, simplemente porque hoy en día, en las circunstancias actuales, son legales o "aceptables". Que fácil es ver la paja en el ojo ajeno sin hacer un verdadero análisis de conciencia.

En todo esto veo una absoluta falta de interés por analizar todo lo ocurrido y reflexionar sobre sus verdaderas y más profundas causas. Es más fácil escandalizarse y aceptar la versión más vendible de unos malos malísimos actuando sólo por motivos económicos, sin profundizar en unos hechos que ocurrieron porque somos como somos y aceptamos lo que aceptamos. Somos (todavía) una sociedad patriarcal en la cual un embarazo se puede convertir en una maldición, en una vergüenza que justifica la separación entre madre e hijo. En donde la sexualidad femenina ha sido sistemáticamente degradada, demonizada y "temida". En donde la mujer sigue siendo infantilizada hasta el extremo de permitirse que su familia decida si se queda o no a su hijo, en donde el médico puede aplicarle una anestesia aunque ella diga claramente que no quiere,  en donde el personal sanitario puede arrebatarle a su hijo sin su permiso para llevarlo al nido o a donde crea conveniente, sin dar explicaciones exactas sobre el estado de salud de ese bebé, o incluso en donde deciden por ella si tiene o no derecho a ver a su bebé muerto. Y hablo en presente porque, desgraciadamente, la gran mayoría de estas situaciones siguen ocurriendo ahora.

Huelga decir que estos hechos nunca hubieran sido posibles si la maternidad hubiera sido siempre convenientemente respetada y valorada, y la prioridad ante cualquier parto hubiera sido el respeto del continumm entre madre y bebé. Ninguna de estas madres se hubieran pasado años sufriendo la duda de si su hijo realmente murió porque se hubieran podido despedir de él y pasar el duelo correspondiente y necesario (por no hablar de la posibilidad de que muchos de estos niños siguieran hoy vivos si su parto no hubiera sido intervenido como fue). Y muchos de nosotros hubiéramos sido criados por  nuestras madres que, al no verse avergonzadas, humilladas y rechazadas sino apoyadas y sostenidas, nos hubieran amado y deseado. Los que de todas maneras hubiéramos sido cedido, tendríamos la certeza de que ella lo hizo voluntaria y conscientemente, sabiendo que nos dejaba en manos de una mujer que a partir de ese momento ocuparía su lugar. O al menos tendríamos la certeza de que las personas que decidieron separarnos de ella lo hicieron por los motivos adecuados (todos sabemos que, desgraciadamente, hay casos en que esta decisión de separar al bebé de su madre debe de ser tomada por terceros). Todo sin vergüenzas, sin secretos, sin mentiras. Que diferentes hubieran sido entonces las cosas, y que diferentes serían ahora también.

Me parece que ha sido muy fácil montar un escándalo basado en unos  hechos que admiten otras explicaciones, y llegar a unas conclusiones a las que todavía no podemos llegar por falta de pruebas definitivas y contundentes (Al menos yo no las he visto publicadas). Y es que es muy fácil creer que los malos son siempre los otros sin mirar, no sólo nuestros propios errores, sino los errores que con nuestra pasividad y aceptación permitimos que sigan ocurriendo día a día a nuestro alrededor.