Creo que debemos de tener un centenar de dinosaurios en casa. Ni el más completo de los museos puede tener una exposición semejante a la nuestra. Hay de todos los tipos, colores y tamaños. Y lo más sorprendente: los niños se los conocen TODOS y cada uno.
Cada dinosaurio tiene una inicial que indica quien es su dueño. Así que están los dinosaurios con una V, los que tienen una O y los que tienen una M. Mis dos hijos mayores (V y O, de cinco y cuatro años respectivamente) ya saben distinguir perfectamente entre las tres letras y no les cuesta respetar la propiedad de cada uno. El pequeño (de 20 meses y dueño de los dinosaurios con una M) ni sabe, ni quiere saber. El sólo tiene una obsesión, o mejor dicho, dos:
- un triceratops lila
- un stegosaurus verde
Que haya 5 ó 6 triceratops y stegosauros más no tiene la mínima importancia. Que el triceratops lila y el stegosaurus verde lleven un V, tampoco. Pero para V si que es importante. El sabe exactamente cuales son sus dinosaurios y tiene un lugar determinado (con una postura determinada) para cada uno de ellos. Que en un momento dado no esté jugando con ellos no significa nada. Lo importante es que sus animales tienen su caja y su orden y que ahí es donde deben de estar, y no en ningún otro sitio. Y “ningún otro sitio” también se refiere a las manitas de M.
Supongo que os imagináis la causa de la guerra. ¡Estoy hasta las “narices” del triceratops y del stegosaurus! Parece increíble, pero si algo ha puesto contra las cuerdas mi intención de aplicar la crianza respetuosa son estos dos dinosaurios. Hemos pasado una época con cinco o seis berrinches diarios por los dichosos juguetitos.
La escena suele ir más o menos así: M mira la caja de dinosaurios de V durante un ratito. Después viene y me coge un dedo, como siempre que quiere que le acompañe a algún sitio. Me lleva a la caja y la señala. Como V está jugando a otra cosa le digo que coja lo que quiere (tal vez este sea el primero de mis fallos, pero nunca he conseguido distraerlo de su objetivo. Eso ya lo he intentado muchas veces). Feliz de la vida coge los dos animales de su corazón. Al cabo de más o menos tiempo V siempre acaba viendo los dinosaurios en poder de M.
- Maaaaaaaamaaaaaaaaaaaa, NNNNOOOOOOOOOOOOOO
- Pero mira V tu no jugabas con ellos. Luego te los pondrá en su sitio
- PEROOOO SOOON MÍOOOOOOS
- Pero es tu hermano pequeño y el todavía no entiende de propiedades y tú no los usas ahora…..
- PEEEROOOO SON MÍOOOOOOS
- Si, V son tuyos pero el te deja los suyos y….……
- QUEEE NOOO QUIEROOOO, QUE SOON MÍOOOOOS
En este punto sólo hay dos soluciones:
1- Cogerle los dinosaurios a M, que con sólo 20 meses no entiende que son de V y que este no se los deja. El sólo sabe que cuando V se los ve la arma bien gorda. Por eso, el muy pillín, suele esconderse de V cuando los tiene y si V se los descubre viene a refugiarse en mí. A mí me rompe el alma ver llorar a M, tan pequeño y que no entiende nada. He de deciros que el berrinche le dura un buen rato porque él no se deja distraer con facilidad. Las estrategias de darle otros dinosaurios, u otros juguetes, u ofrecerle algo para comer, ¡o incluso ponerle la tele con dibujos! Nunca funcionan durante los siguientes veinte minutos. Ni la socorrida teta, tan útil en otras ocasiones, sirve de nada en estos momentos.
2- Imponerme a V (sí, lo se, ya le he adjudicado el papel del “malo” de la película), y ya a base de gritos: “LE DEJAS LOS DINOSAURIOS SÍ O SÍ Y SE A-CA-BÓ. Te los va a devolver en unos minutos y te los dejaremos donde los tenías y como los tenías ¡ Habrase visto niño más posesivo y egoísta, por Dios!!!! Y si lloras así TE TIRO LOS P.T.S DINOSAURIOS A LA BASURAAAAA”.
Como veis ya he perdido los papeles totalmente y “mamá conductista” me posee desde la cabeza a los pies. Soy plenamente consciente de que no soy justa con V. Sólo tiene cinco años y, que caray, son sus dinosaurios. Yo tampoco reacciono muy generosamente si veo a M jugando con mi portátil, por ejemplo. Es posible que le deje un ratito en mi presencia para que no llore y satisfaga su curiosidad, pero si intenta hacer según que cosas (como probar a ver si el ordenador vuela, por poner un ejemplo) se lo quitaré, llore lo que llore.
Podría dejarle muy claro a M que esos dinosaurios no son suyos. Costaría unas cuantas sesiones de no dárselos o quitárselos y llorar pero al final se daría por vencido (creo, no estoy segura porque este niño es muy persistente). Pero me repatea que V no sea capaz de negociar minimamente con su hermano (tú ahora le dejas tus dinosaurios como él, o mamá, o papá te dejan tal o cual cosa. O razonamientos del tipo: tienes que compartir con tus hermanos para que ellos también compartan contigo).
Todo esto que os he contado me lleva al corazón del problema: V es exageradamente posesivo. No se atiene ni a razones ni a negociaciones. Le importa bien poco estar toda una tarde aburrido y sólo agarrando una de sus posesiones, con tal de que no se la coja alguno de sus amigos o hermanos. Intento explicarle que el placer de compartir juegos con ellos es mucho mayor que el de tener esa cosa, pero no hay manera. Y eso me duele. ¿Sabéis porqué? Pues por que me reconozco en él.
Yo hacía lo mismo. Siempre lo achaqué a ser hija única -por lo que antes de ir al preescolar no tuve que compartir mis cosas con nadie- y por esa actitud sufrí bastante. Pero él -a pesar de sus hermanos- hace lo mismo, y no parece que esté cambiando demasiado a pesar de las experiencias repetidas de lloros de unos o de otros. Tengo la impresión de que yo le he pasado este defecto, más que por los genes, por mi propio comportamiento. Pero no sé exactamente como. Mi mas preciada posesión, mi portátil, está a su disposición, aunque siempre bajo mi supervisión, por supuesto. No creo que nunca le haya prohibido coger nada con el argumento de que “es mío”. Si algo no puede tocar suele ser porque “es peligroso para ti” o porque “puedes romperlo”. En este último caso somos más permisivos siempre y cuando lo haga bajo la supervisión mía o de su padre.
Supongo que es este sentimiento de culpabilidad el que me hace ser tan dura e injusta con él. Y no es manera, lo sé. Obligarle a dejar sus cosas no sólo es una falta de respeto, sino que además no estoy consiguiendo lo que realmente necesita, esto es, valorar más el hecho de compartir sus cosas con la gente querida, que las cosas por sí mismas.
Yo recuerdo la sensación de frustración y vergüenza que me producían los reproches que recibía cuando tenía esa actitud posesiva tan semejante a la de mi hijo. Frases como “así nunca vas a tener amigos” me hundían en la miseria, pero tampoco me hacían reaccionar en la dirección correcto. Me acuerdo que siempre temía por el “bienestar” de mis posesiones cuando estaban en manos de otras personas. Era superior a mí. El miedo a perderlas me bloqueaba cualquier otro sentimiento. ¿Será lo mismo que siente V?
Creo que él ahora mismo es demasiado pequeño para explicarme el porqué de esta actitud. Y es evidente que no está preparado para compartir sus cosas, que le tengo que dar tiempo. Pero el pequeño M, su otro hermano O, o sus amigos, tampoco se merecen que él les trate así, sobretodo cuando ellos sí que ofrecen sus juguetes a V, al menos la mayoría de las veces.
Cuando pasa la crisis y tengo a mi primogénito lloroso y abrazado a mí, me siento totalmente derrotada. He fallado estrepitosamente pero lo peor es que no sé como debo de actuar la próxima vez (que la habrá, a menos que tire realmente los dichosos dinosaurios. Pero entonces la tendremos con otra cosa, que más da). Porque los dinosaurios siguen en su caja y M sigue mirándolos un ratito antes de venir a cogerme el dedo.