Reconozco que me ha costado bastante entender mínimamente la situación en la que nos encontramos esta primavera del 2020 gran parte de (si no todos) los países del planeta: paralizados, con la población confinada en diferentes grados, la economía congelada y nuestras vidas en suspenso mientras miramos, aterrados, las pantallas de televisión, en donde se muestra la imagen dantesca de las urgencias saturadas, la gente enferma esperando en largas colas en los pasillos, enfermos en las UCIs tumbados boca abajo, conectados a respiradores (en el mejor de los casos), a la vez que se nos informa de que se está practicando una "medicina de guerra, decidiendo quién se trata y quién no. Los mayores de 80 años no serán ni hospitalizados en algunos países. En España,
por lo que parece, tienen que responder a la terapia con oxígeno, y si no lo hacen, no son candidatos para ocupar un respirador. No hay sitios para todos y se prioriza a los jóvenes, que tienen más posibilidades de supervivencia.
En total en el mundo hay, a día de hoy,
1.292.564 casos confirmados y han muerto 70.798 personas de COVID-19, enfermedad provocada por el
coronavirus SARS-CoV-2. Lo que significa una tasa de mortalidad de 5.4%. Cinco veces más alta de lo que se decía en un principio, cuando se comparaba con "una simple gripe".
Ante estas cifras, yo he estado bastante desorientada. Nunca en mi vida me hubiera imaginado llegar a semejante situación. Porque hace unos meses, cuando
China andaba construyendo un hospital en diez días, los europeos nos quedamos mirándolos, asombrados y admirados, pero sin reaccionar. Hicimos algunas bromas, admiramos su disciplina y tenacidad, y seguimos a nuestras cosas... por poco tiempo. Un par de meses más tarde, con Italia a la cabeza, comenzamos a ver los cuernos al toro.... y eran bastantes más grandes de lo que nos habíamos imaginado.
El caso es que a mí me ha costado entender por qué y cómo un "chumivirus", como es este coronavirus, cuya tasa de mortalidad no debería ser más allá del 1%, y que más del 85% de la población lo pasa asintomáticamente o con síntomas llevaderos y comparables a los de una "simple gripe", ha sido capaz de paralizar un planeta entero, con todas las enormes consecuencias que eso tiene, y va a tener a corto, medio y largo plazo para la economía mundial.
Por suerte, el otro día llegó a mis manos un artículo escrito por un excelente pediatra alemán,
el doctor Herbert Renz-Polster, a quien tuve la suerte de conocer en una de sus charlas en un congreso de la Liga de la Leche. En él explica detalladamente las razones de por qué este virus ha sido capaz de liar la que ha liado y os las voy a resumir aquí en pocas palabras, aunque os recomiendo leer su artículo completo, el cual he traducido (lo mejor que he podido) al español y que encontraréis
aquí. A mí, esta información me ha ayudado a comprender por qué está sucediendo lo que está sucediendo y eso, aunque parezca mentira, me ayuda a controlar el miedo y no ahogarme en él. Ahora entiendo lo que pasa, y eso me hace sentir más segura.
Según el doctor Renz-Polster, a pesar de que su tasa de mortalidad teórica no debería ser superior al 1% (y podría ser incluso muy inferior) este nuevo coronavirus está llegando a tasas de hasta 8% en algunos países por:
- Somos una especie "virgen", o sea, es un nuevo agente infeccioso para el que hasta ahora nadie tenía inmunidad. Esta es una diferencia fundamental de la gripe y del resto de virus comunes que provocan enfermedades respiratorias, contra los cuales gran parte de la población tiene inmunidad total o, al menos, parcial. Esta inmunidad previa de una población contra un virus dado tiene tres consecuencias principales:
- Los inmunes totales no enferman y los inmunes parciales enferman, pero no de gravedad. Por lo tanto, aunque el agente infeccioso tenga la capacidad de producir una enfermedad grave como una neumonía (que no todos la tienen), mucha menos gente llegará hasta este punto. Como frente al coronavirus SARS-CoV-2 no tenemos inmunidad, ni siquiera parcial, mucha más gente tenemos el potencial del llegar a desarrollar la enfermedad más severa. Dependemos absolutamente de nuestra buena condición física en el momento de la infección, y de la buena condición de nuestro sistema inmune, así como de la carga vírica que nos entra y de la propia vía de entrada.
- La gente inmune contra un virus común, como en el caso de la gripe, no transmite la enfermedad, por lo que no es contagiosa. Eso hace que la carga vírica en la población y su entorno sea muchísimo más baja que con este nuevo coronavirus SARS-CoV-2, donde prácticamente todos los infectados, con síntomas o sin ellos, lo trasmitimos hasta que nos inmunizamos.
- Los más vulnerables están (al menos parcialmente) protegidos contra la gripe y otros virus respiratorios por esta inmunidad del grupo. Esta protección no existe en el caso del SARD-CoV-2.
- El virus, SARS-CoV-2, es capaz de reproducirse en el tracto respiratorio superior, lo que le permite ser altamente contagioso, ya que la carga vírica de las partículas de saliva que una persona infectada libera al aire puede llegar a ser muy alta. Esto lo diferencia del primer SARS, que sólo era capaz de reproducirse en los neumocitos, por lo que, aunque mucho más virulento, fue mucho menos contagioso. Diversos virus del catarro y los de la gripe también tienen esta capacidad.
- Todo ello lleva a que el potencial de infección del nuevo patógeno, descrito como el número básico de reproducción, es de 2,2 mientras que en la gripe es de 1,28. Por eso se mueve por la población muchísimo más rápido que la gripe. Esto le permite enfermar/matar en una semana lo que la gripe enfermaría/mataría en varios meses.
- SARS-CoV-2 tiene la capacidad de infectar los neumocitos de los pulmones, pudiendo llegar a provocar neumonía bilateral severa, y parece que esto lo hace con mucha más frecuencia que los rinovirus (catarros) y los virus influenza de la gripe.
- Por todo lo dicho anteriormente, SARS-CoV-2 ha conseguido saturar hasta el colapso a los sistemas sanitarios, incluso de los países de la rica sociedad occidental industrializada. Y este colapso aumenta la tasa de mortalidad, ya que no todos los pacientes que llegan al estado crítico tienen acceso al tratamiento que les puede salvar la vida. Además, también aumenta la mortalidad por causas independientes al coronavirus, ya que cuando el sistema está saturado, lo está para todos. Y hemos de ser conscientes de que a la vez que corre la pandemia la gente sigue sufriendo accidentes, infartos, gripes, derrames cerebrales, etc...
Por lo tanto, a estas alturas creo que ya nadie puede dudar de la necesidad de tomar medidas drásticas que permitan ralentizar la epidemia, para así liberar los sistemas de salud y que estos puedan atender convenientemente a todos los que vayamos enfermando. Porque, posiblemente, en los próximos meses enfermaremos un porcentaje alto de la población, lo que en principio, además de inevitable, será bueno ya que iremos creando esa tan necesaria y apreciada inmunidad de grupo que proteja a los más vulnerables que no se pueden tomar el lujo de cogerlo.
Enfermar o esperar a la vacuna, que puede tardar como mínimo un año. Esas son las dos opciones. Pero si nos infectamos, que lo hagamos en buenas condiciones, esto es:
- Por una carga vírica baja, lo que permitirá a nuestro sistema inmune defenderse mejor y evitar que el intruso llegue a los pulmones ( no es lo mismo que te invada un ejército de 100 soldados que de 10.000.000 ¿Verdad?).
- En una sociedad donde el sistema de salud está lo suficientemente desarrollado y descargado como para darnos todos los cuidados necesarios, en caso de que los necesitemos.
Ambas condiciones las vamos a optimizar mediante el distanciamiento social, gracias al cual la carga vírica ambiental disminuye muchísimo y los sistemas de salud se van liberando de la sobrecarga, a la vez que ganamos tiempo para ir desarrollando tratamientos que ayuden a los más críticos. Nadie en la actualidad pone en duda la necesidad de tomar esta medida.
Dejando claro este punto, pasemos al segundo tema que quiero tratar en este artículo: las diferentes maneras de conseguir esa necesaria disminución de contactos sociales, que permita ralentizar el ritmo de contagios lo suficiente como para que los que podemos enfermar lo hagamos en las mejores condiciones.
Para ello, diferentes países han tenido diferentes estrategias. España es de las más radicales: nadie sale si no es de uno en uno, a comprar lo imprescindible, al médico o a pasear al perro. En Suiza, donde yo vivo en la actualidad, las normas son más laxas. Se recomienda no salir, pero se permite hacerlo en grupos de menos de cinco personas y manteniendo una distancia de seguridad de un par de metros entre la gente. En ambos países, todos los negocios que no son imprescindibles se han cerrado (aunque lo que se entiende por "imprescindible" cambia un poco de país a país).
Qué estrategia es la mejor para contener la pandemia, solo el tiempo lo dirá. De momento en Suiza parece que funciona, aunque evidentemente hay gente que es más estricta y gente que se cree que está de vacaciones, y se va a las orillas del lago a hacer barbacoas con amigos. Pero en general la gran mayoría es cuidadosa.
Y de momento nuestras cifras no van mal.
En España, tras ya tres semanas de confinamiento extremo, empiezan a oírse voces llamando la atención sobre el daño que este puede ocasionar a un sector muy especial de la población: los niños.
Y es que los niños son los grandes olvidados en toda esta pandemia. Hasta ahora, los medios de comunicación y los políticos solo les nombraban para asegurar que son "grandes transmisores del virus", cosa que no es realmente cierta. Afortunadamente, SARS-CoV-2 es amable con nuestro pequeños, siendo excepcional que enfermen de gravedad y pudiendo estar infectados sin mostrar ningún síntoma. Pero no por ello son más contagiosos que los adultos que tampoco tienen síntomas o los tienen leves. Así que para nada son aquí una amenaza especial o "los malos de la película".
Y que un niño se pase tres semanas en casa sin pisar la calle es, solo por sí mismo, criminal. Es una crueldad. Y, posiblemente, es una crueldad innecesaria. Porque, además, no todos los niños tienen casas amplias, soleadas, con balcón o jardín. Muchos viven en pisos pequeños, oscuros, demasiado llenos de gente para sus dimensiones y, en el peor de los casos, con adultos estresados y violentos.
En este caso es un pediatra español, José María Paricio Talayero, muy querido y conocido por muchos de nosotros, el que en un
artículo publicado en facebook pone sobre la mesa esta situación insostenible.
El miedo ciega el entendimiento y no ayuda a tomar decisiones acertadas. El pavor mantenido desestructura la mente, predispone a la pérdida de la contención psíquica y lleva a la depresión y a conductas disruptivas para uno mismo y para los demás, con los que ahora convive 24 horas al día: las tasas de depresión, suicidio, violencia contra las mujeres y contra los niños y niñas han aumentado de modo alarmante con el confinamiento.
Pretender prevenir estas alteraciones que todos estamos sufriendo casi exclusivamente con la difusión de “buen rollo” y unos aplausos diarios a las 20 horas no es suficiente. La información clara, ahora más que nunca, es necesaria para actuar y para sanar en tiempo de crisis. Es cierto que todo se ha dicho, pero ha quedado enterrado por una campaña mediática de terror. Otros países como Canadá, Islandia o Francia están difundiendo mensajes concisos, veraces y tranquilizadores para la población.
El doctor Paricio Talayero no niega la peligrosidad actual del virus (debido a la falta de inmunidad de la población), ni la necesidad de tomar medidas, pero trata de compensar el miedo irracional que se está provocando a través de los medios, y alienta a que no nos dejemos llevar por él y contextualicemos bien la situación, no vaya a ser que acabemos haciendo más daño del que queremos evitar. Y yo no puedo menos que darle la razón cuando escribe:
También diré que además o aparte del objetivo principal que se ha tomado aquí y en muchos países (“frenar el contagio”), si se priorizase el objetivo de “proteger a las personas vulnerables, con factores de riesgo”, entonces el confinamiento y el aislamiento social pasarían a un segundo plano, se podrían realizar de otras maneras, haciendo padecer menos a las personas, incluidos los niños. Otros países como Canadá y Suiza, también muy sensatos, lo están haciendo así.
Con tanto miedo creado, va a ser difícil “desescalar” esto. El día que nos digan que podemos salir a la calle tardaremos en salir, aún mas en dejar salir a nuestros hijos y aún más en abrazarnos. Nuestro enemigo, instalado en nosotros, hace que lo seamos unos de otros y, como es invisible, no sabremos hasta cuándo. El miedo nos hace sentir cómodos con y en la Verdad, la Verdad aprendida, la única: “quedémonos en casa”.
La verdad no se escribe con mayúscula inicial.
En resumen, he querido traer hoy aquí las palabras de estos dos grandes pediatras porque me han ayudado a comprender y equilibrar esta situación excepcional. Parecen contrarias, pero no lo son en absoluto.
En realidad son perfectamente complementarias
Sí, por un lado nos estamos enfrentando a un virus que en las condiciones actuales debe ser contenido para optimizar la manera en la que la población se inmunicé contra él y así minimizar el número de muertes que provoque, pero....
el miedo irracional es mal consejero y las medidas que se toman deben de tener en cuenta las necesidades de todos, incluidos (y especialmente) nuestros niños, extremadamente vulnerables y casi siempre olvidados.
Es posible llegar a un equilibrio que permita ralentizar los contagios sin producir daños innecesarios a nadie, pero para hacerlo hay que tener en cuenta todos los factores. Y
en España, las necesidades de la infancia, no se han tenido en cuenta en absoluto. Y esto es un hecho, no una opinión.
Y para finalizar os dejo el artículo escrito por el doctor José María Paricio Talayero y Heike Freire (filósofa, psicóloga y pedagoga):
En él se resume perfectamente la situación de nuestros niños en esta crisis y por qué también España, al igual que hacemos ya en otros países, debería seguir l
as recomendaciones de la OMS de permitir a los niños salir al menos una horita al día.
Generalmente el miedo no es buen consejero y muy raramente las mejores soluciones están en los extremos. Controlemos entre todos esta pandemia, ralenticemos su expansión, pero no a costa de la salud física y mental de toda una generación de niños. Ellos se lo merecen. De hecho tienen todo el derecho.