jueves, 27 de enero de 2011

ME UNO AL “DEBATE DEL PACK”


Todo empezó en el blog de Ileana en su artículo “Sobre la vacunación de los niños”. También Carlos Gonzalez nos puso su granito de arena en su libro “A favor de las vacunas” y ayer, Mamá vaca cogió el testigo. Ahora yo os dejo mi opinión al respecto.

Sí, creo que existe un “pack”. No es que haya sido definido de manera oficial o profesional, pero en el mar del conocimiento popular ya flotamos con un barco propio llamado de diferentes maneras: “crianza natural”, “Crianza con apego” o como recientemente propuso Ileana “Crianza corporal”. Para los más desinformados del sector “convencionalista”, esos que no se han cuestionado nada de los que se les hizo a ellos y se les dicen que hagan a sus hijos, somos esos extremistas que damos teta hasta que el niño va a la universidad, dormimos todos junto, nos alimentamos a base de algas marinas de cultivo ecológico y ni vacunamos ni medicamos a nuestros hijos.

Lo cierto es que este razonamiento tiene cierta lógica. Pensad que para cuestionarse la manera en que la gran mayoría de gente hace las cosas hay que tener la capacidad de rascar: de rascar la superficie de nuestra realidad para llegar más adentro y encontrar otras realidades igualmente válidas (y por lo que parece no todo el mundo la tiene, o al menos no todo el mundo sabe que la tiene). Y todos sabemos que en cuestiones de rascado uno sabe cuando empieza pero no cuando acaba.

Por eso todo suele ser una reacción en cadena: una cosa lleva a otra de manera irrevocable. Cuando empiezas a sumergirte ya no hay marcha atrás. Nada más ponerte al niño en brazos empieza “el picor” en forma de “bebé y mamá descontentos con lo que mamá tiene que hacer para criarlo”. Entonces, con un poco de suerte añadida a tu capacidad de cuestionar lo “establecido” y buscar soluciones alternativas, caerá en tus manos toda esa información que te dice que hay una manera diferente de hacer las cosas.

Primero va la teta. Los consejos de la mayoría del personal sanitario convencional no hacen sino agravar tus problemas. Recurres a otras ayudas (como las asociaciones de apoyo a la lactancia) y ¡Ya está! Ya has empezado a rascar. La costra superficial se resquebraja, abriendo ante tus ojos todo un océano de conocimientos que por fin estará a tu alcance.

Ahora ya has aprendido a dar de mamar, pero esta información no ha venido sola. Resulta que te has enterado de la importancia del contacto “piel con piel” con tu bebé y de su necesidad de estar contigo. Sin saber como, llegan a tus manos libros como “Bésame mucho” de Carlos Gonzalez y “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové. Imposible no irse a la parte de la bibliografía de estos libros y señalar algunas de las fuentes con tu rotulador fosforescente. Así te encontrarás leyendo “Tus hijos y nosotros” de Meredith small, o “El concepto del continumm. En busca del bienestar perdido” de Jean Liedloff. Sigues con toda la bibliografía de Michel Odent. Luego continúas con Alice Miller o Laura Gutman y, finalmente, una noche te ves con una impresión de un libro de Casilda Rodrigañez en tu cama a las 2 de la mañana. En tu mesilla descansan unos 10 libros ya comprados en lista de espera y en tu ordenador tienes una lista de otros diez más. Ya ni ves la superficie de la que  partiste, y estas irrevocablemente sumergida en un mundo de nuevos conocimientos y filosofías que te fascinan.

A estas alturas ya no sólo das de mamar correctamente sino que, posiblemente, estés abierta al colecho (lo practiques siempre o no. Seguro que al menos opinas que es algo sano y natural y nunca te escandalizarías frente a una familia que lo hace), al porteo, a no forzar a comer al bebé, a no pegarle, a tratarle con respeto dejando de lado el método conductista……

Una vez sumergida por debajo de la superficie de la archiconocida y segura “realidad convencional” donde rige la ley de “más vale malo conocido que bueno por conocer”, te encuentras en el gran mundo del “pack” de crianza alternativo. Un mundo al que hoy en día tienes fácil acceso gracias al monstruo de internet. Así, desde esa pequeña pantalla encima de tu escritorio, llegas a toda la información más contrastada y mejor estudiada del mundo de la crianza. Pero, ¡¡¡¡¡ojo!!!! También hay mucha “paja”. Muchísima. De hecho, hoy en día cualquiera puede escribir lo que quiera, aunque sea la más soberana estupidez, y ser leído por millones de personas. Por lo tanto necesitarás desarrolar tu capacidad para discernir la información veraz y de calidad de la pura basura. Y eso no siempre es fácil. Para ello tendrás que confiar en el criterio de expertos en temas que se te escapan. Y además tendrás que elegir los expertos en quién confiar (y asegurarte de que son realmente “expertos”). Por eso el camino que has tomado no está exento de riesgos: puedes cometer errores al confiar en impostores y creerte información falsa. Pero así son las cosas. Quien nada arriesga, nada consigue. Y  sigues buceando entre todos estos datos y teorías, aprendiendo cada día más, aumentando tu capacidad crítica y creciendo en el proceso. Aprendes a debatir y a respetar las diferencias. Aprendes a ver como un problema acepta muchas soluciones. Te vuelves más respetuosa y tolerante aunque, como tu capacidad crítica y tus conocimientos han aumentado, pareces lo contrario y te llegan a tachar de “extremista”.

En fin, que te ves sumergida en el “pack” de la crianza “alternativa” del cual coges y pones en práctica lo que consideras más conveniente para tu(s) hijo(s), tu pareja y tu misma. Todo lo eliges después de horas de lectura y evaluación de la información. Ya te parece inaceptable aceptar nada “porque sí”  por que has aprendido a navegar en estas aguas profundas y revueltas de conocimientos, y te has convertido en toda una “loba de mar”.

Los que siguen en la superficie te ven e, ignorantes, te creen hundida en el “pack” de los que “hacen todo lo que no hacemos los demás” y como no tienen ni idea de todo el proceso que te ha llevado hasta donde estás, ni de lo que tú ves desde tu posición, te ponen la etiqueta de “extremista”. Los más “cegatos” te condenan, ridiculizan e incluso insultan, mientras hondean la bandera de su ignorancia delante de tus narices.

Así que sí, creo que hay un pack. Pero yo lo veo como un océano de alternativas a la costra superficial y rígida de la crianza "convencional". Los que nos hemos sumergidos escogemos opciones tan distintas entre nosotros como la diferencia que nos separa de la superficie. Pero tenemos en común que nos hemos sumergido y por lo tanto somos libres para bucear por donde queramos e ir donde nos apetezca. Ya no estamos prisioneros en la superficie. 

viernes, 21 de enero de 2011

HERMANOS


Ayer leí un estupendo artículo de Mireia Long hablando sobre los hijos únicos. La decisión de tener un sólo hijo o varios es muy personal y creo que - todos estaremos de acuerdo - no hay correcto/incorrecto, verdadero/falso, bueno/malo. Todos decidimos de acuerdo con nuestras condiciones y experiencias. Llevaba ya varias semanas con esta reflexión en el bolsillo y os la pongo ahora. No es con la intención de crear debate porque, como ya digo, no es un tema que admita debate (al menos no en el sentido de encontrar que argumento es más válido), sino simplemente ofrecer una visión diferente a la de Mireia y compartirla con vosotras.

En mi vida creo que sólo me ha faltado una cosa que yo considere realmente importante: hermanos. Soy hija única y esto siempre lo he vivido como algo negativo. De pequeña todos mis amigos y todos mis primos tenían hermanos. Yo era la excepción. Era la “Hija Única”.

Ser hija única estaba (y está) ligado a tener una serie de características bastante negativas: egoísta, egocéntrica, lloricona o excesivamente mimada son sólo una muestra de ellas. Desgraciadamente yo me sentía identificada con cada una, aunque en muchas ocasiones amigas bienintencionadas me decían que yo no era la “típica hija sola”; comentario que solía seguir a las críticas desgarradoras que hacían a una conocida que era (también) hija única.

Pero a parte de la suposición de que yo era, por obligación, una criatura detestable, mi condición conllevaba otra serie de claras desventajas:

1-     La soledad: horas y horas jugando en soledad. A pesar de que mis padres me dedicaban el tiempo que podían y mi madre se preocupaba de traer primitos o amiguitas a casa, la mayor parte del tiempo libre lo pasaba jugando sola. Tal vez estuviera en compañía de mis padres o de mis abuelos, pero para ellos jugar conmigo no dejaba de ser  un tanto “aburrido” (no lo neguemos, para los adultos los juegos infantiles son bastante aburridos. Nos encanta estar con nuestros niños, pero preferimos que ellos jueguen a su bola, mientras nosotros hacemos otras actividades más apropiadas para nuestra edad, como adelantar trabajo, cocinar, leer, o escribir artículos para el blog) y a la larga acababa jugando yo sola a lo que podía, aunque estuviera en compañía de adultos. Acabé siendo una maravillosa cantante en “playback” de “Enrique y Ana” y “Parchís” (por no hablar de “Los Nins” que encima me decían que era igualita a una de las niñas). A los 9 años ya me había leído prácticamente la colección completa de “Los  felices Hollister” y a los 12 había acabado con todo el repertorio de Enyd Blyton.

2-     Ser “lo único” de tus padres: en general el hijo único suele ser un hijo muy deseado y planeado y también suele tener unos padres algo mayores que la media. Esto le convierte en la gran esperanza de sus padres. Es la encarnación de su gran sueño, y eso es una responsabilidad terrible. Si tu les fallas, les falla todo. Si a ti te pasa algo, les dejas sin nada. Cuando ya eres adulto y ellos son mayores, te encuentras sólo frente a su vejez y los problemas que conlleva. También te enfrentarás sólo a su muerte. Y, desde luego, esto no compensa ser el único heredero de sus bienes, como alguna mente frívola me había sugerido alguna vez.

Por lo tanto, si algo he tenido claro es que intentaría por todos los medios no tener un hijo único. Mi gran sueño siempre ha sido una familia numerosa. Gracias a Dios, a la vida o a la naturaleza, mi marido y yo hemos hecho gala de una exuberante fertilidad que nos ha permitido tener 3 bebés en poco más de 4 años. Y aunque parezca una locura no he cerrado el cupo. Todavía estoy abierta a un cuarto embarazo, aunque todo el mundo da por supuesto que sólo bromeo cuando lo comento.

No voy a negar que criar tres niños tan pequeños y seguidos es, cuanto menos, difícil. Hay momentos en los que me supera y siento verdadero pánico. Pero a pesar de los pesares nunca, y digo NUNCA, me he arrepentido de tenerlos a los tres (y tan seguidos). La visión de los tres hermanos jugando juntos, o unos cuidando de otros, o esos primeros intentos de ser negociadores y diplomáticos, o las primeras muestras de empatía que demuestran tener, me compensa la parte más difícil de esta situación.

Muchos días me siento agotada porque cuando no se le cruzan los cables a uno, se le cruzan al otro, y yo tengo la sensación de pasar el día en un continuo de rabietas, gritos, lloros y desesperación. Pero luego un hermano abraza al que llora, u otro intercede a favor del que está recibiendo la regañina y a mí se me abre el corazón. A veces me siento culpable porque no puedo dar a cada uno todo lo que recibiría de mí si me tuviera en exclusiva. Pero luego me doy cuenta de que recibe de sus hermanos algo que no puede recibir de ninguna otra persona. Los celos y las peleas no son más que obstáculos que todos tenemos que aprender a superar, creciendo y aprendiendo a medida que conseguimos resolver las situaciones conflictivas.

Mucha gente que tiene un hijo único me dice que no sabe como lo hago yo con tres. Lo cierto es que no creo que a mí el trabajo se me haya multiplicado por tres, ni mucho menos. En realidad, aunque evidentemente tienes más trabajo, un solo hijo ya da gran parte del trabajo que dan varios niños. Yo creo que en la gran mayoría de casos, especialmente en el mundo occidental en que vivimos, es beneficioso que la atención de los padres se reparta entre varios hermanos. Lo he visto claramente en mi caso y lo veo en los casos de madres amigas que sólo tienen un hijo. Como ejemplo os contaré que mi madre me ha dicho que podía pasarse dos horas dándome de comer (por eso de que yo era “mala comedora”). ¿Creéis que eso era realmente bueno?  En cambio yo pongo la comida delante de mis tres hijos; unos días come un hermano pero los otros dos casi nada, y al día siguiente el que comió ayer casi no come y los otros dos arrasan con todo y se pelean por el último trozo. No tengo tiempo de estar haciendo el avión durante dos horas a uno o a otro, lo que no quita que si uno se hace el remolón sea yo el que le de con la cuchara o el tenedor. A veces se lo toman como un juego, o los mayores tienen celillos del pequeño, y tengo que estar dando a los tres en la boca, como si fueran los tres bebés. Otras veces el pequeño se empeña en comer el sólo, como los mayores, e incluso prefiere coger del plato de cualquiera de sus hermanos (he desistido en ponerle comida diferente a él porque no come nada que no vea comer a los otros). Mientras los vea sanos y fuertes y yo les ofrezca comida sana y natural no me preocupo de si comen más o menos. Así, las comidas distan mucho de durar dos horas, y son más divertidas, formativas y nutritivas que las dos horas de lucha que mi madre pasaba conmigo. Si yo hubiera tenido un par de hermanos mi madre no se hubiera podido permitir pasarse dos horas dándome de comer. Eso hubiera sido beneficioso para todos, segurísimo.

Claro que también hay situaciones que se complican bastante por ser tres hermanos. Por ejemplo a la hora de salir de casa, sobretodo en invierno. Es increíble la de ropa que hay que poner a un niño en invierno en este país: interiores, leotardos, pantalones, camisa, jersey, cazadora, pantalones de nieve, bufanda, guantes y gorro. Muchas veces, para cuando acabo de vestir al tercero, el primero se me ha quitado la mitad, ya muerto de calor por la espera. Por no hablar de los días (la mayoría) en los que uno (al menos) no está de acuerdo con salir en ese momento y tengo que estar de negociaciones o, ya agotada, dando ultimatums y órdenes poco compatibles con la filosofía de crianza que intento seguir (Espero que en el futuro me perdonen. Una no es Superman).

Este año que el mayor ya tiene cinco añazos y empieza a hacer actividades extraescolares se me ha añadido una nueva complicación: tener que ir con todos para llevar al mayor a su clase y esperar fuera con los dos pequeños a que acabe. Así que ya me veis saliendo cargada, no sólo de toda la ropa necesaria para los tres y el deporte del mayor, sino de comida y juguetes para entretener a los otros durante la hora que dura la actividad. A veces, cuando me muevo por la ciudad con el cochecito hasta los topes, debo de parecer un vendedor ambulante. Por no hablar de la subida o bajada de autobuses o tranvías: necesito la colaboración de la mitad del pasaje para que me pasen cachivaches y niños antes de que el conductor cierre las puertas y se vaya a toda velocidad.

Pero nada de esto puede eclipsar el gran placer y la gran alegría que me produce ver a mis tres hijos. Tres hermanos que - espero con toda mi alma -  nunca se sientan solos porque, hagan lo que hagan con su vida y vayan donde vayan, siempre sabrán que en algún lugar del planeta (o de la galaxia, vete tu a saber lo que les depararan los próximos cien años) están los demás, siempre abiertos a recibirles con todo su amor.

Un amor que nació en su infancia, en aquellos días donde compartir un dinosaurio era todo un reto de diplomacia, donde los juegos compartidos llenaban las tardes de invierno, donde uno aprendía del otro, donde lloraban y reían juntos, donde luchaban, se reconciliaban, se pegaban y se abrazaban. Un amor sincero, profundo, verdadero y único.  Un Amor entre Hermanos.

PREMIO!!!!!




María de Mi pequeño koala me ha dado mi primer premio de la blogosfera. Muchísimas gracias María. Todo un detalle. Ahora paso a contestar las preguntas:

Por qué creaste el blog?
Me encanta escribir y empecé a hacer notas en FB con mis reflexiones. Algunas de esas notas interesaron a Ileana de Tenemos tetas y me las publicó. En una ocasión me preguntó porqué no abría mi propio blog y le dije que no tenía tiempo, pero  al final me animé. Estoy muy contenta. Es muy gratificante. ¡Ver que me dejan comentarios me da una alegría que no veas!!!!

2. ¿Qué tipo de blogs sigues?
En general de maternidad. Hay muchos y muy interesantes y no tengo tiempo de leer todo lo que me gustaría.

3. ¿Tienes alguna marca preferida de maquillaje?
No me maquillo

4. ¿Y de ropa?
Para nada. Compro lo que pillo. No soy nada presumida.

5. ¿Cuál es tu producto de maquillaje imprescindible?
Ninguno!!!

6. ¿Tu color favorito?
Siempre fue el azul.... a lo mejor por eso tengo sólo niños.

7. ¿Tu perfume? 
Ahora me ponía Aire de Loewe... o era ¿Agua? No me acuerdo....

8. ¿La película que más te ha gustado?
Muy  difícil de contestar porque me gustan muchas y no puedo decantarme por una. La última que he visto ha sido "La cinta blanca" y me ha impresionado muchísimo.

9. ¿Qué países te gustaría conocer y porqué? 
Todo el mundo. Aunque empezaría por los países nórdicos que están más cerquita y no los conozco.

Parece ser que ahora tengo que pasar el premio pero creo que todas lo teneis ya. Bueno, premiaré como una especie de homenaje a los cuatro primeros blogs que contacté en esta blogosfera maternal y fueron mi iniciación:


Un beso a todas las blog-mamás. Es un placer compartir un ratito de tiempo cada día con vosotras.



viernes, 14 de enero de 2011

DESCONFIANZA


 

Esta reflexión queda fuera del tema central de este blog, que es la crianza de nuestros hijos, pero en los últimos tiempos, leyendo sobre las diferentes visiones respecto a  la necesidad de vacunar o no vacunar, me vinieron estos pensamientos a la cabeza. He intentado plasmarlos en la pantalla para compartirlos con vosotros y llevar el debate un poco a lo que yo creo que es la parte submarina del iceberg: LA DESCONFIANZA

Los seres humanos somos seres sociales. Creo que nadie en este planeta puede rebatir este hecho. Como todos los primates necesitamos vivir en grupo para sobrevivir. Supongo que a partir de este instinto primario, que nos ha hecho buscar la compañía y protección de nuestros congéneres, hemos desarrollado nuestra complicadísima sociedad occidental. Parece mentira que empezamos viviendo en grupos de 10 o 20 personas y hemos acabado en ciudades de cientos de miles y países de varios millones.

Puedo imaginarme que en un grupo”primitivo”, en lo que llamaríamos una tribu, cada persona tiene un papel importante para la comunidad. Están los que cazan, los que recolectan, los que construyen viviendas, los que tallan instrumentos, los que confeccionan ropa o joyas, los que crían niños, los que curan a los demás, los que dirigen el cotarro…… Habrá tareas que puedan hacer todos o la mayoría, y otras que necesitarán un talento especial o una preparación previa. Da igual, el caso es que cada individuo aporta algo y los demás CONFÍAN en esta aportación. Si el chamán dice que un baño de agua de rosas, se bañan con agua de rosas. Si los cazadores dicen que hoy es buen día para salir a cazar, habrá partida de caza. Si las cocineras preparan algo así o asá, el resto se lo come y confía en la preparación. Si los humanos nos organizamos así es porque así hemos sobrevivido mejor, en los buenos tiempos y en los de vacas flacas. Cada miembro de la comunidad aporta algo y se beneficia de la aportación de los demás. Así la comunidad es más eficiente y prospera más, beneficiando con ello a cada uno de sus individuos.

Aunque ahora vivamos en grupos de miles de personas llamados pueblos o ciudades, en el fondo la organización no cambia mucho. De hecho, el papel de cada uno se ha especializado hasta el extremo de que la mayoría de nosotros seríamos absolutamente incapaces de hacer muchos de los trabajos que necesitamos que se realicen para nosotros en el día a día: desde conseguir el café de la mañana hasta el vaso de agua en la mesilla por la noche. 

Nuestra sociedad es extraordinariamente complicada. Nuestras necesidades diarias para vivir en ella, también. Los trabajos necesarios para que cada uno de nosotros pueda vivir cada día lo que llamamos un “día normal”, se han multiplicado por mil. Como antaño, hay muchos trabajos que la mayoría podemos hacer, pero otros no. Yo soy absolutamente incapaz de diseñar y construir mi casa y no tengo ni pajorera idea de cómo llegan las imágenes a mi aparato de televisión. Por no hablar ya de cómo funciona el ordenador portátil desde el cual me comunico con todos vosotros. Para todos estos trabajos que no somos capaces de realizar nosotros mismos necesitamos confiar en la pericia, preparación y motivación del profesional que lo hará para nosotros.

Es imposible para cada uno de nosotros saber los suficiente de todas las profesiones que necesitamos en nuestro día a día: desde el arquitecto que diseñó nuestra casa, el constructor que la construyó, los ingenieros que hacen posible que la electricidad, el agua, o la información digital llegue a nosotros cada día; hasta el médico en cuyas manos ponemos la salud de nuestra familia, el cual a su vez confía en el criterio de las revistas científicas que publican los resultados de los estudios que los investigadores básicos y clínicos han realizado, y los medicamentos que los farmacéuticos han desarrollado; o los políticos que hemos votado y que tienen la responsabilidad de organizar todo este cotarro pensando siempre, no sólo en el bien común de la sociedad en su totalidad, sino también  en el respeto a la individualidad de cada ciudadano, porque somos animales sociales, sí, pero no somos ni hormigas ni abejas y cada uno de nosotros es un individuo completo que integra en su persona todos los derechos y deberes comunes a todos los seres humanos.

O sea, los seres humanos necesitamos vivir en una sociedad organizada donde cada uno aporta lo que sabe y se beneficia de la aportación de los demás. Por lo tanto, en el fondo, todo esto no es más que una cadena de CONFIANZA. Es imposible que todos sepamos de todo al nivel de un experto, así que no nos queda otra que confiar en los demás. Confiamos en la profesionalidad y buen hacer de los demás y a su vez nosotros aportamos lo mejor de nuestra capacidad y conocimientos con nuestra profesión a todo este engranaje social. Al menos, así debería ser ¿no? Pero si todo funcionara realmente así, ¡Que diferente pintarían las cosas!

Desgraciadamente el panorama actual es bastante distinto y desalentador. Parece que en el mundo en el que vivimos, la gran mayoría de seres humanos hemos perdido nuestro instinto social, dejando de lado nuestra tendencia innata a colaborar por el bien común como manera de asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Hemos convertido nuestras sociedades en selvas donde el “todo vale” y el “sálvese quien pueda” predomina sobre los comportamientos solidarios y realmente eficaces para todos. 

Hemos perdido la percepción de “pertenencia a un grupo” y nuestras miras son tan cortas que trabajamos sólo pensando en nuestro propio bien, en los beneficios a corto plazo que recibiremos (en forma de dinero y bienes materiales).Incluso, en los  peores casos, algunos llegan a poner en peligro a sus congéneres, realizando un trabajo defectuoso en aras de su propio beneficio. Desde constructores que, por ahorrar dinero en la construcción, utilizan materiales inadecuados que ponen en peligro la estabilidad de la vivienda, hasta médicos que lo que menos les importa es el bienestar de sus pacientes.  Y los políticos….. ¡Dios mío! Su falta de credibilidad es tal que incluso en las democracias más representativas del planeta nadie pondría una mano en el fuego por ninguno de sus representantes. Los escándalos no sólo están a la orden del día, sino que ya nadie se escandaliza. Es realmente triste….. y peligroso.

Si, es peligroso porque, en estas circunstancias ¿Cómo vamos a conseguir trabajar en equipo para que las cosas cambien? ¿Cómo vamos a conseguir que cambien en la dirección correcta? Creo que hoy en día es incuestionable que nuestro futuro como especie está en entredicho: si no somos capaces de organizarnos para evitar las tragedias que nosotros mismos podemos generar (como guerras o terrorismo), o enfrentarnos unidos a las que son inevitables (como una gran pandemia o cualquier gran catástrofe natural)  no tendremos un futuro demasiado prometedor por delante. Esto no es nada excepcional si hablamos a nivel planetario. Grandes extinciones las ha habido siempre y no hay ninguna razón para que nosotros seamos una excepción. Las cianobacterias cambiaron su mundo al producir oxígeno, produciendo  así la extinción de todos aquellos organismos que eran incapaces de vivir en esa nueva atmósfera y forzando la aparición de nuevas adaptaciones que abrieron la puerta a nuestra llegada. Nosotros tal vez hagamos lo mismo: forzaremos unas condiciones en el planeta en las cuales nos será imposible seguir siendo la especie dominante o, incluso, sobrevivir.

Yo no sé vosotros, pero a mí esa perspectiva no me gusta demasiado. Preferiría hacer un guiño a la señorita evolución y conseguir una prórroga indefinida de supervivencia. Y es que le tengo mucho cariño a mi especie. Preferiría un futuro donde la especie humana viviera en paz consigo misma y con su medio ambiente. Para eso hace falta una sociedad de individuos libres y responsables, cada uno trabajando por el bien común, no por obligación impuesta desde fuera, sino como convicción de que es lo mejor para sí mismo y para los demás y, por lo tanto, algo que sale del interior de cada uno. Para que una sociedad así sea posible creo que hay un factor fundamental del que no podemos prescindir: LA CONFIANZA. Si no confiamos en que nuestros semejantes van a hacer lo mejor para nosotros, este sistema deja de funcionar.

Por eso no funciona ahora. Nadie confía en nadie. Desde el fontanero hasta el político, pasando por el médico, el camarero, el abogado o el empresario. Todos desconfiamos de la labor de los demás. Todos asumimos que cada uno hace, primero lo mejor para sí mismo y sólo en segundo lugar y si es posible, algo que beneficie a los demás. Estamos permanentemente a la defensiva. Y razones no nos faltan. Cada año salen a la luz pública diferentes alarmas provocadas por la falta de profesionalidad y de ética de muchos seres humanos:  intoxicaciones alimentarias (la última es la contaminación por dioxinas en las carnes de cerdo y ave en Alemania), catástrofes ecológicas (los vertidos de crudo en el mar ya son una tragedia común), casos de corrupción en las altas esferas de la política y el mundo de los negocios, o incluso en aquellas organizaciones internacionales, como la OMS (recordemos la falta de credibilidad que demostró tener su reacción ante la gripe A) …… No, ya nadie confía en el prójimo, y todos tenemos buenas razones para no hacerlo. De hecho, se ha creado un sistema en el cual el que sube más alto no siempre es el mejor profesional, sino que puede ser el que mejor miente y el que más capacidad tiene para aprovecharse de los demás y del sistema. La gente que basa su vida en el trabajo bien hecho - así, al  desnudo, sin representaciones “disneylándicas”- puede que no llegue muy lejos. De hecho, grandes profesionales se quedan para siempre a la sombra por voluntad propia ya que no están dispuestos a gastar el tiempo y la energía necesarias para “jugar” al juego impuesto por un sistema que valora más lo que “parece” que lo que realmente “es”.

Así hemos llegado a un punto en el que nuestra desconfianza nos está llevando a cuestionarlo todo, y con razón. No queremos ser como un rebaño de ovejas siguiendo ciegamente a un pastor mediocre y traicionero. Sean “el pastor” los gobiernos, las organizaciones internacionales o las grandes multinacionales, ya no confiamos en ellos y cuestionamos todo lo que sale de ahí. Nos han decepcionado demasiadas veces, traicionando nuestra confianza. Creemos que las personas que manejan el poder han podido llegar donde están por su capacidad para jugar con las reglas de un sistema en el que predomina la mentira y el egoísmo frente al altruismo y el bien común. Que “el poder corrompe” es algo que todos sabemos y tenemos muy asumido. Por lo tanto no podemos confiar en “el poder”. 

Así pues desconfiamos de todas las normas de convivencia que nos vienen impuestas “desde arriba” o “desde afuera” porque no confiamos en quien las hace. Desconfiamos en las escuelas para enseñar a nuestros hijos, desconfiamos del sistema de salud para tratar nuestras enfermedades o prevenirlas; desconfiamos de la justicia que no nos parece nada justa y se basa en unas leyes que, en su mayoría, no creemos. Desconfiamos de las industrias, sean la farmacéutica, la alimentaria, la textil; da igual. Pensamos que todas ponen por delante sus propios beneficios (si  ofrecer un buen producto es el factor fundamental para aumentar beneficios, estupendo, pero si no, pues no ofrecerán un buen producto y tan tranquilos).

Y esto puede tener consecuencias muy peligrosas. Imaginaros que nos tenemos que enfrentar a una verdadera crisis. Si este año aparece un virus realmente peligroso y la OMS recomienda la vacunación meses antes de que se confirme lo peligroso que es ¿Quién se vacunará? ¿Iríamos todos a vacunarnos en masa? No, ¿verdad? (yo la primera que no iría, de hecho nunca me vacuné contra la gripe A), porque no confiamos ni  en la OMS ni en las farmacéuticas que harían la vacuna. De esta manera, la capacidad de estos organismos para controlar esta hipotética pandemia queda seriamente dañada. Si pudiéramos confiar plenamente en la OMS, en los departamentos de salud de los gobiernos de nuestros países, o en las grandes empresas farmacéuticas ¿Alguien cuestionaría las vacunas? ¿De verdad que personas que no tienen ni idea de lo que son el abTCR, el complejo TCR o la familia SLAM se atreverían a cuestionar los consejos dados por expertos inmunólogos?

Esto es sólo un ejemplo, pero lo cierto es que, puesto que nuestra realidad es tan compleja que nadie puede ser experto en todo, es de vital importancia poder confiar en los demás cuando tenemos que tomar decisiones sobre temas en los que nosotros no somos los expertos, pero que afectan nuestras vidas. En según que situaciones límite, esta confianza puede significar la diferencia entre la vida o la muerte.

¿Sabéis lo que está pasando? Que el trabajo que hemos realizado como sociedad en los últimos miles de años, todo lo que hemos aprendido, todo lo estamos cuestionando por culpa de LA DESCONFIANZA. Y que conste que no estoy diciendo que sea malo cuestionar lo establecido. Pero es muy diferente cuestionar el conocimiento actual porque sabemos que existe un margen de error en todo lo que establecemos, a cuestionarlo porque desconfiamos en la honestidad de los que han proporcionado ese conocimiento y dictan normas, leyes o recomendaciones basándose en él.

Desgraciadamente, la experiencia nos dice que, actualmente, tenemos serias razones para desconfiar. Pero no puede ser que todo lo avanzado se ignore y se vuelva al principio una y otra vez. Poniendo de nuevo el ejemplo de las vacunas: si los expertos en la materia consideran que la vacuna de la viruela erradicó la enfermedad ¿Por qué una parte de la población, que en su mayoría no pueden demostrar un conocimiento profundo del tema, cuestiona esta afirmación? ¿Vamos a tener que dejar de vacunar para que reaparezcan de nuevo esta o aquella enfermedad, muriendo gente en el camino, para así convencer a los escépticos de lo que ya se sabía? ¿Y si dentro de 50 años vuelve otra vez otra generación que cuestiona otra vez lo mismo? ¿Avanzaremos así hacia algún sitio? ¿O nos limitaremos a dar vueltas y vueltas y más vueltas sin llegar a nada (excepto la extinción)?

Nuestros conocimientos van evolucionando, como una escalera en la cual cada escalón se apoya en el anterior. La desconfianza nos devuelve al primer escalón de un empujón. Y es una pena. Tenemos tanto potencial. Tenemos tantísima capacidad de investigar y de aprender. Tenemos tantas posibilidades de hacer bien las cosas. Sí, es una verdadera pena que todo se vaya al traste porque hemos cogido la inercia de la desconfianza: de ganarnos la desconfianza y de desconfiar.

Me pregunto que futuro le espera a nuestra sociedad hundida en toda esta desconfianza mutua. Somos demasiados para ir cada uno “a su bola”. Necesitamos organizarnos para sobrevivir, probablemente ahora más que nunca. Pero para hacerlo tenemos que poder confiar. Y para confiar tenemos que tener una sociedad con unos organismos y unos ciudadanos dignos de confianza. Para que todos cumplamos nuestro cometido sin que nos lo impongan desde afuera. Para que todos trabajemos por el bien común, confiando en el trabajo de los demás.

Es la pescadilla que se muerde la cola. No confiamos porque tenemos buenas razones para desconfiar, y la propia desconfianza de los demás en nosotros y nuestro trabajo malogra nuestra propia aportación.

¿Podremos cambiarlo de alguna manera? Por suerte el planeta está lleno de buenas personas que trabajan por el bien común con honestidad y motivación. También estamos los que intentamos educar a nuestros hijos, adultos del futuro, para una sociedad más solidaria, respetuosa y “amorosa”. Pero ¿seremos suficientes? Todos estos que quieren que las cosas no cambien, que quieren que siempre ganen los mismos, que sustentan su poder pisando las cabezas de los demás, que sólo ven el YO y el AHORA, ¿podremos hacerles cambiar de opinión? ¿Podremos convencerles de que eduquen a sus hijos de otra manera? ¿Podremos enseñarles otra alternativa diferente a la que les crió a ellos y en la que ellos quieren criar?


lunes, 10 de enero de 2011

CON NIÑOS EN EL AVIÓN



Llevo tiempo con ganas de escribir sobre el poco interés que ponen las líneas aéreas en la seguridad de los niños y los bebés en los aviones. Al menos, esa es mi impresión.

Me explico: Hasta los dos años de edad los bebés deben de ir en el regazo de sus padres. En Swiss nos dan un pequeño cinturón que se une al nuestro, pero en otras líneas aéreas no dan nada de nada. Si tienes suerte, tal vez  puedas utilizar tu silla de seguridad del grupo 0, pero para eso tiene que haber asientos libres. La mayoría de las veces esto no ocurre y no te queda más remedio que despegar, volar y aterrizar con tu bebé en brazos, sin ningún tipo de protección adicional. Parece ser que algunas compañías proporcionan un capazo, aunque yo nunca he visto ninguno. Comprar un billete para el bebé, para así asegurarte un asiento para la silla de seguridad, es imposible -al menos si lo haces por internet- ya que al preguntarte la fecha de nacimiento y  ver que es menor de dos años no le asignan asiento.

No puedo entender como se considera seguro que un bebé viaje en avión con la única sujección de los brazos de un adulto, al menos en los momentos de despegar, aterrizar y durante las turbulencias. Es cierto que en un accidente aéreo en toda regla no hay  muchas posibilidades de sobrevivir, pero también pueden ocurrir movimientos bruscos que, sin tener mayor importancia para un adulto, pongan en serio peligro la integridad de un bebé que no está convenientemente sujeto. Las turbulencias pueden ser tremendas y si te pillan por sorpresa y no estas sujetando correctamente a tu hijo, este podría golpearse con el asiento delantero, o incluso con el techo del avión.

Pero lo peor es a partir de los dos años. El niño ya tiene que ir sentado en el asiento de adulto, agarrado por el cinturón de seguridad. ¿Problemas? Varios:

1-     En general, hasta que el crío tiene unos cinco años, se pierde en el enorme asiento y queda mal sentado y mal agarrado.
2-     Si todavía anda más cerca de los dos años que de los tres, es posible que no quiera sentarse sólo, sobretodo si está algo asustado y se siente inseguro en lo que para él es un enorme sillón.
3-     Quitarse el cinturón no sólo es facilísimo, sino también tremendamente atractivo para una criatura aburrida de esperar a que despeguen de una vez.
4-     La mesita plegable es también extraordinariamente atractiva, sobretodo para abrirla y cerrarla cien veces.

Podríais decirme que ahí está la mamá para controlar el comportamiento del pequeño, pero os aseguro que es bastante complicado hacerlo cuando tienes al hermano pequeño, menor de dos años, en el regazo. Si además el susodicho es, además de menor de dos años, mayor de 12 meses, es bastante difícil que la madre en cuestión tenga la mínima posibilidad de moverse mínimamente en el reducidísimo espacio que queda entre ellos y el asiento de delante, cuyo ocupante suele tener el detallazo de, además, reclinarse para echarse un sueñecito. Sueñecito que posiblemente no consiga, ya que será zarandeado inmisericordemente por un bebé angustiado (por la falta de espacio) que es a su vez estrujado por una madre histérica que intenta evitar que el hermano mediano se abra la cabeza con la mesita plegable o se quite el cinturón en pleno aterrizaje.

Ayer volvimos de España y hoy estoy destrozada. El viaje es muy largo: cinco horas de coche y una hora y veinte de avión. Lo peor, con diferencia: el avión. Y eso que V ya se porta como un bendito. El pobre, aunque se aburra como una ostra, está calladito y tranquilo y se conforma con hacer cien veces la simpleza de puzzle que le da la azafata. Pero O y M son otro cantar. Si me toca el gordo de la lotería, ambos se duermen. Creo que ha ocurrido una vez. Si me toca sólo el reintegro, se duerme uno de los dos. El resultado es que yo estoy medio inmovilizada sujetando a un niño dormido mientras intento controlar el comportamiento del otro con el brazo libre. Lo peor es ver al padre dormir tranquilamente en el asiento del otro lado del pasillo. Y no es que él no quiera ayudar, no, es que los dos enanos “quieren con mami” y claro……. No hay más remedio. 

Ayer tuvimos escenita en el aterrizaje. Y es que yo, no lo voy a negar, tengo los nervios a flor de piel en los aviones. Sí, lo reconozco, me da miedo volar. En mi vida de soltera me ponía nerviosilla (si había turbulencias pasaba a “nerviosa”) pero desde que vuelo con mis hijos me pongo histérica. Si el avión se mueve demasiado entro en estado de shock-camuflado: por dentro estoy muerta de terror mientras sonrío a los peques e intento montar la simpleza de puzzle que nos dio la azafata.

Ayer ocurrió algo que para una persona normal hubiera sido una nimiedad de la que reírse y que a mí me puso en “estado de alerta” el resto del vuelo. Alguién encendió la megafonía antes de  que el piloto estuviera preparado y se le oyó claramente decir “Scheiße”,o sea, “mierda”

¡¿Mierda?¿ ¡¿Porqueeeee?!

¿Por que se le había caído el café en los pantalones? O ¿Por que el motor izquierdo no funcionaba?

Ya me quedé cavilando sobre la palabrita el resto del vuelo, con el corazón "encogío". Mientras, M dormía en mis brazos enganchado a la teta, y yo intentaba controlar a O que estaba especialmente revoltoso.

Llegó el momento del aterrizaje. El avión se movía bastante mientras bajaba. Yo intentaba controlar mi pánico y que M no se despertara. Entonces O decide que se quiere soltar.

“¡No! O ¡NO! ¡Ahora no!!! ¡Estamos aterrizando”!!!!!”
“ Pero quero coger ese paletito rojo del suolooooo” “mamiii”
“¡NOOOOO! ¡NI SE TE OCURRA SOLTARTE AHORA!”

Pero se soltó y se bajó del asiento. Lo cogí con la mano libre por la espalda de la camisa, y lo subí en vilo otra vez a su asiento. Mientras, el pequeño se despertó asustado por mis gritos y estrujado por mis movimientos bruscos. O se me revolvía como una lagartija y no podía ponerle otra vez el cinturón.

Entonces le di la bofetada. Fue una bofetada pequeñita, dada con la punta de los dedos, pero bofetada al fin y al cabo. Al menos O se quedó helado (nunca le había pegado) y tras echarse a llorar con un desconsuelo que partía el alma, se dejó atar. Una azafata vino en mi ayuda para explicarle a O lo enfadadísimo que estaría el capitán si se enteraba de que se había soltado. O la escuchaba entre sollozos. El resto del aterrizaje estuvo quieto y tranquilo. Yo me quedé pensando si la bofetada era realmente necesaria y con una congoja que ni sé. Se me pasó hasta el miedo por las turbulencias.

Entonces ocurrió algo que nunca me había pasado. Tras tocar tierra el avión dio un frenazo terrible que me puso el corazón y el estómago en la garganta. La gente se miró con aprensión. Los dos mayores quedaron literalmente colgados de sus cinturones y yo necesité bastante fuerza para evitar que M se me estampara con el asiento de delante. Parece ser que el piloto había tocado tierra muy tarde y por eso necesitó frenar con tanta fuerza (al menos eso me contó mi marido). El caso es que si O hubiera estado suelto se hubiera pegado un golpe bastante más fuerte que mi bofetada.

Y yo me pregunto ¿No sería posible que los aviones tuvieran asientos adaptados para menores donde estos quedaran mejor sentados y mejor sujetos que en el asiento para adultos? Al fin y al cabo todos compramos los billetes con bastante antelación y no debería ser tan difícil tener los adaptadores necesarios según el número de niños.

Yo nunca he tenido problemas de disciplina en el coche. Creo que eso es porque desde el principio ellos ya se notan bien sentados y sujetos y no se plantean que pueda ser diferente. En cambio, en el avión les parece que eso de estar sentado y atado es opcional, y es mucho más difícil convencerles de que lo deben de hacer por su seguridad. Unos buenos adaptadores con una buena sujeción cambiarían mucho las cosas.

¿Qué opináis vosotros? ¿Cuál es vuestra experiencia viajando en avión con los niños? ¿Qué pediríais a las compañías aéreas?

domingo, 2 de enero de 2011

TOP TEN

"Top 10 2010 es un carnaval de blogs cuyo propósito es reunir los mejores artículos de la blogosfera maternal publicados durante 2010 en castellano. La temática del carnaval engloba el embarazo consciente, el parto natural, la lactancia materna, la crianza respetuosa, la psicología, el uso de portabebés ergo, la ecología y demás temas afines."


Leer más: http://www.amormaternal.com/2010/12/mejores-articulos-crianza-lactancia.html#ixzz19rdu8PKb
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Al final me apunto a la convocatoria de Louma, aunque no tenga tantos artículos. Pero me encanta la iniciativa así que pondré mis 10 mejores. Aquí van:


1- Sobre feminismo y bebés: Mi iniciación en la blogosfera maternal. Pensaba que estaba "descubriendo la pólvora" y resultó que todas las conclusiones a las que había llegado ya habían sido escritas centenares de veces. Así que me uní al grupo entusiasmada.


2-  "La mala semilla" el "Falso yo" y el Periodo primal. (Reflexiones sobre adopción I). Este artículo fue el resultado de mis lecturas sobre el periodo primal, la herida primal de los hijos adoptados y mi propia experiencia personal. Un intento de ver el periodo primal del niño adoptado desde otra perspectiva.


3- ¿Cuanto me quieres? ¿Más que...? ¿Cuanto como...? ¿Menos que...? (Reflexiones sobre adopción II). Nada como escribir para poner en palabras sentimientos y pensamientos amorfos. Estas fueron mis reflexiones sobre el peso del lazo biológico en el amor por los hijos.


4- La Adopción como alternativa ante un embarazo no deseado (Reflexiones sobre adopción III). Con este artículo intenté sacar del cajón el controvertido tema del aborto en relación a la adopción. ¿Porque está socialmente peor aceptado dar en adopción un hijo no deseado que abortarlo? Con este artículo quise lanzar un mensaje claro a las madres embarazadas de bebés no deseados: Dadnos la oportunidad de vivir. No nos estáis abandonando al cedernos a otra mujer para que sea nuestra madre y, el posible daño que esto nos produce tiene curación.


5- Un Pecho donde habitar. (Sobre la maternidad adoptiva). En este artículo intenté plasmar, por un lado, la capacidad innata para amar y criar a su hijo de las madres adoptivas, y por otro la necesidad del bebé cedido de estar con su madre definitiva cuanto antes; de ser recibido en el pecho de su madre.


6- Saltar el río. Intentamos educar con respeto, con apego, desde abajo, con "cuerpo". Pero no siempre lo conseguimos y nuestro salto por la alternativa, en lugar de llevarnos a la otra orilla, nos lleva al agua. Pero podemos volverlo a intentar. Lo importante es que sabemos donde está nuestro objetivo.


7- La soledad de las madres. "Hace falta una tribu para criar un hijo". En nuestra cultura occidental la madre puérpara se encuentra, en la mayoría de los casos, insuficientemente atendida; y en los casos más dramáticos absolutamente sola, lo que hace imposible que pueda cuidar de su hijo. Esta situación desemboca en cesión o abandono. Este artículo es un homenaje a mi madre: la mujer que me sostuvo en mis puerperios y me sostiene día a día en la crianza de mis hijos.


8- Si no funciona bien..... deje de usarlo. Esta fue mi primera nota en facebook. Mi lanzamiento a la escritura de artículos relacionados con la lactancia, la crianza corporal y la adopción. En él relato mi imposibilidad para encontrar un profesional de la salud capaz de resolver mi problema de mastitis recurrentes.


9- Hoy hace un año. En este artículo relato brevemente el proceso que me llevó al parto fisiológico, natural y respetado y mi tercer hijo.


10- El método más sencillo Las noches con hijos nunca serán las mismas que las noches sin hijos. Se trata de aceptar la nueva situación y ser sus padres las 24 horas del día: de día y de noche. De no abandonarlos periódicamente de 10 de la noche a 7 de la mañana. De que sepan que siempre estas disponible para ellos. Para nosotros esto era fundamental y para ello encontramos la solución más sencilla: el colecho.
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El Directorio Amor Maternal


martes, 28 de diciembre de 2010

¿LLEGAREMOS A TIEMPO?




Hoy, como cada mañana desde que soy madre, me he despertado prontito. O más bien me han despertado prontito. Mi pequeño M está con fiebre. Un fastidio, pero por suerte sólo un refriado. Me he levantado para desayunar sola, tranquila, mirando las últimas entradas de vuestros blogs. Pero no, tampoco a estas horas me dura demasiado mi ratito de soledad. El mayor ha aparecido con su "quiero estar contigo" que ahora -sólo a veces- fastidia un poco, y que dentro de unos años añoraré con locura. Se ha sentado sobre mí y me ha pedido un video. Le he puesto este video de Rosana. No se porqué, pero me ha apetecido verlo. Y ha sido empezar la canción y echarme yo a llorar.

"Si te arrancan el niño
que llevamos  por dentro
si te quitan la teta
y te cambian de cuento....."

".... llegarás cuando vayas
más allá del intento..."

"tengo miedo que se rompa la esperanza
que la libertad se quede sin alas
tengo miedo de que haya un dìa sin mañana
tengo miedo de que el miedo
eche un pulso y pueda más
no te rindas,
no te sientes a esperar....."

"...solo pueden contigo
si te acabas rindiendo
si disparan por fuera
y te matan por dentro...."

.....LLEGAREMOS A TIEMPO.....

A las puertas del nuevo año, ya el  2011,  yo quiero creer que de verdad llegaremos a tiempo. Que nuestros hijos y sus hijos y todos los hijos que vendrán tendrán un MAÑANA, un FUTURO. Quiero creer que los seres humanos tenemos la capacidad innata para la vida y el amor y que la vamos a recuperar en su totalidad. Aunque ahora parezca que no la tenemos. Aunque parezca que somos monstruos. Aunque la hayamos "jodido" durante miles de años.............

LLEGAREMOS A TIEMPO

martes, 14 de diciembre de 2010

EL MÉTODO MÁS SENCILLO



En el último siglo han aparecido diversos métodos para que los niños duerman toda la noche o, más concretamente, para que no molesten a sus padres en toda la noche. No voy a hablaros de los inconvenientes y peligros asociados a la  aplicación estos métodos conductistas. Otros, con muchísimos más conocimientos que yo sobre este tema, ya lo han hecho. Para los papás primerizos que pudierais estar leyendo este post, os recomiendo visitar la estupenda página web Dormir sin llorar donde, entre otra interesantísima información, encontrareis una serie de lecturas muy recomendables.
Lo que yo quiero contaros es nuestra experiencia: como hemos vivido nosotros – y estamos viviendo –las “noches con hijos”, tan diferentes de las “noches sin hijos” del pasado. Como en todas las cosas relacionadas con la crianza tengo la misma sensación: ojalá hubiéramos sabido hace cinco años lo que sabemos ahora. Por suerte no empezamos demasiado mal. Al menos ya desde la llegada de nuestro primer bebé, teníamos la certeza de que no le íbamos a dejar llorar y de que le daríamos de mamar a demanda. Pero nos faltaron algunos detalles para que todo funcionara correctamente. Os explico:
1.      Desconocía el verdadero funcionamiento de la lactancia a demanda. Me habían vendido eso de “no dar antes de dos horas” porque no era bueno para la digestión del  niño. La consecuencia fue que, cuando a última hora de la tarde mi bebé reclamaba pecho cada diez minutos, yo no le daba.
1.      Resultado: un bebé llorando.
2.      Interpretación: tiene esos misteriosos y comunes cólicos del lactante.
3.      Solución: paseos alrededor de la mesa del salón con el bebé en  brazos. Vueltas, y vueltas y más vueltas……… desesperada por que se durmiera de una vez. Yo agotada y mi marido también. 
Al final sucumbí a uno de los mitos “antilactancia” más extendidos: darle un biberón de fórmula antes de dormir. El crío sí, se callaba y se dormía un buen rato. Pero yo me iba a la cama y a la media hora ya estaba rebosando leche, así que tampoco podía dormir. Además el pobre, a falta de la teta de mami, se acostumbró a dormirse en brazos dando vueltas a la mesa del salón, con lo que se hizo imposible meterle en la cama despierto, aunque nos metiéramos con él en nuestra cama. Total, que nos pasamos muchos meses durmiendo a V en brazos mientras nos paseábamos por la casa. Una ridiculez bastante incómoda.      
 2-  Creía que si dormía con el bebé corría el peligro de ahogarlo. Así que el chiquitín dormía en su capazo, al lado de la cama. Pero cada vez que me pedía tenía que levantarme, y no me atrevía a echarme en mi cama con él por si me dormía.  Así que le daba el pecho sentada en la cama o en una silla. Hacer eso unas cinco o seis veces cada noche todas las noches de la semana durante varios meses es bastante agotador.
Al menos, con mi primer hijo, yo podía dormir durante el día cuando el dormía. Gracias a eso no estaba absolutamente destrozada. Pero con el segundo, y no digamos ya con el tercero, la situación cambia muchísimo. Ya sabéis la atención que requieren los niños de dos o tres años. Imposible dormirse si ellos están despiertos. Y hacer coincidir las siestas de los tres hermanos ha sido imposible. Creo que me ha ocurrido una vez, y me quedé tan alucinada de tener a los tres durmiendo en plena tarde que me bloqueé, y no me acordaba de las centenares de cosas que tenía planeadas para hacer si se daba la ocasión. 
Pero, por suerte, leí muchísimo en los años siguientes a mi primer parto. Gracias a estas lecturas, a páginas web como la que os he citado anteriormente de Dormir sin llorar, a La liga de la leche y a todos vuestros blogs de maternidad corporal, conseguí la seguridad suficiente para hacer lo que me pedía el cuerpo y, sobretodo, el corazón. Así que hemos acabado aplicando el método más sencillo para que toda la familia duerma lo mejor posible: Libertad total.
En esta casa sabes donde te acuestas pero no donde te levantas. No hay normas. Generalmente, los niños empiezan durmiendo en la cama de matrimonio conmigo: O abrazado a mi espalda, M enganchado al pecho por delante y V abrazado a M. Ni que decir tiene que no cambiaría estos momentos por todas las copas de vino en el salón del mundo. Mi marido, cuando viene a acostarse, los lleva a sus respectivas camas. El pequeño duerme en su cuna adosada a nuestra cama como un sidecar. Eso me facilita las (muchas veces múltiples) tomas nocturnas. Los mayores tienen dos literas en su habitación. En general les encanta dormir en ellas pero muchas veces, en medio de la noche, se despiertan y vienen a nuestra cama. No hay problema. Nuestra cama siempre está abierta para todos y nunca los obligamos a dormir fuera (ni dentro) de ella. Si el papi no descansa bien con todos los peques alrededor, se traslada a la cama vacía de uno de ellos y tan felices todos. El no tiene inconveniente.
Esta metodología familiar ha suscitado no pocos comentarios prediciendo terribles efectos para la familia: desde que los niños nunca van a dormir solos, hasta que se resentirá nuestra relación de pareja. Al principio, cuando V no había empezado el preescolar y la hora de acostarse era bastante caótica, yo también tenía miedo de que los niños nunca se habituaran a un horario razonable. Pero eso no ha sido así. A la que hemos empezado la rutina de levantarnos pronto para ir a nuestras respectivas obligaciones matutinas, la hora de irse a dormir se ha normalizado bastante por si sola. Eso sí, los fines de semana siguen siendo un poco caóticos, y este punto es el único que realmente ha provocado discusiones de pareja: a A le gustaría que los niños se acostaran a la misma hora también viernes y sábados. Pero a mí me parece que romper la rutina no tiene nada de malo. El domingo vuelven a la cama a su hora y todos contentos. Así, si se acuestan un poco más tarde viernes y sábados, se despiertan un poco más tarde a la mañana siguiente, y eso a mí me encanta: ¡yo también quiero poder quedarme un rato pegada a las sábanas los sábados y domingos por la mañana!
No voy a negar que a veces pasamos malas noches: A veces M sale varias veces, y me despierta cada vez que consigo entrar en un sueño profundo, por lo que me levanto realmente cansada. De todas formas, el hecho de que me lo pueda acercar y poner al pecho con poco esfuerzo y que, ahora por fin, me sienta libre para dormirme con mi bebé lactando sin miedo a ahogarlo, aligera extraordinariamente la situación. Si la alternativa a mi cansancio es que mi pequeño se despierte con ganas de mí o de mi teta, y no me llame porque le he acostumbrado a que no voy a ir, acepto encantada este cansancio. Al fin y al cabo no va a durar tanto tiempo. Lo sé porque los otros dos ya no nos despiertan más que muy de tarde en tarde, cuando tienen alguna pesadilla o están malitos. Ahora cuando se despiertan por la noche, si les apetece se vienen ellos solitos a nuestra cama, se acomodan entre sus papis y siguen durmiendo sin molestar a nadie. Me he acostumbrado a dormir con ellos, sus dinosaurios, sus peluches y sus ruiditos. De hecho, cuando se quedan en su cama (lo que cada vez, poco a poco, va siendo más frecuente), a veces me despierto y les echo de menos. Me encanta sentirlos al lado, abrazarlos y acariciarlos. Sentir como se apretujan contra mí sin ni siquiera despertarse. En fin, que esto no va a durar toda la vida así que, que caray, vamos a disfrutar de ello.
Estoy muy feliz porque los convencionalismos sociales, con sus métodos conductistas ridículos y dañinos, no han conseguido robarnos estos maravillosos momentos que vivimos colechando. Y sí, mis hijos tal vez nos estén robando un poco de intimidad a mi marido y a mí ¿Es eso tan importante? Volveremos a tenerla toda para nosotros cuando ellos crezcan, y no falta tanto para eso. Ahora estamos viviendo un momento único en nuestra historia familiar  y es una pena no saborearlo por temor a lo que, por otro lado, no nos deja disfrutar. Él y yo recuperaremos nuestro espacio en unos años. Este es el momento del espacio común familiar donde nuestros hijos encuentren el nutriente para crecer y convertirse en hombres buenos. El amor, la protección, el calor y la confianza que “mamán” estas noches familiares les acompañarán toda su vida dándoles seguridad, fuerza, confianza en sí mismos y, sobretodo, capacidad de entregase y de amar.

jueves, 9 de diciembre de 2010

LA GUERRA DE LOS DINOSAURIOS


Creo que debemos de tener un centenar de dinosaurios en casa. Ni el más completo de los museos puede tener una exposición semejante a la nuestra. Hay de todos los tipos, colores y tamaños. Y lo más sorprendente: los niños se los conocen TODOS y cada uno.

Cada dinosaurio tiene una inicial que indica quien es su dueño. Así que están los dinosaurios con una V, los que tienen una O y los que tienen una M. Mis dos hijos mayores (V y O, de cinco y cuatro años respectivamente) ya saben distinguir perfectamente entre las tres letras y no les cuesta respetar la propiedad de cada uno. El pequeño (de 20 meses y dueño de los dinosaurios con una M) ni sabe, ni quiere saber. El sólo tiene una obsesión, o mejor dicho, dos:

-         un triceratops lila
-         un stegosaurus verde

Que haya 5 ó 6 triceratops y stegosauros más no tiene la mínima importancia. Que el triceratops lila y el stegosaurus verde lleven un V, tampoco. Pero para V si que es importante. El sabe exactamente cuales son sus dinosaurios y tiene un lugar determinado (con una postura determinada) para cada uno de ellos. Que en un momento dado no esté jugando con ellos no significa nada. Lo importante es que sus animales tienen su caja y su orden y que ahí es donde deben de estar, y no en ningún otro sitio. Y “ningún otro sitio” también se refiere a las manitas de M.

Supongo que os imagináis la causa de la guerra. ¡Estoy hasta las “narices” del triceratops y del stegosaurus! Parece increíble, pero si algo  ha puesto contra las cuerdas mi intención de aplicar la crianza respetuosa son estos dos dinosaurios.  Hemos pasado una época con cinco o seis berrinches diarios por los dichosos juguetitos.

La escena suele ir más o menos así: M mira la caja de dinosaurios de V durante un ratito. Después viene y me coge un dedo, como siempre que quiere que le acompañe a algún sitio. Me lleva a la caja y la señala. Como V está jugando a otra cosa le digo que coja lo que quiere (tal vez este sea el primero de mis fallos, pero nunca he conseguido distraerlo de su objetivo. Eso ya lo he intentado muchas veces). Feliz de la vida coge los dos animales de su corazón. Al cabo de más o menos tiempo V siempre acaba viendo los dinosaurios en poder de M.

-         Maaaaaaaamaaaaaaaaaaaa, NNNNOOOOOOOOOOOOOO
-         Pero mira V tu no jugabas con ellos. Luego te los pondrá en su sitio
-         PEROOOO SOOON MÍOOOOOOS
-         Pero es tu hermano pequeño y el todavía no entiende de propiedades y tú no los usas ahora…..
-         PEEEROOOO SON MÍOOOOOOS
-         Si, V son tuyos pero el te deja los suyos y….……
-         QUEEE NOOO QUIEROOOO, QUE SOON MÍOOOOOS

En este punto sólo hay dos soluciones:

1-     Cogerle los dinosaurios a M, que con sólo 20 meses  no entiende que son de V y que este no se los deja. El sólo sabe que cuando V se los ve la arma bien gorda. Por eso, el muy pillín, suele esconderse de V cuando los tiene y si V se los descubre viene a refugiarse en mí. A mí me rompe el alma ver llorar a M, tan pequeño y que no entiende nada. He de deciros que el berrinche le dura un buen rato porque él no se deja distraer con facilidad. Las estrategias de darle otros dinosaurios, u otros juguetes, u ofrecerle algo para comer, ¡o incluso ponerle la tele con dibujos! Nunca funcionan durante los siguientes veinte minutos. Ni la socorrida teta, tan útil en otras ocasiones, sirve de nada en estos momentos.

2-     Imponerme a V (sí, lo se, ya le he adjudicado el papel del “malo” de la película), y ya a base de gritos: “LE DEJAS LOS DINOSAURIOS SÍ O SÍ Y SE A-CA-BÓ.  Te los va a devolver en unos minutos y te los dejaremos donde los tenías y como los tenías ¡ Habrase visto niño más posesivo y egoísta, por Dios!!!! Y si lloras así TE TIRO LOS P.T.S DINOSAURIOS A LA BASURAAAAA”.

Como veis ya he perdido los papeles totalmente y “mamá conductista” me posee desde la cabeza a los pies. Soy plenamente consciente de que no soy justa con V. Sólo tiene cinco años y, que caray, son sus dinosaurios. Yo tampoco reacciono muy generosamente si veo a M jugando con mi portátil, por ejemplo. Es posible que le deje un ratito en mi presencia para que no llore y satisfaga su curiosidad, pero si intenta hacer según que cosas (como probar a ver si el ordenador vuela, por poner un ejemplo) se lo quitaré, llore lo que llore.

Podría dejarle muy claro a M que esos dinosaurios no son suyos. Costaría unas cuantas sesiones de no dárselos o quitárselos y llorar pero al final se daría por vencido (creo, no estoy segura porque este niño es muy persistente). Pero me repatea que V no sea capaz de negociar minimamente con su hermano (tú ahora le dejas tus dinosaurios como  él, o mamá, o papá te dejan tal o cual cosa. O razonamientos del tipo: tienes que compartir con tus hermanos para que ellos también compartan contigo).

Todo esto que os he contado me lleva al corazón del problema: V es exageradamente posesivo. No se atiene ni a razones ni a negociaciones. Le importa bien poco estar toda una tarde aburrido y sólo agarrando una de sus posesiones, con tal de que no se la coja alguno de sus amigos o hermanos. Intento explicarle que el placer de compartir juegos con ellos es mucho mayor que el de tener esa cosa, pero no hay manera. Y eso me duele. ¿Sabéis porqué? Pues por que me reconozco en él.

Yo hacía lo mismo. Siempre lo achaqué a ser hija única -por lo que antes de ir al preescolar no tuve que compartir mis cosas con nadie- y por esa actitud sufrí bastante. Pero él  -a pesar de sus hermanos- hace lo mismo, y no parece que esté cambiando demasiado a pesar de las experiencias repetidas de lloros de unos o de otros. Tengo la impresión de que yo le he pasado este defecto, más que por los genes, por mi propio comportamiento. Pero no sé exactamente como. Mi mas preciada posesión, mi portátil, está a su disposición, aunque siempre bajo mi supervisión, por supuesto. No creo que nunca le haya prohibido coger nada con el argumento de que “es mío”. Si algo no puede tocar suele ser porque “es peligroso para ti” o porque “puedes romperlo”. En este último caso somos más permisivos siempre y cuando lo haga bajo la supervisión mía o de su padre.

Supongo que es este sentimiento de culpabilidad el que me hace ser tan dura e injusta con él. Y no es manera, lo sé. Obligarle a dejar sus cosas no sólo es una falta de respeto, sino que además no estoy consiguiendo lo que realmente necesita, esto es, valorar más el hecho de compartir sus cosas con la gente querida, que las cosas por sí mismas.

Yo recuerdo la sensación de frustración y vergüenza que me producían los reproches que recibía cuando tenía esa actitud posesiva tan semejante a la de mi hijo. Frases como “así nunca vas a tener amigos” me hundían en la miseria, pero tampoco me hacían reaccionar en la dirección correcto. Me acuerdo que siempre temía por el “bienestar” de mis posesiones cuando estaban en manos de otras personas. Era superior a mí. El miedo a perderlas me bloqueaba cualquier otro sentimiento. ¿Será lo mismo que siente V?

Creo que él ahora mismo es demasiado pequeño para explicarme el porqué de esta actitud. Y es evidente que no está preparado para compartir sus cosas, que le tengo que dar tiempo. Pero el pequeño M,  su otro hermano O, o sus amigos, tampoco se merecen que él les trate así, sobretodo cuando ellos sí que ofrecen sus juguetes a V, al menos la mayoría de las veces.

Cuando pasa la crisis y tengo a mi primogénito lloroso y abrazado a mí, me siento totalmente derrotada. He fallado estrepitosamente pero lo peor es que no sé como debo de actuar la próxima vez (que la habrá, a menos que tire realmente los dichosos dinosaurios. Pero entonces la tendremos con otra cosa, que más da). Porque los dinosaurios siguen en su caja y M sigue mirándolos un ratito antes de venir a cogerme el dedo.