viernes, 14 de enero de 2011

DESCONFIANZA


 

Esta reflexión queda fuera del tema central de este blog, que es la crianza de nuestros hijos, pero en los últimos tiempos, leyendo sobre las diferentes visiones respecto a  la necesidad de vacunar o no vacunar, me vinieron estos pensamientos a la cabeza. He intentado plasmarlos en la pantalla para compartirlos con vosotros y llevar el debate un poco a lo que yo creo que es la parte submarina del iceberg: LA DESCONFIANZA

Los seres humanos somos seres sociales. Creo que nadie en este planeta puede rebatir este hecho. Como todos los primates necesitamos vivir en grupo para sobrevivir. Supongo que a partir de este instinto primario, que nos ha hecho buscar la compañía y protección de nuestros congéneres, hemos desarrollado nuestra complicadísima sociedad occidental. Parece mentira que empezamos viviendo en grupos de 10 o 20 personas y hemos acabado en ciudades de cientos de miles y países de varios millones.

Puedo imaginarme que en un grupo”primitivo”, en lo que llamaríamos una tribu, cada persona tiene un papel importante para la comunidad. Están los que cazan, los que recolectan, los que construyen viviendas, los que tallan instrumentos, los que confeccionan ropa o joyas, los que crían niños, los que curan a los demás, los que dirigen el cotarro…… Habrá tareas que puedan hacer todos o la mayoría, y otras que necesitarán un talento especial o una preparación previa. Da igual, el caso es que cada individuo aporta algo y los demás CONFÍAN en esta aportación. Si el chamán dice que un baño de agua de rosas, se bañan con agua de rosas. Si los cazadores dicen que hoy es buen día para salir a cazar, habrá partida de caza. Si las cocineras preparan algo así o asá, el resto se lo come y confía en la preparación. Si los humanos nos organizamos así es porque así hemos sobrevivido mejor, en los buenos tiempos y en los de vacas flacas. Cada miembro de la comunidad aporta algo y se beneficia de la aportación de los demás. Así la comunidad es más eficiente y prospera más, beneficiando con ello a cada uno de sus individuos.

Aunque ahora vivamos en grupos de miles de personas llamados pueblos o ciudades, en el fondo la organización no cambia mucho. De hecho, el papel de cada uno se ha especializado hasta el extremo de que la mayoría de nosotros seríamos absolutamente incapaces de hacer muchos de los trabajos que necesitamos que se realicen para nosotros en el día a día: desde conseguir el café de la mañana hasta el vaso de agua en la mesilla por la noche. 

Nuestra sociedad es extraordinariamente complicada. Nuestras necesidades diarias para vivir en ella, también. Los trabajos necesarios para que cada uno de nosotros pueda vivir cada día lo que llamamos un “día normal”, se han multiplicado por mil. Como antaño, hay muchos trabajos que la mayoría podemos hacer, pero otros no. Yo soy absolutamente incapaz de diseñar y construir mi casa y no tengo ni pajorera idea de cómo llegan las imágenes a mi aparato de televisión. Por no hablar ya de cómo funciona el ordenador portátil desde el cual me comunico con todos vosotros. Para todos estos trabajos que no somos capaces de realizar nosotros mismos necesitamos confiar en la pericia, preparación y motivación del profesional que lo hará para nosotros.

Es imposible para cada uno de nosotros saber los suficiente de todas las profesiones que necesitamos en nuestro día a día: desde el arquitecto que diseñó nuestra casa, el constructor que la construyó, los ingenieros que hacen posible que la electricidad, el agua, o la información digital llegue a nosotros cada día; hasta el médico en cuyas manos ponemos la salud de nuestra familia, el cual a su vez confía en el criterio de las revistas científicas que publican los resultados de los estudios que los investigadores básicos y clínicos han realizado, y los medicamentos que los farmacéuticos han desarrollado; o los políticos que hemos votado y que tienen la responsabilidad de organizar todo este cotarro pensando siempre, no sólo en el bien común de la sociedad en su totalidad, sino también  en el respeto a la individualidad de cada ciudadano, porque somos animales sociales, sí, pero no somos ni hormigas ni abejas y cada uno de nosotros es un individuo completo que integra en su persona todos los derechos y deberes comunes a todos los seres humanos.

O sea, los seres humanos necesitamos vivir en una sociedad organizada donde cada uno aporta lo que sabe y se beneficia de la aportación de los demás. Por lo tanto, en el fondo, todo esto no es más que una cadena de CONFIANZA. Es imposible que todos sepamos de todo al nivel de un experto, así que no nos queda otra que confiar en los demás. Confiamos en la profesionalidad y buen hacer de los demás y a su vez nosotros aportamos lo mejor de nuestra capacidad y conocimientos con nuestra profesión a todo este engranaje social. Al menos, así debería ser ¿no? Pero si todo funcionara realmente así, ¡Que diferente pintarían las cosas!

Desgraciadamente el panorama actual es bastante distinto y desalentador. Parece que en el mundo en el que vivimos, la gran mayoría de seres humanos hemos perdido nuestro instinto social, dejando de lado nuestra tendencia innata a colaborar por el bien común como manera de asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Hemos convertido nuestras sociedades en selvas donde el “todo vale” y el “sálvese quien pueda” predomina sobre los comportamientos solidarios y realmente eficaces para todos. 

Hemos perdido la percepción de “pertenencia a un grupo” y nuestras miras son tan cortas que trabajamos sólo pensando en nuestro propio bien, en los beneficios a corto plazo que recibiremos (en forma de dinero y bienes materiales).Incluso, en los  peores casos, algunos llegan a poner en peligro a sus congéneres, realizando un trabajo defectuoso en aras de su propio beneficio. Desde constructores que, por ahorrar dinero en la construcción, utilizan materiales inadecuados que ponen en peligro la estabilidad de la vivienda, hasta médicos que lo que menos les importa es el bienestar de sus pacientes.  Y los políticos….. ¡Dios mío! Su falta de credibilidad es tal que incluso en las democracias más representativas del planeta nadie pondría una mano en el fuego por ninguno de sus representantes. Los escándalos no sólo están a la orden del día, sino que ya nadie se escandaliza. Es realmente triste….. y peligroso.

Si, es peligroso porque, en estas circunstancias ¿Cómo vamos a conseguir trabajar en equipo para que las cosas cambien? ¿Cómo vamos a conseguir que cambien en la dirección correcta? Creo que hoy en día es incuestionable que nuestro futuro como especie está en entredicho: si no somos capaces de organizarnos para evitar las tragedias que nosotros mismos podemos generar (como guerras o terrorismo), o enfrentarnos unidos a las que son inevitables (como una gran pandemia o cualquier gran catástrofe natural)  no tendremos un futuro demasiado prometedor por delante. Esto no es nada excepcional si hablamos a nivel planetario. Grandes extinciones las ha habido siempre y no hay ninguna razón para que nosotros seamos una excepción. Las cianobacterias cambiaron su mundo al producir oxígeno, produciendo  así la extinción de todos aquellos organismos que eran incapaces de vivir en esa nueva atmósfera y forzando la aparición de nuevas adaptaciones que abrieron la puerta a nuestra llegada. Nosotros tal vez hagamos lo mismo: forzaremos unas condiciones en el planeta en las cuales nos será imposible seguir siendo la especie dominante o, incluso, sobrevivir.

Yo no sé vosotros, pero a mí esa perspectiva no me gusta demasiado. Preferiría hacer un guiño a la señorita evolución y conseguir una prórroga indefinida de supervivencia. Y es que le tengo mucho cariño a mi especie. Preferiría un futuro donde la especie humana viviera en paz consigo misma y con su medio ambiente. Para eso hace falta una sociedad de individuos libres y responsables, cada uno trabajando por el bien común, no por obligación impuesta desde fuera, sino como convicción de que es lo mejor para sí mismo y para los demás y, por lo tanto, algo que sale del interior de cada uno. Para que una sociedad así sea posible creo que hay un factor fundamental del que no podemos prescindir: LA CONFIANZA. Si no confiamos en que nuestros semejantes van a hacer lo mejor para nosotros, este sistema deja de funcionar.

Por eso no funciona ahora. Nadie confía en nadie. Desde el fontanero hasta el político, pasando por el médico, el camarero, el abogado o el empresario. Todos desconfiamos de la labor de los demás. Todos asumimos que cada uno hace, primero lo mejor para sí mismo y sólo en segundo lugar y si es posible, algo que beneficie a los demás. Estamos permanentemente a la defensiva. Y razones no nos faltan. Cada año salen a la luz pública diferentes alarmas provocadas por la falta de profesionalidad y de ética de muchos seres humanos:  intoxicaciones alimentarias (la última es la contaminación por dioxinas en las carnes de cerdo y ave en Alemania), catástrofes ecológicas (los vertidos de crudo en el mar ya son una tragedia común), casos de corrupción en las altas esferas de la política y el mundo de los negocios, o incluso en aquellas organizaciones internacionales, como la OMS (recordemos la falta de credibilidad que demostró tener su reacción ante la gripe A) …… No, ya nadie confía en el prójimo, y todos tenemos buenas razones para no hacerlo. De hecho, se ha creado un sistema en el cual el que sube más alto no siempre es el mejor profesional, sino que puede ser el que mejor miente y el que más capacidad tiene para aprovecharse de los demás y del sistema. La gente que basa su vida en el trabajo bien hecho - así, al  desnudo, sin representaciones “disneylándicas”- puede que no llegue muy lejos. De hecho, grandes profesionales se quedan para siempre a la sombra por voluntad propia ya que no están dispuestos a gastar el tiempo y la energía necesarias para “jugar” al juego impuesto por un sistema que valora más lo que “parece” que lo que realmente “es”.

Así hemos llegado a un punto en el que nuestra desconfianza nos está llevando a cuestionarlo todo, y con razón. No queremos ser como un rebaño de ovejas siguiendo ciegamente a un pastor mediocre y traicionero. Sean “el pastor” los gobiernos, las organizaciones internacionales o las grandes multinacionales, ya no confiamos en ellos y cuestionamos todo lo que sale de ahí. Nos han decepcionado demasiadas veces, traicionando nuestra confianza. Creemos que las personas que manejan el poder han podido llegar donde están por su capacidad para jugar con las reglas de un sistema en el que predomina la mentira y el egoísmo frente al altruismo y el bien común. Que “el poder corrompe” es algo que todos sabemos y tenemos muy asumido. Por lo tanto no podemos confiar en “el poder”. 

Así pues desconfiamos de todas las normas de convivencia que nos vienen impuestas “desde arriba” o “desde afuera” porque no confiamos en quien las hace. Desconfiamos en las escuelas para enseñar a nuestros hijos, desconfiamos del sistema de salud para tratar nuestras enfermedades o prevenirlas; desconfiamos de la justicia que no nos parece nada justa y se basa en unas leyes que, en su mayoría, no creemos. Desconfiamos de las industrias, sean la farmacéutica, la alimentaria, la textil; da igual. Pensamos que todas ponen por delante sus propios beneficios (si  ofrecer un buen producto es el factor fundamental para aumentar beneficios, estupendo, pero si no, pues no ofrecerán un buen producto y tan tranquilos).

Y esto puede tener consecuencias muy peligrosas. Imaginaros que nos tenemos que enfrentar a una verdadera crisis. Si este año aparece un virus realmente peligroso y la OMS recomienda la vacunación meses antes de que se confirme lo peligroso que es ¿Quién se vacunará? ¿Iríamos todos a vacunarnos en masa? No, ¿verdad? (yo la primera que no iría, de hecho nunca me vacuné contra la gripe A), porque no confiamos ni  en la OMS ni en las farmacéuticas que harían la vacuna. De esta manera, la capacidad de estos organismos para controlar esta hipotética pandemia queda seriamente dañada. Si pudiéramos confiar plenamente en la OMS, en los departamentos de salud de los gobiernos de nuestros países, o en las grandes empresas farmacéuticas ¿Alguien cuestionaría las vacunas? ¿De verdad que personas que no tienen ni idea de lo que son el abTCR, el complejo TCR o la familia SLAM se atreverían a cuestionar los consejos dados por expertos inmunólogos?

Esto es sólo un ejemplo, pero lo cierto es que, puesto que nuestra realidad es tan compleja que nadie puede ser experto en todo, es de vital importancia poder confiar en los demás cuando tenemos que tomar decisiones sobre temas en los que nosotros no somos los expertos, pero que afectan nuestras vidas. En según que situaciones límite, esta confianza puede significar la diferencia entre la vida o la muerte.

¿Sabéis lo que está pasando? Que el trabajo que hemos realizado como sociedad en los últimos miles de años, todo lo que hemos aprendido, todo lo estamos cuestionando por culpa de LA DESCONFIANZA. Y que conste que no estoy diciendo que sea malo cuestionar lo establecido. Pero es muy diferente cuestionar el conocimiento actual porque sabemos que existe un margen de error en todo lo que establecemos, a cuestionarlo porque desconfiamos en la honestidad de los que han proporcionado ese conocimiento y dictan normas, leyes o recomendaciones basándose en él.

Desgraciadamente, la experiencia nos dice que, actualmente, tenemos serias razones para desconfiar. Pero no puede ser que todo lo avanzado se ignore y se vuelva al principio una y otra vez. Poniendo de nuevo el ejemplo de las vacunas: si los expertos en la materia consideran que la vacuna de la viruela erradicó la enfermedad ¿Por qué una parte de la población, que en su mayoría no pueden demostrar un conocimiento profundo del tema, cuestiona esta afirmación? ¿Vamos a tener que dejar de vacunar para que reaparezcan de nuevo esta o aquella enfermedad, muriendo gente en el camino, para así convencer a los escépticos de lo que ya se sabía? ¿Y si dentro de 50 años vuelve otra vez otra generación que cuestiona otra vez lo mismo? ¿Avanzaremos así hacia algún sitio? ¿O nos limitaremos a dar vueltas y vueltas y más vueltas sin llegar a nada (excepto la extinción)?

Nuestros conocimientos van evolucionando, como una escalera en la cual cada escalón se apoya en el anterior. La desconfianza nos devuelve al primer escalón de un empujón. Y es una pena. Tenemos tanto potencial. Tenemos tantísima capacidad de investigar y de aprender. Tenemos tantas posibilidades de hacer bien las cosas. Sí, es una verdadera pena que todo se vaya al traste porque hemos cogido la inercia de la desconfianza: de ganarnos la desconfianza y de desconfiar.

Me pregunto que futuro le espera a nuestra sociedad hundida en toda esta desconfianza mutua. Somos demasiados para ir cada uno “a su bola”. Necesitamos organizarnos para sobrevivir, probablemente ahora más que nunca. Pero para hacerlo tenemos que poder confiar. Y para confiar tenemos que tener una sociedad con unos organismos y unos ciudadanos dignos de confianza. Para que todos cumplamos nuestro cometido sin que nos lo impongan desde afuera. Para que todos trabajemos por el bien común, confiando en el trabajo de los demás.

Es la pescadilla que se muerde la cola. No confiamos porque tenemos buenas razones para desconfiar, y la propia desconfianza de los demás en nosotros y nuestro trabajo malogra nuestra propia aportación.

¿Podremos cambiarlo de alguna manera? Por suerte el planeta está lleno de buenas personas que trabajan por el bien común con honestidad y motivación. También estamos los que intentamos educar a nuestros hijos, adultos del futuro, para una sociedad más solidaria, respetuosa y “amorosa”. Pero ¿seremos suficientes? Todos estos que quieren que las cosas no cambien, que quieren que siempre ganen los mismos, que sustentan su poder pisando las cabezas de los demás, que sólo ven el YO y el AHORA, ¿podremos hacerles cambiar de opinión? ¿Podremos convencerles de que eduquen a sus hijos de otra manera? ¿Podremos enseñarles otra alternativa diferente a la que les crió a ellos y en la que ellos quieren criar?


3 comentarios:

  1. Vaya tema! me has hecho pensar mucho...

    La verdad que si, yo desconfío bastante de las estructuras políticas, ecónomicas y sociales, desafortunadamente siento que muchas veces responden más a intereses personales y de lucro que a la búsqueda del bienestar común.

    Hemos demostrado que en ocasiones (a veces demasiadas) no nos importa el mundo que dejemos para las generaciones futuras siempre y cuando podamos disfrutarlo y lucrarnos a nuestro antojo.

    También es cierto que generalizar es limitante y simplicista y que diaramente en acciones individuales y colectivas son tangibles profundos actos de amor, honestidad, solidaridad y respeto, sin todos ellos seguro no seguiríamos existiendo como especie.

    Mi apuesta personal, como creo que es la de la mayoría que habitamos estas tierras de la crianza corporal es que criar y educar desde el respeto, el reconocimiento, el amor, la responsabilidad y la confianza hará de estos valores pilares fundamentales en la experiencia vital de nuestr@s hij@s y por ende en la construcción del yo y la relación con el/la otr@ y el planeta.

    Supongo que a nosotr@s los adult@s nos queda la mirada apreciativa, sin perder la capacidad de preguntarnos y cuestionarnos, fiarnos del instinto y la intuición, dejarnos sorprender por la capacidad de cambio que tenemos nosotr@s y l@s otr@s y la evidente confianza que tenemos en la raza humana.

    Gracias por tu reflexión y tu capacidad de mirar más allá.

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  2. He leido todo tu artículo y me ha gustado mucho. La desconfianza, el poder,... todo lo que comentas está relacionado con el dinero, el deseo de acumular riquezas y el capitalismo. Si una comunidad (utópica) confía en que cada miembro del grupo desarrollará sus talentos en beneficio del resto, no harán falta contratos, ni siquiera dinero. Al menos, podemos hacerlo realidad en nuestras pequeñas familias. A escala planetaria, ya es más difícil...
    ¡Hacen falta más madres filósofas! :)

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  3. Gracias!!! Tengo un premio para ti en mi blog! Pasate y si te apetece lo coges. Un besazo!!

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