Desde comencé a leer sobre maternidad y crianza, hará cosa de unos seis años, hay un concepto que está siempre presente, a veces explícitamente y a veces sólo entre líneas, como si todo girara alrededor de él. Estoy hablando del AMOR. Del amor y también de la falta de él; algo difícil de definir porque la antítesis del amor no es obligatoriamente el odio. Para Eduardo Punset, tal y como escribe en su último libro "El viaje al amor" (Ed Booket 2011), es el desprecio. Yo creo que es simplemente la FALTA DE AMOR, es "La Nada".
Y, por lo que parece, la única cuna que realmente necesita un recién nacido es el amor de su madre. El amor de su madre transmitido a través de su piel, sus brazos, su pecho. Todo lo demás, no sólo sobra, sino que entorpece que este inmenso amor maternal llegue intacto al bebé que acaba de nacer, envolviéndole y protegiéndole del ambiente hostil hacia el cual ha sido expulsado tras el nacimiento. Cuando el bebé no se siente amado, no se siente protegido y, por lo tanto, siente pánico. Y el pánico se instala para siempre en su pequeño cerebro en formación, determinando su futura personalidad adulta.
Parece mentira que unos minutos o unas horas tras el nacimiento, o unos minutos o unas horas cada día durante su etapa primal, en las que el bebé no está en brazos de su madre o de una persona cercana, sino solo en su cuna, cochecito, hamaquita o capazo, pidiendo con su llanto la presencia de su madre, puedan tener tantísimo impacto en la futura personalidad del bebé. Pero la tiene. Como nos dice Sue Gerhardt, la ciencia ya lo está demostrando y ahora sólo hace falta que nos lo creamos:
La falta de Amor, nuestra herida primal, es nuestro pecado original.
Como nos señala Michel Odent, durante generaciones y en las más diversas culturas del mundo hemos herido a nuestros bebés nada más nacer, separándolos del cuerpo conocido y cálido de su madre, con el simple objetivo - probablemente inconsciente - de herirlos, para aumentar las probabilidades de que el bebé se desarrolle como un ser humano más agresivo, más competitivo, menos empático, más estressado y, en definitiva, con menos capacidad de Amar. Adultos que luego seremos ciegos a las necesidades de amor de nuestros propios hijos, perpetuando así la "cadena de producción" de seres humanos adultos llenos de carencias y, con ello, de una humanidad herida y enferma.
El pediatra Nils Bergman en una ponencia en las Sextas Jornadas Internacionales sobre Lactancia en Paris (marzo 2005) dijo:
"La lactancia es una estrategia crucial de supervivencia para el humano recién nacido; es un comportamiento que depende enteramente de una programación cerebral límbica, que depende a su vez del hecho de que la criatura se encuentre en su hábitat normal: apegada al cuerpo de su madre. Cualquier separación tiene como consecuencia un programa neurológico de desarrollo (‘neurodeveloppementale’) diferente del programa normal, potencialmente nefasto.
En consecuencia, el contacto con el cuerpo de la madre es específicamente necesario a partir del momento del nacimiento, y debería ser continuado. "
(El resaltado en negrita es mío)
Ahí está la clave. El contacto piel con piel con la madre permite que el bebé se mantenga en "su habitat", en el cual tiene todo lo necesario para sobrevivir. Él lo sabe y por eso ahí se encuentra tranquilo y seguro. Puede alimentarse (mamar) cuando quiere, está calentito y estimulado. En definitiva: se siente AMADO. Pero cuando es separado de su madre, cuando se le manipula lejos de ella, cuando ya por sistema nunca más tendrá acceso libre a su habitat natural, el bebé sufre un estres inmenso y crónico que determina su desarrollo neurológico fuertemente ya que, como ya sabemos, el desarrollo del cerebro del ser humano no acaba en el momento del nacimiento sino todo lo contrario: el bebé recién nacido tiene el mayor número de sinapsis en su cerebro que tendrá en toda su vida. Su configuración - para una vida rodeado de personas amorosas o para una vida rodeado de enemigos potenciales, por ejemplo - se determina ya desde la etapa intrauterina, y la influencia del periodo primal tendrá consecuencias para toda la vida.
Es como un pequeño velero que sale de un puerto con el objetivo de seguir una ruta (el desarrollo durante su niñez) hasta llegar a un destino (convertirs e en un adulto sano, equilibrado, satisfecho y amoroso). Si nada más salir del puerto una tormenta le obliga a cambiar de rumbo, aunque sólo sea un poquito, y este rumbo no se corrige en seguida (los papás veleros andan lejos y no se preocupan de ponerle de nuevo en el rumbo correcto y él, con su poca experiencia, todavía no tiene los recursos para hacerlo sólo), a medida que avance se irá separando más y más de su ruta original y, de seguir así, acabará en un punto a miles de millas del objetivo inicial (o sea, acabará convertido en una persona muy diferente a lo que hubiera podido llegar a ser). La misma contrariedad en otro momento de la ruta, más adelante, no cambiaría tantísimo el resultado final. Si una tormenta le obliga a cambiar el rumbo cerca del destino (por ejemplo, una experiencia difícil en la adolescencia), sólo acabaría unos metros lejos de su objetivo inicial , a parte de que el propio velerito, ya más maduro, es capaz de corregir el rumbo el solito mucho mejor que cuando salía del puerto, porque ha aprendido mucho por el camino (amparado, protegido y amado por sus papas veleros), ha crecido y tiene más conocimientos y recursos.
Creo que la gran mayoría de los adultos de hoy en día no hemos llegado a nuestro objetivo primal. Precisamente pensaba en esto el otro día, cuando veía en un periódico la fotografía del asesino de la matanza de Noruega. Fue a partir del libro de Alice Miller, "Por tu propio bien", que cuando miro el rostro de un asesino o terrorista me lo imagino de recién nacido y me pregunto cual era la ruta original que tenía destinada y cuales fueron las tormentas que le convirtieron en el monstruo que es hoy en día. Que difícil es ver al niño recién nacido, al bebé desamparado y aterrorizado que fue esa persona que ahora es un criminal. Me pregunto si todavía es posible acceder a esa criatura para liberarla del adulto lleno "falta de amor" que la encadena, para devolver el velero - aunque ya sea tan tarde - a la ruta original que le correspondía. Si fuéramos capaces de conseguir esto estaríamos venciendo al verdadero enemigo origen de todos nuestros males: la falta de Amor, "La Nada".
Por eso estoy totalmente convencida de que en este mundo no cambiará nunca nada si no reconocemos el efecto desastroso del desapego y del desamor en nuestro periodo primal. Si no empezamos a cambiar nuestra manera de nacer y nuestra manera de criar. Si no reconectamos con nuestros deseos más antiguos, esos que nacieron con nuestra humanidad y que nos revelan el camino para parir y criar a nuestros hijos. Si no liberamos la palabra "deseo", encasillada en su significado de "sexual-coital" y le devolvemos todas sus dimensiones dentro del amor primal y el amor maternal. Si no dejamos de centrarnos en el dolor y el sacrificio, y nos permitimos de una vez sumergirnos en el placer como herramienta de nuestro cuerpo para decirnos que hacemos lo correcto. Si seguimos negando a nuestros hijos nuestros cuerpos de madre, nuestros pechos de madre, nuestra leche, nuestro calor, nuestra protección, para someterlos a la esclavitud del miedo crónico, del desamparo, de las necesidades no satisfechas que les adulteran la capacidad de sentir placer hasta el punto de convertirlos en adictos de comportamientos y sustancias autodestructivos, antisociales, dañinos y tóxicos.
Somos una humanidad de veleros que siguieron el rumbo equivocado. En nuestras manos está reconocerlo, y reconocer las causas que lo provocaron; acabar con nuestra ceguera emocional, para que las siguientes generaciones salgan del puerto amparados y guiados tal y como necesitan y sean así capaces de seguir el rumbo correcto que les permita convertirse en los mejores adultos que pueden llegar a ser.
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María, que buena reflexión. La fotografía del bebé en el cunero con un biberón me estremeció. Mi hijo y yo fuimos separados después de la cesárea por dos horas y por las siguientes dos noches. A veces siento que me vuelvo loca pensando en lo que él habrá sentido en esas eternas dos noches, y me duele el no haber tenido el valor de luchar porque fuera diferente.
ResponderEliminarConcuerdo contigo, el mundo cambiará cuando reconozcamos el mal que hacemos a nuestros recién nacidos.
Un placer leerte. Saludos.
Adriana, no te preocupes por lo que pudo ser o no, lo más importante es lo que es ahora. Tal vez en el artículo no he dado suficiente incapie al hecho de que la herida primal se puede curar, que el rumbo se puede corregir. Lo importante es que ahora, día a día, satisfaces toda la necesidad de amor, de madre, de contacto... de tu hijo. El mundo ya empieza a cambiar en tu hijo porque tu, su madre reconoces el daño que pudo sufrir y así puedes curarlo...... yo me siento igual con mis dos primeros hijos. Ninguno tuvo lo que se merecía. En el tercero ya fue diferente.
ResponderEliminarHace poco en mi blog hice una reflexión parecida.
ResponderEliminarPienso que hay muchos factores que influyen en lo que nosotros seremos de mayores y desde juego el desapego en los primeros meses es algo fundamental. También pienso que no es de ley que por dormir en cuna y copas así vaya a suponer un problema problema en el futuro.
Yo creo que el problema radica en que muchas mamás nos quedamos calladas, pensamos demasiado en vez de seguir nuestros instintos y nos dejamos influenciar por lo que nos dicen los demás. Y como dice Carlos González, a cada familia le viene bien una cosa diferente y no tiene por qué ser algo obligado colechar etc. Lo importante es que lo que se haga, se haga con el amor y el respeto que se merece la criatura y con lo que todos estén cómodos.
Tu post me ha estremecido grandemente, estoy totalmente de acuerdo pero también causa mucho desasosiego, pensar que lo que haya ocurrido durante unos minutos al día vaya a determinar el resto de su vida... da escalofríos; menos mal que en el comentario que has hecho después alegas que la herida primal se puede curar. La herida primal es muy importante pero una crianza con apego los primeros años de vida también lo es, verdad? Un saludo!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu reflexión (como de costumbre).
ResponderEliminarTe he dejado un premio en mi blog, si quieres pásate por http://elmundodekim.blogspot.com/2011/09/mi-primer-premio.html
Un abrazo.
Muy interesante reflexión.
ResponderEliminarHay momentos que con mi hijo no pude disfrutar, la lactancia siempre fué dolorosa, no tenía información y tampoco creí que fuera diferente.
Ahora vamos por 13 meses de lactancia con mi nena y lamento mucho lo que perdí con mi hijo.
Aunque en parte le agradezco porque gracias a esa experiencia es que ahora he crecido y prendido :]
Diana, yo creo que lo importante es que lo que hagamos lo hagamos con nuestro deseo liberado y no siguiendo los convencionalismos y los caminos marcados por la sociedad en la que vivimos. Con esto quiero decir que muchas veces hacemos cosas a nuestros hijos pensando que es lo que realmente queremos hacer cuando, en el fondo, sólo es lo que se espera que que queramos hacer, y no lo que queremos realmente. Es hora de sumergirnos en nuestra naturaleza para desenmascarar nuestro más íntimo deseo, ese que debería ser la base de nuestra relación con nuestros hijos y su crianza.
ResponderEliminarMaria M todos los que hemos navegado sabemos que hay momentos en los que te tienes que olvidar del rumbo para poner "proa al temporal" (o en los peores casos "popa al temporal"), lo que no significa que, pasada la tormenta, no puedas ajustar tu camino a un rumbo nuevo para llegar a tu objetivo. En la vida real esta capacidad de "ajustarte a un nuevo rumbo" se llamaría resilencia. Todos sabemos de personas que han tenido infancias terribles y en la vida adulta son seres humanos maravillosos y ejemplares. No hace falta irse a los extremos: a pesar de nuestras carencias la gran mayoría de seres humanos somos buena gente, que quiere vivir en paz, querer a los demás y ser felices. Todos somos resilentes en mayor o menor medida.
Creo que no vale la pena pensar ni sufrir en lo que ya hemos hecho con nuestros hijos, hasta el momento en el que por fin comprendimos nuestros errores. Lo importante es reconocer estos errores y reconocer su dolor (y el nuestro) por ellos y seguir aprendiendo para estar cada día más cerca de la crianza amorosa y respetuosa que ellos necesitan. Así ellos también partirán de un punto más óptimo en la crianza de sus propios hijos y, poco a poco, las cosas irán cambiando, de generación en generación, con el rumbo correcto.
Kim, muchas gracias por tu premio. Me paso a recogerlo.
Isha, pues como tu yo también he ido aprendiendo de mis errores y es doloroso, que duda cabe. Pero como ya he dicho, lo importante es reconocerlo y actuar en consecuencia a este reconocimiento.
Muy bonito post, María. Y un tema, que por otras razones, a mi me hace reflexionar mucho.
ResponderEliminarSólo decir a todas las madres que han parido que dejen a sus hijos disfrutar de ellas desde el primer instante, que no pueden imaginar la suerte que tienen sus hijos de tenerlas a ellas al 100% desde el minuto 0. Y que los disfruten ellas.
Mi hija no lo tuvo, no tuvo una madre, un pecho, calor, amor.... y no sabéis como le duele.
Creo que la vida y la sociedad de hoy no invitan a disfrutar de la maravilla de amar a un hijo.
Hola María,
ResponderEliminarDesde que soy madre han cambiado muchas cosas una de ellas es que ahora cuando miro a un adulto a ratos consigo acordarme que aunque fuera por un segundo fue un bebé amado y también un bebé carente de amor y me suavizo por dentro (no lo se explicar mejor).
Me quedo con el último párrafo, prácticamente todos hemos errado el rumbo y si nos damos cuenta... ¡podemos coger nuevamente el timón! E inventar nuevas tierras para nosotr@s y nuestr@s hij@s
Abrazos amorosos!
Pdta:
-aunque imagino que ya lo conoces… LIBERTAD Y LIMITES: AMOR Y RESPETO de Rebeca Wild
-me gusta el nuevo look pre-otoñal ;-)
A casi cuatro meses de haberme convertido en madre, no entiendo cómo hay mujeres que pueden ser tan desapegadas de sus hijos, que los pueden dejar encargados desde recién nacidos con una enfermera o niñera. No puedo entender cómo a una madre no se le eriza la piel al escuchar el llanto de su hijo, cómo no desea estar los 365 días pegada a él. De verdad, me parece algo ilógico, irreal, pero sé que existe. No hay cosa que más disfrute que estar al lado de mi hijo, que compartir con él todos los momentos y estar para él cuando me necesite.
ResponderEliminarRecién encontré tu blog y me ha encantado. Por lo que escribes en la intro de tu blog, yo, como tú, imaginé que iba a ser la madre más estricta del mundo, que los límites se deben poner desde que los bebés nacen porque sino "te toman la medida" "se hacen caprichosos y mañosos", pero una vez que di a luz, esas telarañas se fueron de mi cabeza y comprendí que no hay nada mejor que darle amor al 100 por cien.
Me ha encantado la comparación que haces con el velero, es tan fácil de entender así!!
ResponderEliminarComo tú dices somos una generación de bebés que tuvieron que aprender a llorar solos, la pena es que no somos capaces de reconocerlo y ese sería el primer paso para cambiar las cosas, no??
Saludos
Gracias Xiao. Yo creo que aquí lo más importante es que a tu hija la herida primal y su dolor se le reconocen y, por lo tanto, se le dan recursos (o se le ayudan a encontrarlos) para curarla y cicatrizarla. Creo que algún día dejará de doler, como todas las heridas bien tratadas.
ResponderEliminarMagia, gracias por la recomendación. Lo conocía y lo tengo en lista de espera :o)
Milky time hemos seguido caminos parecidos, je,je,je..... muchas de nosotras nos encontramos desbordadas por los sentimientos y deseos que nos despierta la maternidad...... y no nos queda otra que enfrentarnos al hecho de que tenemos que cambiar de mentalidad, actitud y comportamiento
lamamadeunabruja cada vez lo reconocemos más. desde el mundo científico, profesional y de madres y padres, cada vez hay más conciencia.... tiempo al tiempo....