viernes, 17 de mayo de 2019

DÍAZ AYUSO Y EL EMPRENDIMIENTO DE LAS (SUPER)MADRES

Dice Isabel Diaz Ayuso, candidata del PP, que a ella le gustan mucho las mujeres que emprenden justo después de dar a luz. Como su amiga Ana, dice, que una semana después de parir ya está emprendiendo. Y no emprendiendo de manera local, no. Ana —super-Ana, si me permiten— está “emprendiendo por el mundo”. Vamos, que la tía es tan genial que su ciudad, ¡hasta su país!, se le quedan pequeños cuando se trata de emprender en pleno puerperio. Y es que, a la semana de parir, con los puntos de la episiotomía (o la cesárea) todavía frescos, el útero en plena involución, entre entuerto y entuerto, todavía perdiendo sangre nivel “Down of death”, lo mejor que podemos hacer las mujeres es ir a comprar un billete de avión para irnos por ahí, cuanto más lejos mejor, a emprender.

Lo que no deja muy claro es si tenemos que emprender con bebé o sin bebé. Porque si es sin bebé será todo mucho más fácil, donde va a parar. Y es que las podemitas ya se están encargando de que podamos escolarizar a nuestros bebés desde el minuto cero, para que nos podamos dedicar a emprender tranquilas. Por eso no entiendo muy bien cuando Diaz Ayuso acusa a las de izquierdas de “victimizar y colectivizar los sentimientos”, como si estas tuvieran alguna pretensión de apoyar a las mujeres que tenemos hijos para criarlos así, en plan mamífero, con teta a demanda y contacto las veinticuatro horas del día, tipo gorila de montaña.


Pero, señoras, ¡si remáis todas (y todos) en la misma dirección! ¿A qué viene lanzaros tanto insulto gratuito? El objetivo es separar a la criatura de su madre cuanto antes para que ella, la madre, pierda el mínimo tiempo siendo “improductiva” ¿No es cierto? Lo de menos es si emprende o se va a trabajar de cajera al Carrefur, pero el caso es que genere riqueza ya. Además, éste es el método más antiguo de la historia para conseguir una sociedad violenta. Ya lo dijo Prescott en el año 1975; cuanto menos placer corporal y menos afecto maternal a las criaturas, más violencia.  Y yo, entonces, me monto la ecuación perfecta; más violencia igual a más miedo, más miedo igual a más sumisión, más sumisión igual a más poder para los poderosos y, finalmente, más poder para los poderosos igual a la perpetuación de este sistema aberrante que nos está llevando a la especie humana hacia la extinción, a la vez que sigue enriqueciendo y llenando de privilegios a un 1% de la humanidad mientras hunde en la miseria al resto.



El caso es que cuando oí a Isabel hablando sobre su amiga Ana —super Ana, si me permiten— no pude menos que sentirme un tanto perpleja porque, oye, yo, lo que se dice emprender, siento que llevo trece largos años emprendiendo, en serio. De hecho, ni siquiera esperé una semana para empezar. ¡Yo empecé a emprender desde el minuto cero!



Emprendí tres veces una lactancia materna. Tres veces. Cuatro mastitis la primera, dos la segunda y al menos una evidente en la tercera. A día de hoy cuando pienso, oigo o digo la palabra “mastitis” me duele la teta izquierda. Fueron tres proyectos muy duros e intensos que en conjunto me llevaron nueve años. Valió la pena cada segundo invertido, eso también es verdad, y si bien no "generé riqueza" tal y como se considera convencionalmente, creo poder asegurar que ahorré a nuestro seguro médico unos cuantos miles de francos a medio y largo plazo. Y si no preguntadles a ellos, que me cobraban menos si amamantaba. Digo yo que, con lo prácticos que son los seguros de salud suizos, por algo debía de ser.



Emprendí tres veces una relación de apego. Tres veces. La segunda y la tercera intentando no interferir en el desarrollo de la anterior. Me convertí en una maga del malabarismo con el tiempo invertido a cada niño. He llegado a dar el pecho al pequeño mientras le tiró la pelota con el pie al mediano y le leo un cuento al mayor. En mis mejores momentos, además, entre párrafo y párrafo de la historia infantil era capaz de planificar la cena, hacer la lista mental de la compra y mirar de reojo el reloj a ver si llegaba la hora en la que regresaba, por fin, el padre de las criaturas.



Emprendí tres proyectos de educación. Tres proyectos. Con tres niños, cada uno diferente. Madre primeriza tres veces, me digo. Porque a dos les gusta el Kung-fu y al tercero el tiro al arco. El fútbol, por suerte, a ninguno. Pero los dos pequeños pintan y el mayor canta. A los tres se les dan bien las mates, y a ninguno le gusta especialmente la lengua, aunque tienen dos idiomas en casa y dos más en el colegio. A uno le gusta el inglés, pero odia el francés. Al otro el francés le parece precioso y el inglés muy simple. Al pequeño no le gusta ninguno hoy, y le gustan todos mañana. Quieren hablar siempre en alemán y se niegan a leer libros en español, así que aquí me tenéis escribiendo una novela con ellos para que no pierdan su (mi) amadísima lengua madre. Tengo doce horas al día, más o menos, para ofrecer a cada niño actividades y materiales que les permitan desarrollar sus talentos y superar sus dificultades. Llevo trece años inmersa en mis tres proyectos de educación, y la cosa promete porque va para largo.


Emprendí un programa de salud infantil que incluía nutrición, higiene, desarrollo cognitivo y todo lo necesario para que mis tres retoños crezcan sanos y fuertes. Fui llevando la adquisición de conocimientos teóricos en paralelo a la aplicación práctica. Muy estresante todo, especialmente las épocas en que el mayor se me ponía a 40 grados de fiebre por un catarro, el mediano pillaba tres veces la escarlatina y el pequeño se quedaba anémico porque sólo quería leche y yogur. En el tema del sueño llegué a profundizar tanto que escribí un libro fruto de la lectura de unos 600 artículos científicos (que ahora son más de mil). Pero ese libro sólo es la punta del iceberg de años estudiando intensamente todo lo que consideré relevante para la crianza de mis hijos. Al menos el proyecto del sueño, gracias al libro, los artículos y los cursos, tiene cierto reconocimiento social y económico. Pero todo el trabajo que lo sostiene es invisible. La inversión en tiempo y energía, impagable. La recompensa, en cualquier caso, ha sido inmensa porque me ha dado libertad para criar a mis hijos como realmente quiero hacerlo. Y ese era mi objetivo (y no generar dinero para las arcas del estado).


Así que, querida Isabel Díaz Ayuso, las madres somos emprendedoras por definición y no necesitamos salir de nuestro pequeño mundo para conseguirlo. Pretender que, además de en la maternidad, emprendamos en el campo laboral en plena etapa de exterogestación es, cuanto menos, maltrato y abuso contra la mujer y contra la infancia. Como estamos en una sociedad maltratadora por sistema, sobre todo contra los niños y no menos contra las mujeres, no me extraña esta normalización de la violencia por parte nuestros políticos (Prescott lo explica muy bien, como ya he comentado). Pero que no me extrañe, no significa que esté dispuesta a seguir consintiéndola.

Porque muchas mujeres en el mundo hemos emprendido o estamos emprendiendo el proyecto más importante para la sociedad: la maternidad deseada, responsable, consciente, libre y mamífera.


Y el que no quiera verlo, pues que se vaya comprando unas gafas, porque ya nos hemos hartado de ser pisoteadas por todos estos políticos que, como tú, nos ningunean.









1 comentario:

  1. Siempre, siempre, SIEMPRE es un placer leerte... compañera emprendedora!! Yo emprendí hace 3 años el proyecto más bonito de mi vida, y en él sigo, y lo que queda!! Un abrazo enorme.

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