Llevo dándole vueltas a la cabeza desde hace varios meses. Cada vez que me ponía delante de la pantalla acababa cerrando el ordenador sin escribir nada. Luego escribí, borré, rescribí y hasta hoy no he podido por fin sentirme minimamente satisfecha de lo escrito. Es un tema terriblemente difícil, desagradable. No me gusta pensar en él. Levanta pasiones y las discusiones pocas veces acaban en buenos términos. Y es que no admite puntos medios. No admite grises, sólo blanco o negro. Estás en contra o a favor. Vida o muerte.
Empezaré dejando las cosas claras: estoy a favor de la vida, de luchar por ella, de dejar vivirla, de respetarla, de amarla. ¿Significa esto que estoy en contra del aborto? Es posible. Parecen la misma declaración una en positivo y otra en negativo. Pero lo cierto es que no son exactamente iguales. No significan exactamente lo mismo. Por eso cuando mi conclusión final era: “estoy en contra del aborto” no me acababa de encajar todo. En cambio, hace unos días y por chat, cuando Beatriz Beneitez me dijo que ella lo que está es a favor de la vida, me di cuenta de mi error. Planteándolo en positivo por fin tengo una conclusión con la que me siento cómoda, en la que me encaja todo. Gracias Beatriz porque me has dado la clave final. Al menos al final he conseguido llegar a una conclusión. Una conclusión que es producto de años de estudio, reflexión y maduración personal. Lo he pensado. Lo he pensado mucho. Por eso precisamente escribo sobre ello. Es la parte final de mi reflexión. Necesito verlo por escrito, leerlo y mirarlo “desde fuera”. Escribo aquí mis conclusiones para compartirlas con algunas personas con las que ya he hablado del tema. Si alguno más fuera de este círculo está interesado, adelante, puede continuar leyendo. Pero espero que nadie se sienta ofendido ni dolido: son mis reflexiones y mis conclusiones. No intento adoctrinar a nadie.
Cuando tenía doce años tuve mi primera discusión sobre el aborto. Estaba en París, en casa de mis primos. Mi primo –médico investigador que estaba haciendo en dicha ciudad una estancia de dos años – me retó con el tema. Recuerdo que fui incapaz de defender mis argumentos (argumentos, eso sí, sacados todos de lo que me habían enseñado las religiosas de mi colegio). Recuerdo la frustración y la desesperación ante la lógica aplastante de mi primo, frente a la cual razonamientos del tipo: “es una vida humana, Dios le ha dado la vida y no tenemos derecho a quitársela”, se hundieron. El hablaba de un conjunto de células que formaban parte del cuerpo de la madre (sin más importancia que cualquier órgano) y por lo tanto pertenecían a la madre, de la falta de racionalidad del embrión/feto, del derecho de la mujer a una atención de calidad, a no tener que recurrir al aborto ilegal que pusiera en peligro su vida. Fue tumbando mis argumentos uno por uno. Acabé llorando de frustración. Desde entonces y hasta ahora he pasado por etapas en las cuales llegué a defenderlo, a ignorarlo y a mostrarme indiferente.
Ahora ya no soy una cría de 12 años. Han pasado muchos años desde aquella discusión con mi primo, años en los que me he convertido en una mujer adulta, doctora en biología y madre. Durante la carrera tuve asignaturas como embriología, epigenética, genética del desarrollo, biología molecular o histología, en las que tuve la oportunidad de aprender sobre el desarrollo de un ser humano desde el momento de la concepción a diferentes niveles. A partir de mi maternidad empecé a recuperar esos conocimientos. Durante mi primer embarazo me encantaba leer semana a semana los cambios que iba sufriendo mi hijo. Lo sentí dentro de mí. Sentí los efectos que su presencia producía en mi cuerpo desde el principio de su existencia: los pechos doloridos, las nauseas matinales (de 24 horas al día y 8 meses de duración), el aumento de mi barriga (y trasero) y sus golpecitos desde dentro. A partir del nacimiento empezó un proceso de maduración y concienciación nacido de la necesidad de ser la madre que mi bebé necesitaba. Empecé a cuestionar las prácticas comunes de nuestra cultura (que, pronto me di cuenta, no me servían de mucho a la hora de criar un bebé feliz) y a buscar alternativas. Empecé a sumergirme en los escritos de médicos, psicólogos, pedagogos e incluso filósofos. A medida que iba abriendo mi mente a base de aprendizaje, también empecé a situarme, a identificarme, a definirme. Me empecé a enfrentar a sentimientos olvidados o escondidos, y al hacerlo tuve que posicionarme o, más bien, reposicionarme. El aborto es uno de estos temas donde decidí tener las cosas claras. Mi conclusión es un SI enorme al respeto por la nueva vida. ¿Por qué? Intentaré enumerar mis razones:
Empezaré dejando las cosas claras: estoy a favor de la vida, de luchar por ella, de dejar vivirla, de respetarla, de amarla. ¿Significa esto que estoy en contra del aborto? Es posible. Parecen la misma declaración una en positivo y otra en negativo. Pero lo cierto es que no son exactamente iguales. No significan exactamente lo mismo. Por eso cuando mi conclusión final era: “estoy en contra del aborto” no me acababa de encajar todo. En cambio, hace unos días y por chat, cuando Beatriz Beneitez me dijo que ella lo que está es a favor de la vida, me di cuenta de mi error. Planteándolo en positivo por fin tengo una conclusión con la que me siento cómoda, en la que me encaja todo. Gracias Beatriz porque me has dado la clave final. Al menos al final he conseguido llegar a una conclusión. Una conclusión que es producto de años de estudio, reflexión y maduración personal. Lo he pensado. Lo he pensado mucho. Por eso precisamente escribo sobre ello. Es la parte final de mi reflexión. Necesito verlo por escrito, leerlo y mirarlo “desde fuera”. Escribo aquí mis conclusiones para compartirlas con algunas personas con las que ya he hablado del tema. Si alguno más fuera de este círculo está interesado, adelante, puede continuar leyendo. Pero espero que nadie se sienta ofendido ni dolido: son mis reflexiones y mis conclusiones. No intento adoctrinar a nadie.
Cuando tenía doce años tuve mi primera discusión sobre el aborto. Estaba en París, en casa de mis primos. Mi primo –médico investigador que estaba haciendo en dicha ciudad una estancia de dos años – me retó con el tema. Recuerdo que fui incapaz de defender mis argumentos (argumentos, eso sí, sacados todos de lo que me habían enseñado las religiosas de mi colegio). Recuerdo la frustración y la desesperación ante la lógica aplastante de mi primo, frente a la cual razonamientos del tipo: “es una vida humana, Dios le ha dado la vida y no tenemos derecho a quitársela”, se hundieron. El hablaba de un conjunto de células que formaban parte del cuerpo de la madre (sin más importancia que cualquier órgano) y por lo tanto pertenecían a la madre, de la falta de racionalidad del embrión/feto, del derecho de la mujer a una atención de calidad, a no tener que recurrir al aborto ilegal que pusiera en peligro su vida. Fue tumbando mis argumentos uno por uno. Acabé llorando de frustración. Desde entonces y hasta ahora he pasado por etapas en las cuales llegué a defenderlo, a ignorarlo y a mostrarme indiferente.
Ahora ya no soy una cría de 12 años. Han pasado muchos años desde aquella discusión con mi primo, años en los que me he convertido en una mujer adulta, doctora en biología y madre. Durante la carrera tuve asignaturas como embriología, epigenética, genética del desarrollo, biología molecular o histología, en las que tuve la oportunidad de aprender sobre el desarrollo de un ser humano desde el momento de la concepción a diferentes niveles. A partir de mi maternidad empecé a recuperar esos conocimientos. Durante mi primer embarazo me encantaba leer semana a semana los cambios que iba sufriendo mi hijo. Lo sentí dentro de mí. Sentí los efectos que su presencia producía en mi cuerpo desde el principio de su existencia: los pechos doloridos, las nauseas matinales (de 24 horas al día y 8 meses de duración), el aumento de mi barriga (y trasero) y sus golpecitos desde dentro. A partir del nacimiento empezó un proceso de maduración y concienciación nacido de la necesidad de ser la madre que mi bebé necesitaba. Empecé a cuestionar las prácticas comunes de nuestra cultura (que, pronto me di cuenta, no me servían de mucho a la hora de criar un bebé feliz) y a buscar alternativas. Empecé a sumergirme en los escritos de médicos, psicólogos, pedagogos e incluso filósofos. A medida que iba abriendo mi mente a base de aprendizaje, también empecé a situarme, a identificarme, a definirme. Me empecé a enfrentar a sentimientos olvidados o escondidos, y al hacerlo tuve que posicionarme o, más bien, reposicionarme. El aborto es uno de estos temas donde decidí tener las cosas claras. Mi conclusión es un SI enorme al respeto por la nueva vida. ¿Por qué? Intentaré enumerar mis razones:
1- La humanidad INCUESTIONABLE del no nacido desde el primer momento de su existencia como célula diploide
Biológicamente hablando, de la unión de un espermatozoide y un óvulo humano solo puede surgir uno o varios humanos. En ningún caso un ser de otra especie. Evidentemente, el periodo de organogénesis es especialmente delicado y vulnerable: en algunos casos el desarrollo de ese nuevo ser puede malograrse provocando su muerte, lo que no significa que, en el caso de un embrión viable, cada una de sus células sepa exactamente el camino a seguir (a pesar de su pluripotencialidad que le permite “reprogramarse” en caso necesario). Esto hace que el conjunto celular no tenga nada que ver con una masa de células indiferenciadas tumoral, como les gusta argumentar a los que defienden la teoría del “tumor” no humano que crece dentro del útero materno y que pasará a ser un ser humano en algún momento indefinido del desarrollo. Dado que un óvulo fecundado humano sólo puede seguir su desarrollo como humano (uno o más) es absolutamente ridículo e hipócrita cuestionar su humanidad. El nuevo ser humano (o los nuevos seres) empieza a existir en el momento mismo en el que los dos genomas dan lugar a una nueva célula diplóide con un genoma único. Y no me vale que digan que sólo es “potencialmente” humano. Entonces tendrían que definir un momento en el que dejamos de ser un ser humano en potencia para ser considerados realmente humanos. ¿Cuando es ese momento? ¿Cuando tenemos tubo neural o corazón? ¿Cuando se ven los esbozos de los ojos o de los brazos y piernas? ¿Cuando se expresa tal o cual proteína? ¿Cuando se conectan tal o cual conexión nerviosa? ¿Cuando tenemos x neuronas en el cerebro?
Si el óvulo recién fecundado, la mórula, la blástula (o sea, el pre-embrión) o el embrión son menos humanos que el feto – por que no han desarrollado todavía una serie de características - entonces el niño es menos humano que el adolescente porque tampoco ha desarrollado otra serie de características. Y este menos que el adulto. Así podemos limitar la definición de humano a la persona adulta en la cresta de su desarrollo. ¿Y cuando entramos en el natural declive que provoca la edad? ¿También perdemos humanidad? Seamos sinceros: No hay un momento objetivo a partir del cual el óvulo fecundado/pre-embrión/embrión/feto es humano, a excepción del inicio de su existencia como célula diploide con un genoma único y diferente al resto de organismos que existen en el planeta.
Por lo tanto, basar la discusión sobre el aborto en la humanidad o falta de ella del ser en desarrollo me parece absolutamente hipócrita. La verdadera discusión, por fuerte que suene, es la de si un ser humano tiene el derecho a matar otro ser humano debido a una circunstancia única y particular: la total dependencia de la vida de uno respecto a la otra.
2- La racionalidad como requisito imprescindible para que se respete la vida
Recuerdo que uno de los argumentos que esgrimió mi primo hace ya más de 28 años, fue el de la falta de racionalidad del feto ¿Alguien puede decir con absoluta certeza en que momento nos convertimos en seres racionales? ¿Es el recién nacido un ser racional? ¿Es el bebé de uno, dos, tres o cuatro meses un ser racional? ¿y el niño de dos años? ¿Y el anciano de 90? ¿Y si el cerebro de este anciano de 90 está devorado por el Alzheimer?
La racionalidad se va desarrollando en el individuo poco a poco pero es imposible decir a partir de que momento alguien es racional. ¿Y que pasa con los seres humanos que pierden la racionalidad antes de morir? Por accidente o por enfermedad mucha gente pierde parte de sus capacidades mentales, o al menos esas que les confieren lo que llamamos “racionalidad” ¿Tiene esta persona menos derecho a la vida? ¿Tenemos derecho a matarla porque ya no es “racional”?
3- La capacidad de sentir dolor como condicionante del derecho a matar
Al margen de si el embrión/feto siente o no dolor ¿Nos da eso derecho a matarlo? Evidentemente no. Al fin y al cabo la anestesia resolvería el problema de manera sencilla, así que el hecho de si la criatura es capaz de sentir dolor o no es irrelevante.
En cualquier caso, ¿Qué es el dolor? La RAE lo define como “Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior” ¿Podemos decir que el embrión/feto que aún no tiene un sistema nervioso desarrollado no siente “dolor” al matarlo? Todos los seres vivos del planeta – desde los más sencillos unicelulares hasta los más complejos – luchan por su supervivencia. Incluso los que carecen de sistema nervioso, son capaces de detectar una situación amenazante y actuar en consecuencia, por lo que podemos deducir que la amenaza les produce algún tipo de “malestar”, si no el organismo no se molestaría en reaccionar para sobrevivir. Por lo tanto, la falta de un sistema nervioso desarrollado no es garantía de falta de sensibilidad a un ataque.
En la actualidad existe una gran controversia sobre si el feto siente o no dolor y cuando comienza a sentirlo (1, 2, 3, 4 ). En cualquier caso, lo que sí está demostrado es la capacidad de reacción del feto frente a diferentes estímulos desde etapas muy tempranas. Si esta reacción demuestra que es capaz o no de sentir dolor me parece irrelevante. Lo que si me parece interesante es la capacidad de reacción frente a un estímulo o amenaza. De hecho esta sensibilidad y capacidad de reacción la tiene ya el pre-embrión, evidentemente a otro nivel, pero ya es capaz de cambiar parte de su programa para adaptarse a una nueva condición y seguir desarrollándose. Por ejemplo, cuando se sacan células de la mórula las demás son capaces de seguir adelante con el desarrollo completo del organismo ¿No significa esto que se ha producido una reprogramación? Por lo tanto, eso es una respuesta a un ataque a su supervivencia ya que si no lo hubiera no podría seguir desarrollándose como un organismo completo y moriría. Esto a mí me da a entender que la mórula ya es capaz de detectar la “amenaza”, aunque sea a un nivel diferente a como lo hará más adelante, cuando tenga un sistema nervioso capaz de hacerle sentir dolor y que pueda dar órdenes de movimiento a un sistema muscular.
Ya sé que estoy divagando demasiado, pero a lo que quiero llegar es a decir que desde el pre-embrión hasta el feto lo que se mata en un aborto no es una masa de células indiferenciadas que crecen sin control (como un tumor) sin ningún tipo de finalidad e incapaces de reaccionar ante nada. Desde el principio es un ser vivo (humano, evidentemente) que lucha por sobrevivir, con todas las herramientas que en cada momento tiene a su alcance.
4- El conflicto de derechos entre madre e hijo.
Parece evidente, entonces, que toda la polémica sobre el aborto no nace (o no debería nacer) de la duda ante la humanidad/no humanidad del no nacido, de su racionalidad o de su capacidad para sentir dolor. La polémica nace del hecho de que este depende totalmente del cuerpo de su madre para su supervivencia, y esta dependencia puede entrar en conflicto con los intereses de esta.
Las mujeres tenemos derecho a ser dueñas de nuestros cuerpos y disponer de ellos como nosotras queramos, sin que nadie nos imponga nada desde fuera. Hasta ahí todos de acuerdo. Pero, y aquí diferimos los “pro-aborto” de los “pro-vida”, el no nacido también tiene derecho a la vida (primer derecho de todos los seres humanos). Admitir la humanidad del no nacido en todos sus estadios hace que esta discusión sea extremadamente delicada y por eso es más fácil cuestionar su humanidad. Pero seamos valientes y llamemos a cada cosa por su nombre: ¿Qué derecho debe prevalecer?
La monja benedictina Teresa Forcades da en este artículo su opinión sobre el aborto, y en una frase resume perfectamente la situación:
“No se pueda salvar el hijo en contra de la voluntad de la madre sin violar la libertad de ésta”
Pero yo añadiría que no se puede matar al hijo sin violar su derecho a la vida y por lo tanto volvemos a la conclusión inicial: todo se reduce a un conflicto entre los derechos de dos seres humanos, uno totalmente dependiente del otro para sobrevivir. Es esta dependencia del uno frente a la otra lo que, según Teresa Forcadas, da singularidad a la situación y la hace incomparable con otras relaciones interhumanas:
“… la vida del feto depende de la vida de la madre hasta que este no es viable fuera de ella. Esta es la base para decirlo así, tanto antropológicamente, como biológicamente, como legalmente y como moralmente, para decidir sobre considerar este caso sobre la vida del feto completamente diferente y por lo tanto no se puede comparar con otro caso ‘interhumano”
Ciertamente la relación entre la madre y el hijo intrauterino no tiene comparación con otras relaciones interhumanas. Pero ¿Es esto suficiente como para dar libertad a la madre para matar a su hijo?
Una de las acusaciones que nos hacen los “pro-elección” a los “pro-vida” es nuestra intolerancia a las decisiones de los demás. Nos dicen que no abortemos si no queremos, pero dejemos en paz a los que sí quieren. El problema es que cuando has llegado a la conclusión de que el aborto es un homicidio (puesto que se está matando activamente a un ser humano) moralmente no puedes permitir que se produzca ¿O alguien permitiría que una persona matara a otra por el simple hecho de que la primera cree tener derecho a hacerlo? Evidentemente no. Por lo tanto, ¿Tenemos derecho, como sociedad, a obligar a la mujer a continuar su embarazo? ¿Qué derecho tenemos el deber de defender? ¿El de la madre, dándole libertad para abortar, o el del hijo prohibiendo el aborto? ¿Tenemos derecho a violar la libertad de la madre para defender la vida del hijo?
Yo creo que debe prevalecer el derecho del hijo, no sólo porque se está cuestionando su derecho a la vida, sino también porque es el más débil. La madre un día parirá y ya no estará embarazada. Al menos tendrá la oportunidad de seguir con su vida y ni siquiera tiene la obligación de continuar siendo la madre de ese niño, ya que existe la posibilidad de ceder su maternidad a otra mujer: puede darlo en adopción. Pero si mata a su hijo, le quita lo único que tiene: su vida. Él ya no tendrá ninguna oportunidad más.
Artículos relacionados:
Reflexiones sobre el aborto (II). Sobre las situaciones que llevan a plantearse un aborto.
Reflexiones sobre la adopción (III). La adopción como alternativa ante un embarazo no deseado
Ya sé que estoy divagando demasiado, pero a lo que quiero llegar es a decir que desde el pre-embrión hasta el feto lo que se mata en un aborto no es una masa de células indiferenciadas que crecen sin control (como un tumor) sin ningún tipo de finalidad e incapaces de reaccionar ante nada. Desde el principio es un ser vivo (humano, evidentemente) que lucha por sobrevivir, con todas las herramientas que en cada momento tiene a su alcance.
4- El conflicto de derechos entre madre e hijo.
Parece evidente, entonces, que toda la polémica sobre el aborto no nace (o no debería nacer) de la duda ante la humanidad/no humanidad del no nacido, de su racionalidad o de su capacidad para sentir dolor. La polémica nace del hecho de que este depende totalmente del cuerpo de su madre para su supervivencia, y esta dependencia puede entrar en conflicto con los intereses de esta.
Las mujeres tenemos derecho a ser dueñas de nuestros cuerpos y disponer de ellos como nosotras queramos, sin que nadie nos imponga nada desde fuera. Hasta ahí todos de acuerdo. Pero, y aquí diferimos los “pro-aborto” de los “pro-vida”, el no nacido también tiene derecho a la vida (primer derecho de todos los seres humanos). Admitir la humanidad del no nacido en todos sus estadios hace que esta discusión sea extremadamente delicada y por eso es más fácil cuestionar su humanidad. Pero seamos valientes y llamemos a cada cosa por su nombre: ¿Qué derecho debe prevalecer?
La monja benedictina Teresa Forcades da en este artículo su opinión sobre el aborto, y en una frase resume perfectamente la situación:
“No se pueda salvar el hijo en contra de la voluntad de la madre sin violar la libertad de ésta”
Pero yo añadiría que no se puede matar al hijo sin violar su derecho a la vida y por lo tanto volvemos a la conclusión inicial: todo se reduce a un conflicto entre los derechos de dos seres humanos, uno totalmente dependiente del otro para sobrevivir. Es esta dependencia del uno frente a la otra lo que, según Teresa Forcadas, da singularidad a la situación y la hace incomparable con otras relaciones interhumanas:
“… la vida del feto depende de la vida de la madre hasta que este no es viable fuera de ella. Esta es la base para decirlo así, tanto antropológicamente, como biológicamente, como legalmente y como moralmente, para decidir sobre considerar este caso sobre la vida del feto completamente diferente y por lo tanto no se puede comparar con otro caso ‘interhumano”
Ciertamente la relación entre la madre y el hijo intrauterino no tiene comparación con otras relaciones interhumanas. Pero ¿Es esto suficiente como para dar libertad a la madre para matar a su hijo?
Una de las acusaciones que nos hacen los “pro-elección” a los “pro-vida” es nuestra intolerancia a las decisiones de los demás. Nos dicen que no abortemos si no queremos, pero dejemos en paz a los que sí quieren. El problema es que cuando has llegado a la conclusión de que el aborto es un homicidio (puesto que se está matando activamente a un ser humano) moralmente no puedes permitir que se produzca ¿O alguien permitiría que una persona matara a otra por el simple hecho de que la primera cree tener derecho a hacerlo? Evidentemente no. Por lo tanto, ¿Tenemos derecho, como sociedad, a obligar a la mujer a continuar su embarazo? ¿Qué derecho tenemos el deber de defender? ¿El de la madre, dándole libertad para abortar, o el del hijo prohibiendo el aborto? ¿Tenemos derecho a violar la libertad de la madre para defender la vida del hijo?
Yo creo que debe prevalecer el derecho del hijo, no sólo porque se está cuestionando su derecho a la vida, sino también porque es el más débil. La madre un día parirá y ya no estará embarazada. Al menos tendrá la oportunidad de seguir con su vida y ni siquiera tiene la obligación de continuar siendo la madre de ese niño, ya que existe la posibilidad de ceder su maternidad a otra mujer: puede darlo en adopción. Pero si mata a su hijo, le quita lo único que tiene: su vida. Él ya no tendrá ninguna oportunidad más.
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Maria, creo que te he enviado un trackback o algo asi por error. Como me lio con estas cosas!!! un saludo!
ResponderEliminarwww.creciendocondavid.com
Anna, ni idea de lo que es eso ¿?
ResponderEliminarQué curioso a los doce años es cuando "decidí" que pasase lo que pasase jamás abortaria.....También han pasado muchooooos años y finalmente llegó la prueba y gracias a Dios no nos faltó el valor para seguir diciendo SI a la vida (porque nos podría haber faltado).
ResponderEliminarNi que decir tiene, que hicimos lo único que podíamos hacer....Toda la vida nos acompañará el dolor de haber enterrado a un hijo, la pena es infinita, pero la paz también. He conocido a muchas mujeres que han vuelto a ser felices, muy felices, infinitamente felices después de haber perdido un hijo (yo misma me siento así), pero jamás he conocido ni creo que pueda existir una mujer con paz, después de haber matado a un hijo suyo dentro de la panza.
Y he conocido a unas cuantas...
Yo te admiro profundamente, Paloma, a ti y a tu familia, por haber sido tan fuertes y consecuentes en esta prueba tan dura. Creo que tu hijo tuvo una vida preciosa, cortita pero preciosa, porque estaba de maravilla dentro de tu vientre y luego murió en paz en tus brazos, contigo y con su padre ¿Como no sentirse en paz?
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